“LA ASUNCION DE LA VIRGEN MARIA EN CUERPO Y
ALMA AL
CIELO”
Texto tomado de las “Revelaciones” que vio y oyó Sor Ana Catalina
Emmerich.
Por la noche muchos Apóstoles y santas mujeres, oraban y
cantaban cánticos en el jardincito delante de la tumba. Entonces
me
fue mostrado un cuadro maravillosamente conmovedor: Vi que una
muy ancha vía luminosa bajaba del cielo hacia el sepulcro y que
allí
se movía un resplandor formado de tres esferas llenas de ángeles y
de almas bienaventuradas que rodeaban a Nuestro Señor y el Alma
resplandeciente de María. La figura de Jesucristo con sus rayos
que
salían de sus cicatrices, ondeaban delante de la Virgen. En torno
del Alma de María, vi en la esfera interior, pequeñas figuras de
niños, en la segunda, había niños como de seis años y en la
tercera
exterior, adolescentes o jóvenes ; no vi distintamente más que sus
rostros; todo lo demás se me presentó como figuras luminosas
resplandecientes. Cuando ésta visión que se me hacía cada vez
más y más distinta hubo llegado a la tumba, vi una vía luminosa
que
se extendía desde allí hasta la Jerusalén Celestial. Entonces el
Alma de la Santísima Virgen que seguía a Jesús, descendió a la
tumba a través de la roca y luego uniéndose a su Cuerpo que se
había transfigurado, clara y brillante se elevó María acompañado
de
su Divino Hijo y el coro de los Espíritus Bienaventurados hacia la
Celestial Jerusalén. Toda esa Luz se perdió allí, ya no vi sobre
la
Tierra más que la bóveda silenciosa del estrellado Cielo.
UNA TRADICIÓN APOSTOLICA SOBRE “LA ASUNCION”
DE MARIA
SANTISIMA.
Como Santo Tomás no llegó a tiempo a despedirse de la Madre y
tampoco pudo asistir al Santo Entierro; él tenía en su mente y
corazón, llegar a tiempo. Pero al enterarse del desenlace por
medio
de los demás Apóstoles, él se puso triste y lloroso y se lamentaba
no haber llegado a tiempo. El, interiormente tenía el deseo
vehemente de verla por última vez y así se los hizo saber a los
demás. Ya habían pasado varios días de lo del entierro; todos
querían volver al Sepulcro y acceder a la petición de Tomás.
Tomaron una resolución y al día siguiente muy de mañana,
emprendieron el camino al Sepulcro de Nuestra Santa Madre.
Estando enfrente del Sepulcro, quitaron la piedra-sello de la
entrada
y ¡Oh! Maravilla de Maravillas, de la bóveda salía un suave aroma
de perfume de Rosas frescas; todos al sentir ese perfume, se
sintieron conmovidos y perplejos; se miraron unos a otros
preguntándose en silencio, con la mirada y con señas en las manos:
“¿Entramos?” y aún mirándose entre ellos, todos asintieron con la
cabeza y traspasando la bóveda, entraron al Santo Sepulcro hacia
el sitio donde depositaron el ataúd que contenía el Cuerpo
Santísimo de la Virgen María y más enorme fue la emoción y
sorpresa entre ellos al ver que en el sitio solo habían Rosas
frescas,
fragantes y olorosas y significaban que el Señor había venido a
buscar a su Santísima Madre para llevarla a su Gloria Celestial y
Su
Cuerpo no sufra la corrupción.
“LA MADRE DE DIOS REINANDO EN LOS CIELOS”.
(Esta última Revelación nos lo refiere Sor María de Jesús de
Agreda, que fue otra favorecida de Dios quien nos relata sus
“Experiencias Celestiales”.) Luego que Ntro. Redentor Jesús entró
en el Cielo llevando a su Madre Santísima, ésta fue colocada a la
diestra de El, su Hijo y Dios Verdadero, en el mismísimo Trono
Real
de la Beatísima Trinidad, a donde ni los hombres, ni los ángeles,
ni
serafines han llegado o llegarán jamás por toda la Eternidad. Esta
es la más alta y excelente preeminencia de Nuestra Reina y
Señora, estar en el mismo Trono de las Tres Divinas Personas,
cuando todos los demás bienaventurados, no son más que siervos
y ministros.
