Esta nota la escribo después de pernoctar y realizar una toma de ayahuasca en el interior de esta extroordinaria cueva-ermita, en las estribaciones de la Sierra de Guara, cerca de Huesca. Ese día, mediando esa exótica medicina utilizada de forma tradicional, nos permitió apreciar como en algunas ocasiones la naturaleza, como una bella mujer, nos muestra fuentes desconocidas de conocimiento y belleza.
Pues bien.. Ante la imagen de San Martín, patrón de la Caballería, y en su capilla varias personas estuvimos en vigília y activos en lo que se podría llamar, "velar las armas". No me resisto a comentar que el término "capilla" viene del medio manto que San Martín se quedó tras cortar con la espada su roja capa de soldado romano para abrigar a un desnudo peregrino. Pues bien, ese medio manto fue guardado en una urna y se le construyó un pequeño santuario para guardar esa reliquia. Como en latín para decir "medio manto" se dice "capilla", la gente decía: "Vamos a orar donde está la capilla". Y de ahí viene el nombre de capilla, que se da a los pequeños salones que se hacen para orar.
Vídeo que grabé en el lugar.
San Martín de la Val d’Onsera
En Huesca, dirección Barbastro, hay un cañón de la Sierra de Guara, al que se accede por San Julián del Banzo, pasado el cual encontramos un desvío a la derecha que señaliza San Martín de la Val d'Onsera. Allí se encuentra una Ermita que anteriomente fue un monasterio medieval y cuya fundación se atribuye a San Urbez. Este monasterio esta ubicado en un maravilloso rincón cerrado con una cascada de unos 11 m.
El último domingo de Mayo se celebra la romería a la ermita de San Martín de la Val d´ Onsera. Parece ser que el culto a San Martín, obispo de Tours (s. IV), se extendió por los Pirineos a partir del s. VI, se cree que en San Martín de la Val d'Onsera estuvo también San Úrbez, quien lo hubiera habitado como anacoreta hacia el año 750 d.C. De tal manera que se puede datar la fundación del monasterio durante el s. IX. En el año 1075 aparecen unos documentos que hacen referencia a este monasterio. La Ermita dependió del Monasterio de la Real Casa de Jesús Nazareno de Montearagón en 1110, y que posteriormente se convirtió en monasterio femenino.
La "esencia" original permanece en la pequeña iglesia incrustada bajo la roca y en la majestuosidad del entorno. Se atribuyen propiedades curativas al agua que brota en la fuente del interior de la iglesia, y el lugar está relacionado con el mito de la fecundidad. En la Edad Media acudían a él reyes y nobles aragoneses en busca de descendencia masculina.
El rey de Aragón Pedro IV acudió a San Martín de la Val d'Onsera para pedir un milagro: que su tercera esposa, Doña Leonor, tuviera descendencia, como así fue. Cundió el ejemplo entre los nobles, y se sabe que Don Alonso Felipe de Gurrea y Aragón, conde de Ribagorza, y su tercera mujer, Doña Ana de Sarmiento, cruzaron descalzos la Val d'Onsera en 1524 y pidieron lo propio, que también consiguieron al año siguiente.
Lo que hoy queda del santuario parece surgir de entre la misma roca, que se eleva metros y metros por encima. Una cortina de agua cae desde lo alto por un orificio en la roca. A este lugar de la Sierra de Guara se accede tras una tortuosa travesía entre poblada vegetación, por un estrecho sendero de tierra que a veces discurre sobre las propias rocas.
No es de extrañar que al Valle se le llame de la Osera, pues seguro es que no hace muchos años estos animales, los osos, que tan abundantes fueron en Aragón eligieran este agreste y escondido paraje para habitar sus cuevas.
Sobre este insólito lugar, cuenta la leyenda... ...que existió un gigante, un “Home Grandizo” en un lugar llamado la Val d'Onsera. Dicen de él que caminaba acompañado de un enorme oso. Hay quien sitúa el lugar donde habitó ese ser legendario en la Val d'Onsella, en la comarca de Sos del Rey Católico, pero tampoco sería muy descabellado imaginar que este fantástico personaje hubiera habitado junto al Santuario de San Martín de la Val d'Onsera.
En una época en la que la desacralización no solamente se extiende sino que se generaliza, puede parecer ingenuo hacer alusión a los lugares que la consciencia común no podría de ninguna manera distinguir. San Martín de la Val d’Onsera pertenece a estos lugares, que a pesar de ser visitados esporádicamente por excursionistas y peregrinos, permanece virgen y guarda celosamente una atmósfera sagrada. Los santuarios, ermitas, monasterios han sido y son lugares privilegiados. Muy a menudo en Europa, es alrededor de las iglesias donde el agrupamiento rural se normalizó del siglo VI al IX.
