miércoles, 7 de diciembre de 2011

Atenea y Hefesto


 Atenea y Hefesto versus Arte y Ciencia

Píndaro  comenta que Hefesto abrió la cabeza de Zeus con su hacha minoica de doble hoja, el labrys, y que Atenea saltó de la cabeza completamente adulta «y llamó al ancho cielo con su claro grito de guerra.


 En su diálogo Crátilo, el filósofo griego Platón comenta la etimología del nombre de Atenea, a partir del punto de vista de los antiguos atenienses:
“Éste, amigo mío, tiene más peso. Ahora bien, parece que los antiguos tenían sobre Atenea la misma idea que los actuales entendidos en Homero. Y es que la mayoría de éstos, cuando comentan al poeta, dicen que Ate­nea es la responsable de la inteligencia (nous) misma y del pensamiento (dianoia). Conque el que puso los nombres pensaba, según parece, algo similar sobre ella; y, lo que es más importante, queriendo designar la «inteligencia de dios» (theoû nóēsis), dice —más o menos— que ella es la «inteligencia divina» (Theonóa), sirviéndose de la ‘a’ de otros dialectos, en vez de la ‘e’, y eliminando tanto la ‘i’ como la ‘s’. Y aun quizá ni siquiera por esta razón, sino que la llamó Theonóē en la idea de que ella, por encima de los demás, «conoce» (nooúsēs) las «cosas divinas» (tà theîa). Claro que tampoco es disparatado que quisiera también designar Ethonóē a la «inteligencia ética» (tōi éthei nóēsis), en la idea de que la diosa es esto. Y, ya sea él o algún otro, la llamaron después Athēnáa transformándolo en un nombre más bello, según creían ellos”.
Así pues, para Platón su nombre procedía del griego θεονόα Atheonóa, que los griegos racionalizaron como la mente (nous) de la deidad (theos).


En la mitología griega, Hefesto (en griego φαιστος Hêphaistos, quizá de φαίνω phainô, ‘brillar’) es el dios del fuego y la forja, así como de los herreros, los artesanos, los escultores, los metales y la metalurgia. Era adorado en todos los centros  artesanales de Grecia, especialmente en Atenas.
Hefesto era feo, lisiado y cojo. Incluso se dice que, al nacer, su madre Hera lo vio tan feo que lo tiró del Olimpo. Tanto es así, que caminaba con la ayuda de un palo y, en algunas vasijas pintadas, sus pies aparecen a veces del revés. En el arte, se le representa cojo, sudoroso, con la barba desaliñada y el pecho descubierto, inclinado sobre su yunque, a menudo trabajando en su fragua.  

La fragua de Vulcano, de Velázquez (Museo del Prado, Madrid).

 En  el pensamiento griego los destinos de Atenea, diosa de la sabiduría y la guerra y Hefesto, dios de la forja que fabricaba las armas de la guerra estaban relacionados. Hefesto y Atenea Ergane (como patrona de los artesanos) se honraban en una fiesta llamada Calceia en el trigésimo día de Pianepsio. Hefesto también fabricó muchos de los pertrechos de Atenea.



Se cuenta que Hera, mortificada por haber parido tan grotesca descendencia, lo arrojó del Olimpo. Hefesto cayó al mar, donde  dos diosas del mar, la nereida Tetis y la oceánide Eurínome, lo recogieron y lo cuidaron en la isla de Lemnos, donde creció hasta convertirse en un maestro artesano.

Tras haber fabricado tronos de oro para Zeus y otros dioses, Hefesto se vengó, de la exclusión sufrida, elaborando un trono mágico de diamante  que envió como regalo a Hera. Cuando ésta se sentó en él, quedó atrapada, incapaz de levantarse. Los demás dioses rogaron a Hefesto que volviese al Olimpo y la liberase, pero él se negó, enfadado aún por haber sido expulsado. Intervino entonces Dioniso, quien emborrachó a Hefesto y lo llevó de vuelta al Olimpo a lomos de una mula. Hefesto, contrariado por la treta y dueño de la situación, impuso severas condiciones para liberar a Hera, una de las cuales fue contraer matrimonio con Afrodita.


En el panteón olímpico, Hefesto estaba formalmente emparejado con Afrodita, a quien nadie podía poseer. Hefesto estaba contentísimo de haberse casado con la diosa de la belleza y forjó para ella hermosa joyería, incluyendo un cinturón que la hacía incluso más irresistible para los hombres.
Sin embargo, Afrodita se entregaba en secreto a Ares, el dios de la guerra, según se narra en la Odisea

Según la Ilíada  la forja de Hefesto estaba en el monte Olimpo, pero lo habitual era situarla en el corazón volcánico de la isla egea de Lemnos.  
 Platón identificó a Atenea, patrona de Atenas, con la diosa egipcia  Neith, patrona de la sabiduria, del tejido e inventora.  
De alguna manera la relación entre Atenea, Hefestos y Afrodita, podría representar la unión de la idea la habilidad y la belleza.


En la producción de cualquier cosa hecha con arte, o en el ejercicio de cualquier arte, están implicadas simultáneamente dos facultades, respectivamente  imaginativa y operativa. La primera consiste en la concepción de alguna idea en una forma imitable, y la segunda, en la imitación de ese modelo invisible en un material determinado, que es, así, informado. La imitación tiene, por consiguiente, un doble aspecto: por una parte, el trabajo del intelecto (nous) y, por otra, el de las manos (cheir).   Estos dos aspectos de la actividad creadora corresponden a los "dos en nosotros", esto es, nuestro Sí espiritual o intelectual y nuestro Ego sensitivo y psicofísico, trabajando juntos (synergo). La integración de la obra de arte dependerá de la medida en que el Ego pueda y quiera servir al Sí, o, si el patrón y el operario son dos personas distintas, del grado de su entendimiento mutuo.


