domingo, 28 de noviembre de 2010

Carta de un Maestro Sufí

CARTA DE UN MAESTRO SUFÍ


El autor de la carta es el shaikh al-`Arabí ad -Darqáwi al-Hassani, vivió en Marruecos, y allí murió  en 1823-  Ahora se admite  que el tafawwufno ha cesado de decaer tras una época de gran florecimiento, la de los Junayd, Ghazáli, Abú Madyan e Ibn`Arabi al-Hátimi. De todas maneras, los santos escapan de las fatalidades históricas: «el Espíritu sopla donde quiere».  La enseñanza del shaykh,  puede compararse con la de los verdaderos maestros de todos los tiempos, tanto por su contenido doctrinal como por su espontaneidad espiritual.  

Adjunto una carta para mostrar la sabiduría de la obra espiritual delshaykh Darqáwi.  De alguna manera es canal de un agua que viene del origen mismo de la tradición. La verdad o realidad (haqfqa) que un maestro espiritual manifiesta, sobrepasa inmen samente a todo individuo. Por eso la espontaneidad espiritual, en los maestros detafawwuf, nunca contradice su adhesión a la tradición, bien al contrario: cada uno de ellos es «único» en la medida en que es «heredero».
Mawláy-al-'Arabi ad-Darqáwi se refiere a menudo a su propio maestro, el sharif Abul-Hassan 'Al¡ ben 'Abd-Alláh al-`Imráni al-Hassani, apodado a! Jama! (el camello). Este maestro, al que encontró en Fez en 1182 (1767/68), vivía en la sombra, sólo conocido por algunos discípulos.  
He escogido esta carta porque me recuerda la doctrina Católica sobre el primer Don del Espíritu Santo, que es el Santo Temor de Dios. Lo comparo con lo que los sufies llaman al primer estado y la primera estación de la Sabiduria. Ese estado lo llaman: Al-hayba (heybá) es el estado que el alma experimenta frente a la Majestad aterradora de Dios, de la que la expresión «temor reverencial» no da cuenta sino débilmente. No deja de sorprenderme el parecido fonético con la exclamación de sorpresa que los hispanoparlantes utilizamos cuando vemos u oímos algo bello y o aterrador. ¡ ahí va !




CARTA 13






Los foqará (plural de faqir) de los primeros tiempos no buscaban sino aquello que pudiera matar sus almas (nufüs, plural de nafs) y vivificar sus corazones, mientras que nosotros hacemos lo contrario: buscamos aquello que mata nuestros corazones y vivifica nuestras almas. Ellos no se esforzaban sino en deshacerse de sus pasiones y en destronar a su ego; en cuanto a nosotros, a lo que aspiramos es a la satisfacción de nuestros deseos sensuales y a la exaltación de nuestro ego. Por eso hemos vuelto la espalda a la puerta y la cara a la pared. Y no os digo esto sino porque he visto las gracias con las que Dios colma a cualquiera que mata su alma y vivifica su corazón.


Ciertamente, nosotros con menos que eso somos felices; pero sólo el ignoran te se conforma sin llegar al fin de su camino. Me he preguntado si existe, aparte de nuestras pasiones y de nuestro egoísmo, algo más que nos separe de los dones divinos, y he encontrado, como tercer impedimento, la ausencia de nostalgia espiritual; pues las intuiciones no son concedidas generalmente más que a aquél cuyo corazón es traspasado por una intensa nostalgia y un gran deseo de contem plar la Esencia de su Señor; a él afluyen las intuiciones de la Esencia divina hasta que se extingue en Ella, liberándose de la ilusión de otra realidad además de Ella, porque a eso es a lo que Ella conduce a todos aquéllos que en Ella están fijados de continuo. Por el contrario, quien aspira exclusivamente a la ciencia o a la acción no recibe una intuición tras otra; por lo demás, no gozaría de ellas, ya que su aspiración apunta hacia algo distinto de la Esencia divina, y Dios (exaltado sea) colma a su servidor según la medida de su aspiración. Ciertamente, todo hombre participa del Espíritu, como el océano tiene olas, pero la experiencia sensual acapara a la mayoría de los hombres: se ha apoderado de sus corazones y de sus miembros y no les deja abrirse al Espíritu, puesto que la sensualidad es lo opuesto de la espiritualidad y los opuestos no se reúnen.


Vemos, por otra parte, que no se alcanza el objetivo espiritual con muchas ni con pocas obras, sino únicamente por la gracia, como dice el santo Ibn 'Atái-Lláh (que Dios esté satisfecho de él) en sus Hikam: «Si sólo pudieras llegar a Él tras la extinción de tus defectos y la anulación de tus pretensiones, nunca Le alcanzarías. Pero cuando Él quiere conducirte de nuevo hacia Sí, recubre tu cualidad con la Suya y tus atributos con los Suyos, y así te conduce hacia Sí, por lo que te llega de Su parte, no por lo que Le llega de la tuya».