Estos lugares, significantes de una alteridad, pertenecen al pasado remoto y al presente, y se podrían considerar como pertenecientes a lo que se podría llamar geografía sagrada. Esta determina esos espacios vírgenes que parecen visitados por esa brisa que parece provenir de la Eternidad y en los que el alma del mundo se manifiesta y provoca visiones.
Este lugar es comparables a una puerta en las que las energías espirituales y vitales se mezclan dando acceso al mundo invisible. Punto de reposo, especie de albergues donde el cuerpo y el alma se restauran. Se podría relacionar con esos altos lugares paradisíacos que estimulan la búsqueda, permitiendo rozar el paraíso y oler los perfumes que emanan de él.
Este espacio, como todo lugar sagrado, se expresa, de alguna manera la piedra se vuelve parlante y el agua murmura su mensaje. Este lugar parece mantenerse en estado de vigilia a la manera de un corazón, que podría decir como el del Cantar de los Cantares: “Yo dormía, pero mi corazón velaba”. Este lugar sobre el cual planea el misterio y que parece contener un secreto, a su vez parece desear revelarlo.
En Europa, el emplazamiento de las Iglesias y Ermitas estuvo a menudo ligado a los ámbitos galo-romanos; algunos santos legendarios y reales han dado sus nombres a pueblos y ciudades. La localización de la divinidad tiene, en ocasiones, necesidad de soledad, de alejamiento de los hombres. Se presenta entonces un contraste entre regiones divinas y regiones humanas. Estudiando las Religiones de la Prehistoria, se puede observar que los lugares sagrados suelen estar situados en parajes bellos e inaccesibles.
La naturaleza es una totalidad de tal manera que lo meta-natural pertenece a ella y solo constituye la excelencia de ella. La “universitas” presupone la homogeneidad de los fenómenos de la naturaleza, de ahí el empleo de la palabra universo. «La universitas es un cosmos y su contemplación se comprueba deleitable», dirá Honorius de Autun. De ahí el amor de los hombres de la Edad Media hacia las piedras, los vegetales, la flora, la fauna y el hombre que recibe de ellos los secretos.
A pesar de lo que se dice, el cristianismo no desacraliza el cosmos, los sitios considerados como "altos lugares" llegarán a ser centros para el ejercicio del culto o incluso serán elegidos para establecer ahí no solamente iglesias o capillas, sino monasterios. De alguna manera el paganismo permanecerá presente aunque designado por otros vocablos. Como vemos en San Martín de la Val d’Onsera sus aguas con virtudes benéficas conservarán sus poderes saludables. La naturaleza es un templo de una inmensa vastedad. Pero el santuario de este templo es el hombre, imagen divina llamada a reconquistar una semejanza momentáneamente suspendida.
De la misma manera que los demonios no atacan más que a los santos monjes, ¡para los mediocres no hay peligro! Ocurre lo mismo en estealto lugar, fuerzas oscuras hacen su nido y proliferan en los emplazamientos privilegiados. En los siglos pasados, los hombres iban a vivir al desierto con el fin de afrontar a los demonios en sus madrigueras.
En este lugar, lo positivo y lo negativo se mezcla. Según las viejas tradiciones monásticas, los demonios no atacan más que a los santos monjes, ¡para los mediocres no hay peligro!
Según el lenguaje bíblico, la voz y la luz del Cielo llega dando brincos por encima de los montes y las colinas. De esta manera y habitualmente se atribuye su origen al exterior. En ciertos casos, convendría mencionar la alianza secreta, la connivencia entre los espacios insólitos del universo, y el espacio secreto del interior. Este espacio interior puede recibir un eco del lugar que él visita. O al revés, el lugar es bendecido por la profundidad del hombre interior que lo visita.
Este lugar insólito y sutil nos empuja, de alguna manera a un estado nuevo y la enseñanza recibida no proviene de fuera. Se puede creer que es percibida del exterior, pero de hecho, emana lo más a menudo de adentro. La fuente oculta en la cueva, parece que del misterio mana, fluye y se desliza en el silencio. En la cascada lleva el ruido de las grandes aguas con el fin de ser escuchada operando así una ruptura.