La naturaleza de estas dos facultades, que son respectivamente la causa formal y la causa eficiente de la producción de obras de arte, se define claramente en la relación que hace Filón de la construcción del Tabernáculo: "Esta construcción le fue claramente explicada a Moisés en la Montaña por declaraciones divinas. Él vió con el ojo del alma las formas inmateriales (ideai) de las cosas materiales que había que hacer, y esas formas tenían que ser reproducidas como imitaciones sensibles, por decirlo así, del gráfico arquetípico y de los modelos inteligibles.     San Buenaventura, quien señala que "la obra de arte procede del artista con arreglo a un modelo existente en la mente; el artista descubre (excogitat = cintayati) antes de producir, y luego produce según ha predeterminado. Es más, el artista produce la obra externa con la mayor semejanza posible al modelo interior".  
La obra de arte es, pues, un producto a la vez de la sabiduría y el método, o la razón y el arte (sophia o Logos, y techne) .


 Reconocemos que para que algo esté hecho "bien y fielmente" es indispensable la cooperación de las manos como causa eficiente y el intelecto como causa formal. El propósito de este texto  es  apuntar sobre el hecho de que estas ideas encuentran expresión mitológica en términos de la relación entre Atenea y Hefesto, siendo la primera la diosa de la Sabiduría que surgió de la cabeza de su padre Zeus, y el segundo, el titán herrero cuyas maravillosas obras son producidas con la ayuda de Atenea como coadjutora en sinergia (syntechnos).


Atenea y Hefesto "comparten una naturaleza común al haber nacido del mismo padre" y viven juntos en un santuario (hireon) común o, por decirlo así, en la misma casa:   ella es la "mente de Dios" (he theou noesis, o nous), y es llamada también Theonoe, y él es "el noble vástago de la luz".  De ellos derivan todos los hombres sus conocimientos de las artes, ya sea directa o indirectamente.
 De esta manera es Atenea la que inspira lo que Hefesto efectúa.  
Por otra parte, cuando el "mecánico meramente productivo"   que no comprende lo que está haciendo, por muy industrioso que sea, sólo realiza la operación servil, su servicio se convierte en una cuestión de mera "labor imperita"  y él es reducido a la condición del simple esclavo que recibe dinero de un amo,  o de simple "mano" más bien que del arquitecto o amante de la sabiduría.  Ésta es precisamente la situación del moderno obrero del trabajo en cadena, en quien el sistema industrial, ya sea capitalista o totalitario, ha separado a Atenea de Hefesto.

  Podemos encontrar cierta relación entre metis griega y mâyâ hindú. Tanto en la Ilíada como en las Odas olímpicas de Píndaro,  podemos encontrar correlaciones entre  el griego technais  y el hindú mâyâbhih.  Metis como persona es la primera mujer de Zeus, renacida de su cabeza como Atenea.  La historia sagrada implica que "el dios principal siempre tiene dentro de sí a la Sabiduría."  


Estas consideraciones nos ponen ante un punto de vista que permite juzgar el arte y las manufacturas de nuestra época, en la que:
" La validación del éxito en función de las apariencias externas se ha convertido en el objetivo de nuestra civilización. En este sistema de valores las relaciones humanas adoptan los valores del vendedor ... Bajo estas condiciones, los hombres en todas partes se vuelven desagradables, brutales y crueles ... A menos que consiga librarse de la degradante tiranía de esta esclavitud a que le somete la religión de la economía, el hombre occidental está ciertamente condenado a la autodestrucción, tal como indican todos los presagios"   Hay dos actitudes: la del negociante, según la cual "por mucho... que las personas sufran, hay que dar vía libre al progreso en conformidad con la empresa industrial de la civilización" (Sir George Watt, en Indian Art at Delhi, 1912), y la del humanista, según la cual "por mucho que un sistema económico consiga crear riqueza, será inestable y demostrará ser un fracaso si durante este proceso causa sufrimiento a los hombres o del modo que sea les impide desarrollar una vida de plenitud" (Bharatan Kumarappa, ibid., p. 112).
Así pues, elijamos entre ambas. Debiendo, claro está, tener la cabeza hendida para que entren las ideas y los pies cojos para no salir del taller.


Este escrito esta extraido en parte del Crátilo de Platón y de un artículo de Ananda Coomaraswamy* 
* Athena and Hephaistos fue publicado en The Journal of yhe Indin Society of Oriental Art, vol. XV, 1947. Es el útimo artículo que escribió Ananda K. Coomraswamy. Trad. Esteve Serra, José J. de Olañeta, Ed., Ediciones de la Tradición unánime, Sophia Perennis,7, Barcelona, 1983.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Marta Robin: una mística del siglo XX


                             Marta Robin      
  
                      «Dios es el Señor de todas las almas y, para cada uno,    
                                                             Señor de todos los días».
                                Marta ROBIN. Châteauneuf-de-Galaure. 1930.
       Se llamaba Marta Robin y este año se cumplen treinta años de su muerte. Era una casi analfabeta campesina francesa de la Drôme, junto a los Alpes. Su mayor talento era el de bordar. 

Vivió 50 años postrada en cama sin comer ni beber ni dormir; sólo se alimentaba de la Eucaristía. La Ciencia nunca pudo dar una respuesta sensata a las manifestaciones que tenía esta campesina francesa


                  Murió en 1981, de modo que hace ahora treinta años que nos dejó. Su muerte pasó tan desapercibida como el aniversario que se acaba de cumplir  El filósofo Jean Guitton manifestó un entusiasmo por esta mujer en la biografía que  escribió, Retrato de Marta Robin. 
  Marta entregaba su alma a Dios, a los 79 años de edad, después de vivir los últimos cincuenta y tres paralizada en una cama, cincuenta y dos padeciendo los estigmas del Señor y los cuarenta y dos finales, ciega. Todo aquel tiempo lo pasó sin comer ni beber, en un sacrificio deliberado, ofrecido de modo voluntario y expiatorio. Pero no le costaba gran esfuerzo: “Tengo deseos de gritar a los que me preguntan si como, que yo como más que ellos, pues me alimento en la Eucaristía de la sangre y la carne de Jesús. Tengo deseos de decirles que son ellos quienes impiden en sí los efectos de este alimento”.
Lo cierto es que Marta no podía tragar la hostia que ponían sobre su lengua. La absorbía sin comerla, produciendo unos efectos espirituales inmediatos sobre ella: “Es como si un ser vivo entrase en mí”.



