Sobre el espejo, símbolo muy japonés. Mansur Al Hallaj (857-922)
suministró a los místicos sufis uno de los contenidos ideales para la
composición en "espejo", donde la caligrafía está representada doble
y al revés, como se ve en un espejo.
El principio sufi es ir del exterior, a
oscuras, al interior, a la luz. Nacido opaco, el hombre debe trabajar sobre sí
mismo para comenzar a brillar y tornarse puro como la superficie del espejo.
Sólo entonces habrá de reflejar la divinidad. Los versos "palindrómicos"
de Al Hallaj escritos en espejo son estos:
"Yo soy aquél(la) que yo amo y aquél(lla) que yo amo soy yo
Nosotros somos dos almas en un cuerpo
Verme a mí es verlo a el(la) y verlo(la) es vernos a ambos"
"Yo soy aquél(la) que yo amo y aquél(lla) que yo amo soy yo
Nosotros somos dos almas en un cuerpo
Verme a mí es verlo a el(la) y verlo(la) es vernos a ambos"
Una traducción libre, en
la que se deforma el espejo literal, de este poema “especular”, es esta:
¡Oh, tú que planteas preguntas sobre nuestra aventura!
Si nos hubieras visto no nos diferenciarías más.
Me he he convertido en Aquel a quien amo,
y Aquel a Quien amo se ha vuelto yo.
Somos dos espíritus infundidos en un solo cuerpo.
Desde que vivimos en confianza mutua,
las gentes hacen proverbios con nuestra leyenda.
Cuando tú me ves, Le ves, y cuando Le ves, nos ves.
Su Espíritu es mi espíritu y mi espíritu es Su Espíritu.
Somos dos espíritus viviendo en un solo cuerpo.
Esta modalidad caligráfica
expresa de una bella forma la aleya coránica predilecta de los derviches
mevlevíes que dice así: “A Al·lâh pertenecen Oriente y Occidente. Allá donde te
gires verás el rostro de Al·lâh. Él todo lo conoce y abarca” (Corán 2, 115).
Dicha idea del espejo como símbolo de un mundo que no hace sino reflejar los
signos o ayâts divinos, la hallamos también en el saludo islámico por
antonomasia: “As-salâmu ‘alaykum” (La paz esté con vosotros); y en su
respuesta: “Wa ‘alaykumu-s-salâm” (Y sobre vosotros la paz).
En la arquitectura islámica, son los estanques los que
ejercen esta función de expresar el principio de la unidad y unicidad del ser;
así la construcción se refleje en ella.
La música, también se ha servido de la repetición
de unos mismos pasajes melódicos en octavas distintas para perseguir el mismo objetivo.
La música y caligrafía poseen en el islam, y más particularmente en el tasawwuf
o sufismo, su dimensión interior, un estrecho maridaje. No en vano, el
calígrafo escribe mediante un cálamo de caña y el neyzen compone música con un ney,
la célebre flauta derviche también de caña.
Este levha (panel caligráfico) otomano del siglo XVIII representa la
frase chiita: «'Ali es el lugarteniente de Dios» en anverso y reverso, lo que
crea una imagen especular exacta. La escritura especular y la realización
de imágenes especulares se desarrollaron en el Imperio otomano en los siglos
XVIII y XIX, en particular en las sedes místicas asociadas con la orden
Bektashi.
En este ‘modelo en espejo’, la parte derecha de
la caligrafía se refleja en la parte izquierda, y viceversa. Así las composiciones caligráficas en
espejo (ya sean dos Hû -literalmente Él- que se miran, o dos letras como la wâw,
por no citar sino ejemplos muy clásicos) persiguen mostrar, a través del arte
de la caligrafía islámica o jatt, la que es la intuición espiritual fundamental
del sufismo, a saber, el llamado tawhîd espiritual, reformulado por los sufíes
bajo la fórmula sintética árabe wahdat al-wuyûd, que podríamos traducir como
principio de la unidad y unicidad del ser, según el cual sólo la divinidad es
existente, siendo el mundo un depósito de signos teofánicos.