Uno de los efectos de la bondad, la gracia y la generosidad divinas es que uno encuentre al maestro que educa espiritualmente, porque sin gracia divina nadie lo encontraría ni lo reconocería, ya que es más difícil conocer a un santo que conocer a Dios, como dice el santo Abu-l'Abbás al-Mursi (que Dios esté satisfe cho de él). Asimismo, en los Hikam de Ibn 'Atái-Lláh se dice: «Exaltado sea Aquél que no manifiesta a Sus santos sino para manifestarse y que no conduce hacia ellos más que a aquéllos que quiere conducir hacia Sí».


No cabe duda de que el señor de los habitantes del Cielo y de la Tierra, nuestro maestro, el Enviado de Dios (que Dios lo bendiga y le dé la paz) era abiertamente manifiesto, como un sol sobre un estandarte, y a pesar de ello no todos le vieron, sino sólo algunos. A otros, Dios se lo veló como vela a los santos para la gente de su tiempo, hasta el punto de que los calumnian y no los creen. De ello es testigo el libro de Dios: «Les verás mirar hacia ti y no te verán (Corán, VII, 197) y «Dirán: Vaya enviado, que se sustenta con comida y va por los mercados...» (Corán, XXV, 7), y así sucesivamente, según otros muchos pasajes análogos; dos terceras partes, si no más, del Libro divino hablan de los Profetas (sobre ellos la paz) calumniados por la gente de su tiempo. Entre los que no vieron al Enviado de Dios (que Dios lo bendiga y le dé la paz), se encontraba Abú Jahl (que Dios lo maldiga); en él no vio más que al huérfano adoptado por Abú Talib. Ocurre lo mismo con el maestro espiritual que a la vez es arrebatado (majdhüb) y metódico (aálik) y que se halla siempre y al mismo tiempo ebrio y sobrio: sólo algunos lo encuentran.


Ahora bien, si se lo encuentra, ese maestro ve a veces que el espíritu de su discípulo será liberado por el ayuno y le hace, pues, ayunar; otras veces, al contrario, le hará comer hasta la saciedad con el mismo objetivo; unas veces ve su beneficio espiritual en un aumento de su actividad exterior, otras en su disminu ción; unas veces en el sueño, otras en la vigilia; a veces quiere que se aleje de los hombres, a veces, al contrario, le aconseja que los trate, porque puede ocurrir que la luz interior del discípulo se haya vuelto, súbitamente, demasiado fuerte para él, de manera que el maestro tema que pueda perder la razón, como muchos discípulos de otros tiempos y de ahora, que se han vuelto locos; por eso el maestro puede sacar al discípulo de su retiro y hacerle frecuentar a la gente, para que disminuya su tensión espiritual y se vea preservado de la locura; del mismo modo, si la luz interior se debilita demasiado, el maestro lo vuelve a enviar a la soledad para que aquélla adquiera fuerza, y así sucesivamente; y el resultado depende de Dios.


Poco ha faltado para que la maestría espiritual haya dejado de manifestarse por falta de aquéllos cuyo corazón es animado por un ardiente deseo de conti nuarla; pero la Sabiduría divina jamás se agota. Vemos que la vía espiritual (tariqa) ' está necesariamente mantenida por el poder y la fuerza divinas, puesto que desciende, por nuestros maestros, del Enviado de Dios (que Dios lo bendiga y le dé la paz) y de los maestros precedentes; como decía el santo Al-Mursi (que Dios esté satisfecho de él): «Ningún maestro se manifiesta a los discípulos si no ha estado determinado por inspiraciones (waridát) y si no ha recibido autorización de Dios y de Su Enviado». Nuestra causa está sostenida y el estado de sus adherentes salvaguardado por la bendición (baraka) de esa autorización y el secreto que implica; pero Dios es más sabio.


Por lo que respecta a lo dicho sobre la adhesión del corazón a la visión de la Esencia de nuestro Señor, ninguno de nosotros la posee mientras nuestro ego (nafs) no está extinguido, anulado, desaparecido, ido y aniquilado, como dice el santo Abu1-Mawáhib al-Túnsi (que Dios esté satisfecho de él): «La extinción es anulación, desaparición, salir de ti mismo y cesación»; y como dice el santo Abú Madyan (que Dios esté satisfecho de él): «Quien no muere, no ve a Dios»; y como han confirmado todos los maestros de la Vía. Y pobres de vosotros, pobres de vosotros si creéis que son las cosas sólidas o sutiles las que nos velan a nuestro Señor; no, por Dios, no es sino la ilusión (wahm) 2 lo que nos Lo vela, y la ilusión es vana, como dice el santo Ibn 'Atái-Lláh (que Dios esté satisfecho de él) en sus Hikam: «Dios no te está velado por cualquier realidad que coexistiera con Él, puesto que no hay realidad fuera de Él; lo que te Lo vela no es sino la ilusión de que hay otra realidad fuera de Él».