 Mantenía una espiración inapreciable, además

no podía moverse. En lo que parece corresponderse con un fenómeno muy peculiar de catalepsia, los miembros, de cadavérica rigidez, se extendían a lo largo del tronco. Idéntica parálisis afectaba a su cabeza y a sus piernas. Las cortinas -frente al camastro de ciento diez centímetros- siempre estaban echadas, porque Marta, pese a su ceguera, no soportaba la luz. Su postura era siempre la misma: levantada la cabeza sobre dos almohadones, la mano derecha sobre el abdomen y las piernas dobladas y arqueadas. Jamás salió de allí, su hogar paterno.
 Los síntomas de su enfermedad se manifestaron de modo terrible desde el primer momento; las mejoras y las recaídas se sucedieron ininterrumpidamente, durante un periodo de diez años. Marta luchó contra el mal largo tiempo, pero cesó en su oposición cuando comprendió que la enfermedad la uniría a Cristo.
 Muy pronto, en octubre de 1930, se le produjeron los estigmas de Jesús en pies y manos, en la cabeza -como reflejo de la coronación de espinas- e incluso en el costado derecho. Muchas noches, las llagas comenzaban a sangrarle de modo espontáneo, y los jueves Marta vivía la pasión de Cristo.  


 Durante décadas, Marta recibió un increíble número de visitas en su habitación. Se calcula que no menos de cien mil, lo cual arroja una inmensa cantidad de personas que pueden testimoniar lo misterioso de lo que allí sucedía. Naturalmente, muchos se acercaban para ver al ‘monstruo de feria’, sin más interés que el del exotismo. Ella recordaba que “no era una pitonisa ni una echadora de cartas”.
 Esta mujer, a pesar de su estado, no tuvo nunca ningún  desvarío. 

 Muchos vecinos acudian para consultarle todo tipo de cuestiones. Los niños subían por los laterales de su cama. Ella siempre se ofreció para escucharlos a todos. Probablemente por eso desarrolló en 1936 los Foyers de Charité, extendidos hoy por unos setenta países, que organizan retiros espirituales y ayudan a los presos y a los misioneros en su labor por los cinco continentes. No en vano, uno de aquellos vecinos que solían acudir hasta su cama con cierta asiduidad reflexionaba que en aquella habitación “no existían los problemas, solo las soluciones.


    
Por supuesto, no faltaron políticos, pensadores y médicos, algunos de estos descreídos o ateos, que trataban de descubrir en qué podía residir la impostura de aquella mujer de la que se decía que ni comía ni bebía ni dormía, pues aquello era, sencillamente, imposible. Trataban entonces de diagnosticar algún género de locura, daño psicológico, enfermedad mental de cualquier género, en fin, pero se iban con las manos vacías; convencidos de la absoluta ausencia de desvarío en la mujer porque, como escribió Guitton, “cada uno en aquella habitación se sentía unido a sí mismo, a los otros y a Dios”.
   Siempre inmóvil, recostada en una cama de metro diez, con un par de almohadones que elevaban su espalda y sujetaban la cabeza, y con la mano derecha sobre la barriga. Las piernas en forma de M mayúscula, vueltas sobre sí misma y los muslos ligeramente doblados sobre la pelvis. 
Sin probar en todo el día ni comida ni bebida. Sin dormir ni poder ver. Vivía en una permanente oscuridad. 


Su trabajo era «recibir», y sus visitas apenas vislumbraban su cara. Marta Robin era sobre todo voz. Quienes la conocieron dicen de ella que modulaba gran cantidad de sonidos. Su voz podía pasar con gran facilidad de infantil, juguetona, tímida, dulce o melosa, a firme, voluminosa o directa. Lo que más sorprendía a los visitantes era ese cambio, a veces, brusco, del registro de voz. 

 

   Muchos la definieron como mística. Una «Catalina Emmerich» del siglo XX. Una mujer capaz de hacer coincidir en su persona el cielo y la tierra.  
 Entre las miles de visitas que recibió Marta muchas tenían un ingrediente detectivesco. ¿Cómo logrará vivir esta mujer sin comer, ni beber y sin dormir ni un solo día en años?, ¿quién avitualla clandestinamente a esta mujer?, ¿dónde está el truco de esta gran ilusionista? Un caso tan extraordinario era normal que atrajera a tantos curiosos y que interpelara a creyentes y no creyentes. Decenas de médicos, muchos de ellos ateos, pasaron por su habitación para diagnosticar una locura, un estado de ansiedad desproporcionado o cualquier otro tipo de enfermedad mental. Pero nada de nada. La ciencia no fue capaz de explicar que le pasaba a esta pequeña campesina.

 



 En otro momento comentó: «Tengo deseos de gritar a los que me preguntan si como, que yo como más que ellos, pues yo me alimento en la Eucaristía de la sangre y la carne de Jesús. Tengo deseos de decirles que ellos impiden en sí los efectos de este alimento. Bloquean sus efectos». 

 El jueves revivía la Pasión de Cristo
 El jueves era el otro día «grande» para Marta. Revivía semanalmente la Pasión. Sus ojos comenzaban a llorar sangre, uniéndose así a las llagas de sus manos, pies y costado que tampoco cesaban de expulsar líquido durante todas las noches de la semana. 