Todos poseemos alguna experiencia con referencia a los lugares insólitos, espacios sutiles, del exterior y del interior, cargados de vibraciones.
De ellos, conviene guardar e interpretar los signos percibidos, como mensajes que nos son dirigidos. Suaves mensajes para recordarnos nuestro origen y la doble posibilidad de su destino, del cual hacemos una elección en la medida que podemos ejercer nuestra libertad y de nuestra capacidad con vistas al mundo invisible.
«Asómbrate y comprenderás», aconsejaba Hesiquius de Jerusalén. El poder de asombro coincide con un estado de espontaneidad, de frescura pertenecientes a la juventud del corazón. Este lugar nos asombró y le sonreímos para agradecerle su presencia y permanencia, considerándolo como un resto de paz y de luz emergiendo del mar sombrío y caótico del mundo.
Sobre las virtudes del lugar y de sus aguas, me gustaría hacer una reflexión que podría explicar parte del significado del lugar. El pensamiento analógico de la tradición ha establecido relaciones entre las hierbas y los pelos, los astros y los ojos, el trueno y la voz, los ríos y los humores. Por la inmovilidad de la posición sentada –que es ascesis- nos volvemos una peña meditativa y reproducimos la Inmutabilidad divina. Por los movimientos y los gestos, nuestros miembros se asemejan a la movilidad flexible de las ramas: reflejamos entonces el juego cósmico. Por el caminar que nos hace acercarnos a los demás, nosotros figuramos entre los seres animados y asumimos la omnipresencia de la energía. Sin dejar de pertenecer a los reinos mineral, vegetal y animal, revelamos al mismo tiempo el reino de la divinidad.
Toda la naturaleza esta ahí para enseñarnos quienes somos. Esa es su importancia pedagógica. A nosotros nos corresponde saber captar sus mensajes, descifrar sus «claves», recordar sus lecciones.
En San Martín de la Val d’Onsera pudimos observar unas características, podríamos llamar paisajísticas, que responden analógicamente al sistema reproductor humano masculino y femenino. El femenino representado por la cueva umbrosa que hace de capilla y de la que, al fondo, al lado de una puerta que parece estar labrada en la pared de roca, mana una silenciosa fuente de aguas cristalinas.
El masculino representado por una alta cascada que brota de una perforada roca de la montaña. No sé si la leyenda del gigante u “home grandizo”, es una referencia a este gran hombre de piedra.
Reconstrucción de como podría verse la cascada de agua antes de la caída de la estalagmita con su hueco a mado de uretra. De alguna manera es una gárgola de la naturaleza y como las gárgolas catedralícias cumple dos funciones, una puramente práctica que es hacer de desagüe, y la la segunda finalidad, la simbólica es ser figura de protección y de bendición de lo alto.
En la tradición china, el estudio de los elementos del paisaje, permite atribuir y derivar de su conformación unas influencias sobre el hábitat en general y el hombre en particular.
Estas consideraciones las estudia la ciencia del Feng Shui. Si analizamos este lugar con esa disposición, veremos que nos encontramos ante un paisaje que parece un macroantropos u “home grandizo”. Nos aproximamos a este lugar de la Sierra de Guara a través de una tortuosa travesía entre poblada vegetación, por un estrecho sendero de tierra que a veces discurre sobre las propias rocas. De alguna manera este barranco de San Martín es una grieta ascendente que se nos puede asemejar al discurrir entre dos piernas representadas por unas espléndidas murallas de conglomerado rocoso.
Si seguimos ascendiendo por su lecho guijarroso y pronunciado se llega hasta la ermita de San Martín y el pequeño circo de roca que cierra el barranco rodeado de acantilados.
El santuario parece surgir de entre la misma roca, que se eleva metros y metros por encima. Una cortina de agua cae desde un orificio en lo alto. Apenas los rayos del sol alcanzan a penetrar tal angostura entre los peñascos. Como podemos inferir de esta descripción, el pequeño circo que cierra el barranco representa la entrepierna o partes pudendas.
Los mirabilia de la naturaleza están ahí para testimoniar de una presencia inimaginable ante la cual acercarse a los límites del asombro y la admiración.
El cristianismo nos recuerda que la creación está toda vibrante y dinamizada por esos logoï, por esas «energías divinas» que le fue dado ver a Moisés en la Zarza ardiente: relámpagos de la Gloria divina, destellos de la Luz increada.