Comprobamos -aunque Dios es más sabio- que la extinción (al faná) se produce, si Dios quiere, en el más breve plazo con cierto método de invocar el Nombre de la Majestad: Alláh. Método que he encontrado en el venerable maestro, el santo Abul-Hassan ash-Shádhili (que Dios esté satisfecho de él), mencionado en algunos libros que posee un erudito entre nuestros hermanos de los Beni Zarwál, y que he recibido igualmente de mi noble maestro espiritual Abul- Hassan `Ali (que Dios esté satisfecho de él) con un aspecto algo diferente, más simple y más directo. Consiste en visualizar las cinco letras del Nombre diciendo Alláh, Alláh, Alláh. Cada vez que las letras se disolvían en la imagina ción, las reconstruía, y si se disolvían mil veces por el día y mil veces por la noche, las reconstruía mil veces por el día y mil veces por la noche. Este método me procuró vislumbres inmensas al practicarlo cuando inicié mi camino espiritual durante algo más de un mes. Me aportó grandes conocimientos junto a un intenso temor reverencia] (heyba),' pero no me cuidé de ellos, ocupado como estaba en la invocación del Nombre y la visualización de sus letras, hasta que transcurrió el mes; entonces un pensamiento se me impuso: «Dios (exaltado sea) dice que Él es el Primero y el último, el Exterior y el Interior (Corán, LVII, 2). Al principio, me aparté de esa insinuación, resuelto a no escucharla, y continué ocupándome de mi ejercicio; pero esa voz no me dejó; insistió y no aceptó mi negativa a escucharla, de igual manera que yo no aceptaba su forma de actuar y no le hacía caso; y al fin, como apenas me dejaba en paz, le respondí: «En cuanto a Sus palabras de que Él es el Primero y el último y de que Él es el Interior, las he comprendido bien; pero no comprendo Su afirmación de que Él es el Exterior, porque en el exterior no veo más que las cosas creadas». A lo que la voz contestó: «Si con Su expresión el Exterior entendiese algo distinto del exterior que vemos, no sería en el exterior sino en el interior (donde habría que buscarlo); pero yo te digo: Él es el Exterior». Entonces comprendí que no hay realidad salvo Dios, y que en el cosmos no hay más que Él, alabanzas y gracias a Dios.


La extinción en la Esencia de nuestro Señor se produce, si Dios quiere, por el método que acabamos de describir, en poco tiempo, pues por medio de él la meditación da frutos de la mañana a la noche, si la suspensión del pensamiento ha sido practicada durante un tiempo suficientemente largo; para mí, dio sus frutos tras un mes y algunos días, pero Dios es más sabio. Es seguro que si alguien practicase esa suspensión del pensamiento durante un año, o dos, o incluso tres, el pensamiento que a continuación se produciría alcanzaría un gran bien y un secreto deslumbrante.'


Con esto comprendí la sentencia profética: «Una hora de meditación es mejor que setenta años de práctica religiosa», dado que mediante tal meditación el hombre es transportado del mundo creado al mundo de la pureza, y también puede decirse: de la presencia de lo creado a la presencia del creador, y Dios garantiza lo que decimos.


A todo aquél que regresa del estado del olvido (ghafla) s al estado del recuerdo


(dhikr), le recomendamos que fije de continuo su corazón en la visión de la Esencia de su Señor, para que Ella le dispense Sus verdades, como hace con aquél cuyo corazón se adhiere a Ella; y que no se deje retener por los «fenómenos intuitivos» (waridát) en detrimento de las «recitaciones prescritas» (awrâd), no sea que eso le impida alcanzar el objetivo (al-murâd).






1. Tariqa: vía, método: la misma palabra designa también una cofradía sufí.


2. Al-wahm significa a la vez ilusión e imaginación; es la imaginación arbitraria, que obnubila y descarría, mientras que al- khayái a menudo designa la imaginación como facultad normal del alma, receptiva respecto a las formas arquetípicas; expresado en términos vedánticos, son los dos aspectos negativo y positivo de mdyá, que vela y descubre al mismo tiempo


3. Al-hayba es el estado que el alma experimenta frente a la Majestad aterradora de Dios, de la que la expresión «temor reverencial» no da cuenta sino débilmente.


4. Quizá no sea inútil recordar aquí que no se puede plantear la práctica de ejercicios espirituales fuera de la forma tradicional a la que pertenecen y fuera de las condiciones exigidas por ella; actuar de otro modo sería exponerse a graves peligros. Si el autor de estas cartas habla de una realización que se produce «en poco tiempo», -Shankara se expresa de manera análoga- es en razón de unas aptitudes espirituales cuyo equivalente, sin duda, hoy se buscaría en vano.


~ Al-ghafla es la negligencia, la inconsciencia o el olvido, que se oponen al despertar espiritual y al recuerdo (dhikr) actual de Dios.

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