A las veintiuna horas, con la puntualidad que marca un reloj, comenzaba a murmurar débilmente: «Padre mío, Padre mío, que se aparte de mí este cáliz, pero que se haga tu voluntad». A continuación se producía como un gemido o una melopea melódica en tres notas, que, según los presentes, «podía compararse a los pequeños gritos que da un recién nacido». 

 

La Pasión contada por el sacerdote que le atendía
 El Padre Finet, fiel colaborador de Marta, y testigo de esta Pasión semanal, cuenta su experiencia: «Yo volvía el viernes hacia las dos de la tarde. Para reproducir las tres caídas de la Pasión, Marta había sido movida. Yo la tornaba a su posición; ponía su cabeza en la almohada. Esa cabeza caía sobre el cojín, donde ordinariamente había un chal blanco. Añadiré que, en el momento de la estigmatización, a comienzo de octubre de 1930, Jesús, no sólo la marcó aquel día con los estigmas en los pies, las manos y el costado derecho, sino que además le encasquetó su corona de espinas profundamente en la cabeza, y Marta se puso a sangrar no sólo de los pies, manos y costado, más igualmente en toda su cabeza; y comenzó a verter cada noche lágrimas de sangre. Fue en ese momento cuando Jesús le dijo que la había elegido para que ella viviera su pasión más que nadie, después de la Virgen, y que nadie después la viviría más totalmente. 

Jesús añadió que cada día aumentaría más su sufrimiento y que, por esto, no dormiría jamás durante la noche». 

 Volved con nosotros
 A la hora que llegaba el Padre Finet, el viernes, se cerraba el ciclo de la Pasión. Marta, que hasta el momento había lanzando continuos gemidos de dolor, cesaba sus quejidos y repetía las palabras de Jesús en la Cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu». En ese momento daba un profundo suspiro para quedarse completamente inmóvil, sin apenas respiración. Tras dos horas como muerta, Marta volvía a gemir. Esos gemidos se prolongaban hasta la tarde del lunes. A partir de ahí, y hasta el martes, Marta entraba en un éxtasis del que salía con dificultad y con ayuda del Padre Finet: «Hija mía, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, por María, madre nuestra, os lo ordeno: volved a nosotros». 


Marta Robin a las pocas horas de fallecer en su lecho, su rostro sereno


 Sufrimientos morales, sobre todo
 Marta solía comentar que sus sufrimientos físicos no podían compararse con los padecimientos que sentía en el orden moral. La Pasión de los viernes era para ella como una entrada en las tinieblas que le provocaba una gran desolación. De alguna manera sentía que representaba a la humanidad del siglo XX que había oficializado la ruptura con Dios, y experimentaba en su propio ser ese abandono.

 Una historia ocultada
 Al morir Marta en 1981, pocos fueron los que se enteraron, y menos la prensa. Otra historia ocultada. Lo extraordinario de su caso lo dejó dictado: «Mi ser ha sufrido una transformación tan misteriosa como profunda. Mi felicidad es divina. Y, ¡cuánta agonía de la voluntad para morir a mí misma! Jesús se hacia tan tierno para un alma sangrante, tomando sobre él todo lo penoso de la prueba, dejándome el mérito de seguirle sin resistencia».



Más información aquí:
http://www.conocereisdeverdad.org/website/index.php?id=5649

jueves, 24 de noviembre de 2011

Las profecías de los hadices acerca del destino del Islam


Las profecías de los hadices
 En muchas de sus declaraciones el profeta Mahoma advirtió de que su pue­blo, su comunidad, caería en la decadencia, ya que los seres humanos sólo serían musulmanes de palabra, mientras que cometerían los mismos deli­tos que otros habían cometido antes que ellos. Textualmente dice:  Llegará para mi umma un tiempo de desgracias en el que los hombres acudirán a sus teólogos en busca de guía, pero los encontrarán como cer­dos y monos. 59 (Kanzul Ammal)

Puerta de la Basílica del Pilar, alusión al "Dies Irae"

Hazrat Alí, que más adelante llegaría a ser cuarto califa, cuenta que el santo profeta dijo: Pronto llegará un tiempo en el que del Islam no quedará más que el sim­ple nombre. Nada quedará del Corán más que sus palabras. Las mezqui­tas estarán llenas de devotos, pero éstos estarán privados de la orienta­ción divina. Los sabios religiosos de ese tiempo serán las peores criaturas (de la tierra) bajo el cielo. La corrupción procederá de ellos, y a ellos vol­verá. (Mishkat, Kitabul Ilm)
El santo profeta dijo: «Pronto desaparecerá del mundo el saber (reli­gioso), hasta que ya no quede nadie que comprenda las palabras de la sabiduría y la inteligencia (del Corán)». Sus seguidores le preguntaron cómo podía ocurrir, si el Corán estaba con ellos, y ellos lo entregarían a sus descendientes. El santo profeta respondió: «¿Acaso los cristianos no tienen la Biblia y la Tora? ¿Y qué provecho extraen de ellas?» (Asad­ul-Ghabah)

El lapso de tiempo durante el cual se prolongó la época dorada del Is­lam también fue delimitado con mucha precisión por el profeta Mahoma: «El santo profeta dijo: "Los signos (de la caída) aparecerán después de dos­cientos años".»
Aun así, también transmitió la noticia de que Dios siempre se ocupa­ría de que los musulmanes tuviesen una guía, enviando reformadores:

El santo profeta dijo: «A comienzos de cada siglo Alá enviará un mujad­did (reformador) para su umma, que limpiará su religión (de impurezas) y la reformará». (Mishkat, Kitabul Ilm; Abu Dawud, Kitabul Malaham)
Una sentencia que describe el lento proceso de atrofia en el que entrará el Islam con las siguientes palabras:

