El
primer hecho es que la entrada de Jesús montando un asno había sido profetizada
en las Escrituras. Aproximadamente quinientos años antes de que Él naciera, el
profeta Zacarías escribió:
"He
aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno,
sobre un pollino hijo de asna." [Zacarías 9:9].
El
texto no dice que subió y montó en el asno (epibainô), como sería normal, sino
que se sentó (ekathisen), como se sienta el rey sobre su trono. Probablemente,
el evangelio de Marcos quiere evocar la imagen de Salomón entronizado sobre la
mula de David, su padre, a quien sucede (cf. 1 Rey 1). Pero Jesús no se monta y
asienta en la mula de un rey anterior, sino sobre un asno nuevo (prestado). Dos
discípulos lo buscan y lo traen, y él toma allí su asiento (trono), como rey
mesiánico, en hebreo, asno jamor ( Jet,
Mem, Vav, Resh), es una palabra emparentada con jomer-material, de alguna
manera entra en Jerusalen diciendo que está sentado sobre la materia. No es un
rey de este mundo el que nos trae el néctar de la inmortalidad.
Se
ha conservado una fábula singular donde el Asno hace un papel de bastante
importancia. Luego que Júpiter
hubo tomado posesión del imperio del mundo y los mortales concurrieron en
tropel a ofrecer incienso
en sus altares,
movido el Dios de su piedad les prometió atender al deseo que ellos formasen.
Los hombres pidieron el don de una eterna juventud sin pasar jamás al triste
estado de la vejez. Júpiter encargó al asno llevar este don inestimable, pero
sintiéndose fatigado se acercó a una fuente para refrescarse. La serpiente
que la guardaba dio a entender al asno que para beber, era necesario que le
cediese antes el tesoro que llevaba. El estúpido animal no tuvo dificultad en
cambiar por algunos sorbos de agua un licor mas precioso que el néctar.
Desde entonces tienen las serpientes el privilegio de cambiar de piel y de
volver a tomar toda la frescura y vigor de la juventud, al paso que los
mortales están sujetos como antes a la vejez y á la muerte.
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