Colocada María Santísima en su Trono Eminentísimo, declaró el
Señor a los cortesanos del Cielo, los privilegios que
graciosamente
eran comunicados a la Madre de Dios. Entonces la Persona del
Eterno Padre, como Primer Ministro de todo, dijo hablando con los
ángeles y santos: “Nuestra Hija María fue escogida y poseída de
Nuestra Voluntad Eterna entre todas las criaturas y la primera
para
nuestras delicias; nunca degeneró el título de Hija que le dimos
en
nuestra Mente Divina y tiene derecho a Nuestro Reino en donde ha
de ser reconocida y coronada como Legítima Señora y Singular
Reina”. Después el Verbo Humanado añadió: “A mi Madre
verdadera y natural le pertenecen todas las criaturas que por mí
fueron creadas y redimidas y de todo lo que Yo soy Rey, ha de ser
Ella Legítima y Suprema Reina”. Por último el Espíritu Santo dijo:
“Por el Título de esposa mía, amiga y escogida, a que con
fidelidad
ha correspondido se debe también a María la Corona de Reina por
toda la Eternidad”. Dichas éstas palabras, las tres Divinas
Personas
pusieron en las sienes de María Santísima una Corona de Gloria de
tan nuevo resplandor y mérito, cual ni se vio antes, ni se verá en
pura criatura. Al mismo tiempo salió una voz del Trono que decía:
“Amiga y escogida entre todas las criaturas, nuestro Reino es
tuyo,
tu eres Reina, Señora y Superiora de los Serafines y de todos
nuestros Ministros los ángeles y de todo el resto de nuestras
criaturas.
Atiende, manda y reina prósperamente sobre ellos, que en nuestro
supremo consistorio, te damos Imperio, majestad y señorío.
Estando llena de Gracia sobre todos, te humillaste en tu
estimación
al inferior lugar; recibe pues ahora la supremacía de que se te
debe
y el dominio , participando de Nuestra Divinidad sobretodo lo que
fabricaron nuestra manos con nuestra Onmipotencia. Desde tu Real
Trono mandarás hasta el centro de la Tierra y con el Poder que te
damos sujetarás al infierno y a todos sus moradores, todos te
temerán como a su propia Emperatriz y Señora de aquellas
tenebrosas cavernas de nuestros enemigos. Reinarás sobre la
Tierra y todos los elementos y sus criaturas. En tus manos y en tu
Voluntad ponemos las virtudes y efectos de todas causas, sus
operaciones y su conservación, para que dispenses de la influencia
de los Cielos, de la lluvia, de las nubes y de los frutos de la
tierra; y
de todo, distribuye según tu beneplácito, pues nuestra Voluntad
estará siempre atenta para ejecutar la tuya. Serás Reina y Señora
de todos los mortales para detener la muerte y conservar la vida.
Séas Emperatriz y Señora de la Iglesia militante, su Protectora,
su
Abogada, su Madre y su Maestra, Serás Especial Patrona de los
Reinos Católicos y si ellos, los cristianos y todos los hijos de
Adán
te llamasen de corazón y te sirvieren, los remediarás y ampararás
en sus trabajos y necesidades. Serás Amiga, Guía, Defensora y
Capitana de todos los Justos y Amigos nuestros; y a todos los
consolarás, confortarás y llenarás de bienes conforme te obligaren
con su Devoción. Para todo esto, te hacemos Depositaria de
nuestras riquezas y Tesorera de nuestros bienes; en tus manos
ponemos los auxilios y favores de Nuestra Gracia para que los
dispenses a la Humanidad, no queriendo conceder cosa alguna a
los hombres que no sea por tu mano.
En tus manos estará derramada la Gracia para todo lo que quisieras
y ordenares en el Cielo y en la Tierra; los hombres y los ángeles
te
obedecerán en todas partes, porque todas nuestras cosas son
tuyas, como tú siempre fuiste nuestra y reinarás a nuestro lado
para
siempre”. Tal fue el discurso que pronunció la Beatísima Trinidad,
y
conforme a este decreto y privilegios concedidos a la Madre de
Dios, mandó el Omnipotente a todos los cortesanos del Cielo,
ángeles y hombres, que prestasen obediencia a María Santísima y
la reconociesen por su Reina y Señora.
Así lo hicieron en aquel felicísimo Reino en donde todas las cosas
se reducen a su orden y proporción debidos. Los espíritus
angélicos
y las almas de los santos hicieron este reconocimiento y
adoración,
al modo que adoraron al Señor con temor, culto y obediencia,
dando respectivamente la misma a su Divina Madre. Todos los
santos que estaban en cuerpo y alma en el cielo, se postraron y
adoraron con acciones corpóreas a su Reina. Esta Coronación de la
Madre de Dios como Emperatriz de Cielos y Tierra, fue admirable
para Gloria de Ella, de grande gozo y júbilo para los ángeles y
santos y de suma complacencia para la Beatísima Trinidad. En ese
día hubo grande fiesta en el Cielo empírico y se aumentó la Gloria
Universal de todos sus ciudadanos. Dejemos pues a Nuestra Gran
Reina y Señora colocada a la Diestra de su Santísimo Hijo,
reinando por todos los siglos.