El santo profeta dijo: «Alá no privará a los seres humanos del conoci­miento de manera repentina. Lo que ocurrirá es que cuando un sabio muera, no habrá ninguno que lo sustituya. Los hombres elegirán como sus jefes a personas ignorantes y les pedirán que solucionen sus proble­mas. Éstos los guiarán sin siquiera conocer (el Islam). De este modo los jefes irán mal encaminados y guiarán erróneamente a los hombres.» (Buk­hari, Kitabul Ilm)

Naturalmente, los pensamientos del Profeta, que se preocupaba por el destino de su pueblo, giraban en torno a un tiempo en el que el Islam vol­vería a florecer. Esa época corresponde al lapso de tiempo en el que ten­dría lugar el juicio final (Qiama). Si consideramos la sentencia que dice que los primeros signos al respecto aparecerían doscientos años después del Profeta y tenemos en cuenta la afirmación hecha por éste de que Alá enviaría al Mahdi transcurridos otros mil doscientos cuarenta años (An Naj­mussaqib), llegamos a nuestra época: mil cuatrocientos cuarenta años des­pués del Profeta, que vivió en el siglo VII. Podemos encontrar una gran can­tidad de sentencias relativas a la situación de la tierra en el momento del «resurgimiento». Así: El santo profeta dijo: «Cuando el margen de confianza sea defraudado, (tendréis que) esperar a la "siembra" (tiempo prometido, juicio final)». Cuando le preguntaron cómo se defraudaría el margen de confianza, el santo profeta respondió: «Cuando se nombre para ocupar cargos a aque­llos que no lo merecen y que no tienen la capacidad necesaria para eje­cutar (correctamente) su función. En ese tiempo deberéis esperar a la "siembra" (tiempo del castigo).» (Bukhari, Kitabul Ilm)

Teniendo en cuenta la corrupción creciente de los políticos de todas par­tes del mundo, no nos queda más remedio que pensar que este signo del fin de los tiempos ya ha aparecido.  

Probablemente la desaparición de la sabiduría se refiera a la ausencia de saber religioso y de una comprensión correcta de las cuestiones espiri­tuales. Aparecerá una gran cantidad de personas que afirmarán tener co­nocimientos acerca de las cosas del espíritu, pero en realidad no será más que «estupidez».  
Abu Huraira relató que el santo profeta había dicho: «La destrucción de mi pueblo se producirá a manos de los jovénes (de la tribu) de los Qurays (una de las tribus árabes de la Meca)». (Bukhari)

Y también: Thauban relató que el santo profeta había dicho: «Para mi pueblo sólo temo a los jefes que guían equivocadamente a los seres humanos, puesto que cuando mis seguidores usen la espada, no volverán a envainarla hasta el día del resurgimiento». (Abu Dawud y Tirmidhi)

 De entre los signos de los últimos días, el suceso más terrible es la aparición del Dajjal. De acuerdo con los hadi­ces, ha habido varios Dajjals, es decir, individuos que personifican el mal, o poderes que se apoyan en el materialismo egoísta. Leamos seis hadices a este respecto:

Imran bin Husain relató que había oído decir al santo profeta: «Entre la creación de Adán y la llegada de la última "Hora" no hay ningún otro asunto más importante que el Dajjal». (Muslim)

Abdallah relató que el santo profeta había dicho: «Alá no se oculta ante vosotros, Alá el Grande no es tuerto, pero el Anticristo es ciego del ojo derecho, su ojo parece una uva hinchada». (Bukhari y Muslim)
Anas relató que el santo profeta había dicho: «No hay profeta que no haya alertado a su pueblo del embustero tuerto. Yo os digo que es tuerto, pero vuestro Señor no es tuerto. En su frente tiene (grabadas) las letras K, F, R. (Kafir)» (Bukhari y Muslim)


Abu Huraira relató que el santo profeta había dicho: «Dejadme que os diga acerca del Dajjal algo que todavía ningún profeta ha comunicado a su pueblo. Es tuerto y traerá algo parecido a un paraíso y un infierno, pero a lo que él llamará paraíso será el infierno. Yo os advierto, igual que Noé advirtió de él a su pueblo.» (Bukhari y Muslim)

Hudhaifa relató que el santo profeta había dicho: «Aparecerá el Dajjal y traerá consigo fuego y agua, y lo que a la humanidad le parecerá agua, será fuego ardiente, y lo que percibirán como fuego, será agua fría y dulce. Si alguno de vosotros llega a vivir hasta ese momento, debe saltar al fuego, porque es agua dulce y fresca.» (Bukhari y Muslim)

Muslim dice también: «El Dajjal tendrá un ojo nublado, cubierto por una película áspera, y en su frente estará escrito Kafir (incrédulo). Cualquier musulmán podrá leerlo, sepa o no leer y escribir.»


 La afirmación de que el Dajjal es tuerto, puede sig­nificar que sólo conocerá una parte de la vida, en concreto la razón y lo mate­rial. Será ciego ante la verdad espiritual de la Fe. Uno de sus ojos podrá ver con agudeza, lo que significa que a través de él se alcanzarán innume­rables conquistas materiales   Otro hadiz dice que devolverá la vida a camellos y a hombres muertos.   
  Las letras K F R (es decir, Kafir, 1a palabra árabe para incrédulo) serán una parte enor­memente importante de su pensamiento. El hombre moderno, que se tiene por ilustrado, negará la existencia de Dios y hará de la propagación del ateísmo su principio más importante. La indicación de que todos los musulmanes po­drán leer esa palabra es un indicio de que su pertenencia nominal al Islam en realidad será «falta de fe», porque no llevarán a la práctica la sabiduría del Corán y se orientarán por las interpretaciones externas.
 El Dajjal  puede personalizarse en  algún gobernante, pero posíblemente Se refiera a un prin­cipio con diversos niveles que se podría caracterizar por  valorar la ha­bilidad material, la pompa mundana y por declarar enunciados falsos acerca de la ver­dad espiritual. Este será derrotado por la segunda venida de Jesús, hijo de la Virgen María.