Todo lo que vemos, tanto alrededor nuestra como en nosotros, reproduce algo del otro mundo, proyecta de él una imagen invertida pero reconocible, exactamente como el efecto forma parte íntima de la causa eficiente. Mientras que el hombre racionalista no hace de la naturaleza más que una triste enumeración, el hombre de reflexión ve más bien el universo como un palacio de cristal. De forma tal que en ese universo se perciben simpatías, afinidades, consonancias, correlaciones. Hasta las rocas, las fuentes y las criaturas son como las réplicas de los «principios», de las «simientes esenciales», de los «arquetipos».
En tanto en cuanto estos reflejos están implicados en la transmisión de las luces del otro lado, son ellos mismos, a pesar de todo, detentores de un cierto conocimiento, de una profundidad y de una sabiduría de segundo grado; ellos no reflejan solamente la naturaleza cosmológica, sino también la naturaleza humana y la naturaleza divina; ellos nos transmiten noticias de esos ámbitos.
Toda propedéutica de la vida interior intenta en este entrenamiento del alma hacerse espejo sin mancha y correctamente orientado.
Camino hacia la Ermita
Toda cosmología tradicional es de hecho el resultado de la aplicación de los principios metafísicos a los diferentes dominios de la realidad cósmica por una inteligencia que está todavía unida al Intelecto y no se ha entregado por completo a las impresiones sensoriales. Estas ciencias también tratan del mundo natural y han producido un conocimiento del mundo que es «científico» de acuerdo con la acepción corriente del término, pero no sólo científico.
Las ciencias tradicionales del cosmos hacen uso del lenguaje del simbolismo. Pretenden exponer una ciencia y no un sentimiento o imagen poética del dominio de que se ocupan, pero una ciencia expuesta en un lenguaje simbólico basado en la analogía entre los diversos niveles de existencia. De hecho, aunque hay numerosas ciencias cosmológicas, a veces incluso varias que tratan el mismo campo y dentro de una misma tradición, se puede hablar de una cosmologia perennis que reflejan en variados lenguajes de forma y símbolo.
Hay también otro tipo de visión tradicional del cosmos que es la contemplación de ciertas formas naturales en tanto que reflejo de las cualidades divinas: la visión del cosmos in divinis. Esta perspectiva está basada en el poder de las formas para suscitar una reminiscencia en el sentido platónico, así como en la identidad esencial, y, claro está, nosubstancial, de las formas naturales con su origen paradisíaco. La realización espiritual basada en la perspectiva sapiencial implica también esta «transparencia metafísica de las formas y las realidades naturales» como necesaria dimensión y aspecto de la actitud espiritual consistente en «ver a Dios en todas partes» En realidad, las ciencias cosmológicas tradicionales se prestan a proporcionar tal soporte de contemplación independientemente de su capacidad para producir una auténtica ciencia de las realidades cósmicas. Uno se pregunta quién sabe más sobre el oso, si el zoólogo que es capaz de analizar sus hábitos externos y diseccionar su cadáver o el hombre-medicina indio que se identifica con el «espíritu» del oso. Recordemos la leyenda del hombre que vivía con el oso en esa cueva de la Val d’Onsera.
Si es verdad que las ciencias tradicionales del cosmos estudian las formas de la naturaleza en relación a sus arquetipos esenciales y que los contemplativos de estas tradiciones ven los fenómenos naturales como teofanías, es igualmente cierto que la sorprendente armonía, del mundo natural es percibida como un orden que penetra el mundo, uniendo todos los seres en una increíble red, que nos recuerda los términos de la teoría pitagórica de la armonía relacionada con el Alma del mundo.
También es imagen de la armonía de las diversas partes del cuerpo humano e imagen también de la que existe entre el cuerpo, el alma y el espíritu del hombre santo u tradicional. Si el cosmos es una cristalización de sonidos musicales y la armonía musical una clave para la comprensión de la estructura del cosmos, desde el movimiento planetario a los niveles de energía cuántica, es porque la armonía reside en el propio ser de esa realidad arquetípica a través de la cual fueron creados todos los seres. Si Dios es un geómetra que establece la medida según la cual son hechas todas las cosas, es también el músico que ha proporcionado la armonía por la que todas las cosas viven y operan y que se manifiesta de forma deslumbrante y milagrosa en el cosmos.
Magnífico ! He quedado encandilada con la lectura (sin ayahuasca),la redacción y con los misterios que desvelan el lugar. Gracias por esta percepción tuya.
ResponderEliminarRevelador, atractivo, didáctico. Lo tiene todo. Felicidades. Queremos más crónicas como ésta.
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