Hay otros  signos referentes a las circunstan­cias del «día prometido» mencionados por los hadices. Por ejemplo:

Hazrat Abu Saeed Khidri transmite que el santo profeta ha dicho: «Lle­gará la gran revolución, cuando los animales se comuniquen con los hom­bres y cuando el hombre hable con el extremo de su bastón y con sus cordones, y sus piernas le cuenten todo lo ocurrido en su ausencia. (Tir­midhi)

Hay actualmente estudios centrados en comunicarse con monos y delfines.  Sobre  el “extremo del bastón” , puede hacer re­ferencia a los modernos medios de comunicación.  

viernes, 21 de octubre de 2011

Ser Conservador, Titus Burckhardt


Ser Conservador  Titus Burckhardt




Titus Burckhardt, suizo-alemán, nació en Florencia en 1908 y murió en Lausana en 1984; fue sobrino-nieto del famoso historiador Jacob Burckhardt . En la década de 1930 pasó algunos años en Marruecos. Destacó como uno de los exponentes de la "sabiduría perenne" o "verdad universal" de la metafísica, la cosmología y el arte tradicional". Fue miembro eminente de la "escuela tradicionalista" del siglo XX, que incluía en sus filas a F. Schuon, M. Lings, S. H. Nasr, A. Coomaraswamy y R. Guénon.  Burckhardt se convirtió al islam, aprendió árabe y entró en contacto con el sufismo. 


                    Si se dejan de lado todas las implicaciones política que posee este término, el «conservador» es ante todo alguien que se esfuerza por «conservar». Para determinar si tal actitud es acertada o errónea, basta considerar lo que se intenta conservar. Si las estructu­ras sociales que se defienden -y, por otra parte, siem­pre se trata de esto- están en conformidad con la fina­lidad más alta de la vida humana y corresponden a las necesidades profundas del hombre, ¿por qué esas estruc­turas sociales no habrían de ser tan buenas, e incluso mejores, que todas las innovaciones que el transcurso del tiempo puede aportar? Parece normal seguir un razo­namiento como éste, pero el hombre contemporáneo ya no razona normalmente. Incluso cuando no despre­cia sistemáticamente el pasado y no pone todas sus esperanzas únicamente en el progreso técnico para mejorar la suerte de la humanidad, tiene generalmente un pre­juicio contra toda actitud conservadora. Pues, de hecho, ya tenga conciencia de ello o no, está influido por la tesis materialista según la cual toda forma de «conser­vadurismo» va contra el principio de cambio inherente a la vida y conduce al «estancamiento».

 Sigfrido o Sigurd 

El estado de penuria en que se encuentra hoy el conjunto de los pueblos que no han seguido el tren del progreso técnico parece confirmar esta tesis; en rea­lidad, se omite observar que aquí hay una incitación a un desarrollo cada vez mayor, más que una explicación de los hechos. La idea de que todo deba ser arrastra­do en este cambio constante es un dogma moderno, que tiende a imponerse de forma absoluta en el espí­ritu de nuestros contemporáneos. Se oye proclamar en un tono perentorio, incluso por parte de los que se consideran cristianos, que el hombre mismo está inclui­do en esa evolución general; y no sólo desde el punto de vista de los sentimientos, de los juicios que están efectivamente influidos por nuestro entorno, sino tam­bién de la propia naturaleza humana, la cual, según ellos, está sometida a la ley universal del cambio. Exis­te la idea familiar de que el hombre está en curso de evolución y debe evolucionar hacia una especie supe­rior; el hombre del siglo veinte, por consiguiente, es, según esto, diferente del hombre de las épocas pasa­das. En todo esto se pierde de vista esta verdad esen­cial, proclamada por todas las religiones, a saber, que el hombre es el hombre, y no sólo un animal entre los
demás, por el solo hecho de que lleva en sí mismo un centro espiritual que no está sometido al principio cós­mico del cambio. En ausencia de este centro espiritual, que es la fuente de nuestras capacidades de razona­miento -y que, por tanto, se puede definir como el ór­gano espiritual que vehicula el sentido de la verdad-, no seríamos siquiera capaces de constatar el cambio que se opera en el mundo que nos rodea. En efecto, como lo enuncia Aristóteles, los que declaran que todo, incluida la verdad, se encuentra en un estado de flujo perpetuo se condenan a la contradicción interna: si nada resiste a ese flujo incesante, ¿sobre qué base pue­den, pues, formular un juicio válido?
Aquí, sin duda es necesario recordar que el centro espiritual del ser humano es mucho más que la sola psi­que, la cual está sometida a los instintos y a las impre­siones de toda clase, y que asimismo es muy superior al pensamiento racional. Hay en el ser humano algo que lo enlaza con lo Eterno y que se encuentra precisamente en el punto en que «la luz que ilumina a todo hombre que viene al mundo» (Juan 1,9) se refleja en el plano de nuestras facultades psíquicas y físicas.
Si bien este «núcleo» inmutable del corazón del hom­bre no puede ser percibido directamente -del mismo modo que no se puede captar el punto sin dimensio­nes del centro de un círculo-, se sabe sin embargo por qué vías es posible acercarse a él. Semejantes a los radios que convergen hacia el centro de una rueda, estas vías de acceso constituyen la base inmutable de todas las tra­diciones espirituales. Tomadas como reglas normativas para la acción, y para las estructuras sociales que se con­ciben en función del centro espiritual del hombre, estas vías constituyen igualmente la base de toda actitud con­servadora auténtica; tanto es así que el deseo de con­servar ciertas estructuras sociales sólo tiene sentido si estas últimas se fundamentan en el centro inmutable de la condición humana. Esta condición, por lo demás, deter­mina igualmente su capacidad para mantenerse a lo largo del tiempo.
En una cultura que, desde su misma fundación, y en virtud de sus orígenes sagrados, está orientada hacia ese centro espiritual, y por ello mismo hacia el orden eterno, la cuestión del valor, o de la justificación, de la actitud conservadora ni siquiera se plantea. No existe, por otra parte, ninguna palabra para definir este con­cepto, de tan evidente que es. En una sociedad cristia­na se es cristiano, al igual que se es musulmán en una sociedad islámica, budista en una sociedad budista, y así sucesivamente. Sin lo cual no se puede pertenecer a estas sociedades respectivas, ni tomar parte en su fun­cionamiento; uno sólo podría mantenerse aislado, o bien oponérseles de modo secreto y disimulado.
Este tipo de culturas viven en función de una ener­gía espiritual que pone su sello en todas las formas, desde las más altas hasta las más mínimas; es así como estas culturas son verdaderamente fecundas y creativas. Al mismo tiempo, estas culturas necesitan fuerzas de conservación, sin las cuales su organización no tardaría en disolverse. Basta, por lo demás, que este tipo de socie­dad tradicional sea más o menos coherente y homogé­nea para que la fe, la fidelidad a lo sagrado y una acti­tud «conservante» o conservadora se reflejen unas en otras como una serie de círculos concéntricos.
La actitud llamada conservadora sólo se vuelve pro­blemática a partir del momento en que el orden social ya no está determinado por el orden eterno de las cosas, como es el caso en la Europa de los tiempos modernos. La cuestión que se plantea entonces es la de saber qué fragmentos o vestigios del orden tradicional, que anta­ño englobaba todos los ámbitos, merecen ser preserva­dos prioritariamente para tal o cual ámbito de la vida colectiva. En cada fase histórica de una sociedad (y estas fases se suceden ahora a un ritmo cada vez más rápi­do), los prototipos originales se vuelven a encontrar en un grado o en otro. Aun cuando el orden primordial esté destruido, quedan de él, sin embargo, ciertos ele­mentos, que conservan una relativa eficacia. Después de cada ruptura con el orden antiguo se establece un equi­librio nuevo, por muy fragmentario e incierto que sea. Ciertos valores esenciales se han perdido irremediable­mente en el camino, mientras que otros, más secunda­rios al principio, se ven situados en primer plano. Si se quiere evitar que incluso estos últimos se pierdan a su vez, vale más conservar el equilibrio existente que vol­ver a ponerlo todo en cuestión en un intento arriesga­do de efectuar una renovación total.
Cuando la alternativa se presenta concretamente en la Historia, la palabra «conservador» hace su aparición. En Europa hizo fortuna por primera vez en la época de las guerras napoleónicas. Este término está definitiva-mente marcado por el dilema que lleva en sí intrínse­camente. El «conservador» siempre es sospechoso de querer preservar solamente sus privilegios, por modes­tos que sean. En estas condiciones, la cuestión de saber si lo que se quiere conservar vale o no la pena está vicia­da de entrada. Y sin embargo: ¿por qué habría que excluir que las ventajas privadas de tal o cual grupo coincidie­ran con la justicia? ¿Y por qué determinadas jerarquías y obligaciones sociales no podrían ser fuente de buena inteligencia entre los individuos?

Editado por Olañeta

La manera en que razonan nuestros contemporá­neos demuestra claramente que la inteligencia profun­da tiene muy pocas posibilidades de desarrollarse a falta de un medio favorable desde este punto de vista. Sólo muy escasos individuos -en general los que en su juven­tud han podido conocer algunos recuerdos del orden antiguo, o los que han tenido la ocasión de entrar en contacto con una cultura todavía tradicional en Orien­te- son capaces de imaginar la felicidad y la paz inte­rior que puede conferir un orden social jerarquizado de acuerdo con las vocaciones naturales y las funciones espirituales. Y todavía hay que añadir que procura estos beneficios no sólo a la élite dominante, sino también a las clases trabajadoras.
Dicho esto, no hay ninguna sociedad humana, por muy justa que sea globalmente, que no contenga males relativos. Sin embargo, hay un medio seguro y fácil de determinar si tal o cual orden social ofrece o no la feli­cidad a la mayoría de sus miembros: la consideración de los objetos de arte y de todos los productos artesanales,
que no sólo tienen una vocación utilitaria, sino que mani­fiestan cierto gozo creativo. Una cultura en la que las artes son privilegio exclusivo de una clase particularmente educada, de modo que ya no se encuentra en ella arte popular o un lenguaje artístico que pueda ser comprendido por todos, es un fracaso completo desde este punto de vista. El éxito extrínseco de una profesión se mide por los beneficios que garantiza; pero su éxito intrínseco resi­de en su capacidad para recordar al hombre su verda­dera naturaleza, querida por Dios. A este respecto, éxito extrínseco y éxito intrínseco no coinciden siempre. Labrar la tierra, rezar para que llueva, crear objetos útiles y for­mas inteligibles a partir de las materias primas que ofre­ce la naturaleza, compensar la indigencia de unos con el exceso de riqueza de otros, reinar estando dispuesto a sacrificar la propia vida por aquellos sobre quienes se reina, enseñar por amor a la Verdad: he aquí algunas de esas ocupaciones tradicionales que llevan en sí mis­mas su propia recompensa. Uno tiene derecho a pre­guntarse si el «progreso» las ha promovido o rebajado.
En nuestros días son numerosos los que piensan que el hombre realiza su verdadero destino en el trabajo, manejando una máquina. No: su destino verdadero e integral, el hombre lo realiza cuando reza e invoca la bendición divina, cuando dirige y combate, siembra y cosecha, sirve y obedece. He aquí lo que conviene a la naturaleza humana.
Cuando la urbanización que tiende a caracterizar a la vida moderna exige que el sacerdote se despoje de los signos exteriores de su función y se ponga a imitar tanto como sea posible el modo de vida de los laicos, tenemos ahí una prueba de que esta mentalidad urba­na ha perdido de vista la verdadera naturaleza del hom­bre. En efecto, percibir al hombre en el sacerdote equi­vale a reconocer que la naturaleza humana, en su fondo, se revela infinitamente mejor en la dignidad sacerdotal que en la condición del hombre «corriente». Toda cul­tura teocéntrica reconoce una jerarquía más o menos explícita de clases, o «castas», sociales. Esto no quiere decir que esa cultura vea al hombre como un fragmento aislado que sólo puede alcanzar su plenitud en el marco de una comunidad. Al contrario, esto significa que la naturaleza humana como tal es con mucho demasiado rica para que todo el mundo, en todo momento, pueda realizar todas sus diferentes facetas. La perfección huma­na no reside en la suma de todas estas facetas, o fun­ciones, sino más bien en su quintaesencia. Si ha habi­do sociedades fuertemente jerarquizadas que han podido mantenerse durante milenios, esto no se explica por la pasividad de los pueblos ni por el poder de los sobe­ranos, sino por el hecho de que ese orden social corres­pondía a la naturaleza humana.
Existe un error muy difundido según el cual la clase más naturalmente conservadora es la burguesía. Ahora bien, esta última se identifica en el origen con la cultu­ra de las ciudades, en las que, desde hace quinientos años, han nacido todas las revoluciones. Es cierto, sin embar­go, que la burguesía, sobre todo después de la Revolu­ción francesa, ha desempeñado a menudo un papel con­servador, e incluso, a veces, ha adoptado ciertos ideales


aristocráticos, aunque no sin explotarlos en su prove­cho, lo que ha tenido como consecuencia su gradual falsificación. En el seno de la burguesía hubo igualmente individuos cuyo conservadurismo descansaba en bases inteligentes, pero siempre fueron una minoría, y esto desde el principio.
El campesino, en cambio, es generalmente conser­vador; lo es, si puede decirse así, por experiencia, pues él sabe -pero `cuántos lo saben todavía- que la vida de la naturaleza depende de la renovación constante de innumerables fuerzas estrechamente vinculadas unas con otras y que deben mantenerse en equilibrio. Y no se puede tocar un solo componente de este equilibrio sin provocar el hundimiento de todo el conjunto. Basta des­viar el curso de un río para modificar la flora de una región entera o para eliminar una especie animal, lo que dará lugar inmediatamente a la proliferación catas­trófica de otra especie. El campesino no cree que la llu­via y el buen tiempo puedan crearse a voluntad.
De todo esto no hay que concluir que el punto de vista conservador esté ligado ante todo al sedentarismo y a la vinculación a una tierra: está demostrado que nadie en el mundo es más conservador que los nóma­das. En el viaje perpetuo que es su vida, el nómada se dedica a preservar el patrimonio que constituyen su len­gua y sus costumbres; resiste con pleno conocimiento de causa a la erosión del tiempo, pues ser conservador no significa ser pasivo, ni mucho menos.
Se trata de un signo eminente de nobleza; el nóma­da, en esto, se parece al aristócrata, o, más exactamente, la nobleza inherente a la casta guerrera tiene muchos puntos comunes con el alma del nómada. Por otro lado, la experiencia de una aristocracia que no ha sido corrom­pida por la vida de corte o por las costumbres urbanas, sino que ha permanecido próxima a la tierra, se pare­ce al tipo campesino descrito más arriba, con la dife­rencia de que el noble del campo siempre tiene un terri­torio y un entorno humano más vastos que el simple campesino. Cuando la aristocracia es consciente, por herencia y por educación, de la unidad esencial de las fuerzas de la naturaleza y las potencias del alma, posee una superioridad que no se puede adquirir de ninguna otra manera. Y quien se sabe dotado de una auténtica superioridad tiene derecho a ejercerla, exactamente igual que quien ha alcanzado la maestría total de un arte tiene derecho a poner su propio juicio por encima del juicio de los ignorantes.
Debe quedar bien claro, sin embargo, que la posi­ción predominante de la aristocracia está ligada a dos condiciones, una natural y la otra ética: la condición natural es que, en el seno de una misma tribu o fami­lia, se puede esperar, por regla general, la transmisión hereditaria de ciertos dones y ciertas cualidades; la con­dición ética viene resumida en el dicho nobleza obliga. Cuanto más elevados son el rango social y los privilegios que le corresponden, más grandes serán los deberes y las responsabilidades. Inversamente, cuanto más bajo es el rango, más reducido es el poder y más limitados son los deberes; en lo más bajo de la escala se encuentran las personas completamente pasivas, que apenas tienen
responsabilidades éticas. Si las cosas, en este terreno, no son siempre lo que deberían ser, no hay que buscar la causa principal de ello en la herencia natural, pues esta última funciona bastante bien como para garantizar inde­finidamente la homogeneidad de una casta. Hay que bus­car más bien la fuente de esa imperfección en la trans­gresión del principio moral mencionado más arriba, y que exige un justo equilibrio entre derechos y deberes. Ningún sistema social puede impedir los abusos de poder; semejante sistema, si existiera, no sería humano, puesto que el hombre sólo es hombre si responde al mismo tiempo, y por su propia volición, a una vocación natu­ral y a una vocación espiritual. El abuso de una autori­dad hereditaria, por consiguiente, no prueba nada con­tra la validez del principio de la aristocracia. En cambio, la vocación ética de esta última queda demostrada ente­ramente con el ejemplo del pequeño número de aque­llos que, cuando fueron despojados de sus privilegios ancestrales, no renunciaron por ello a la responsabili­dad moral que habían heredado.
Numerosos son los países en los que la aristocracia ha perdido el poder a causa de su autoritarismo; pero la nobleza ha sido desposeída no tanto por su autori­tarismo respecto a las clases inferiores como a causa de sus transgresiones tiránicas de la ley superior de la reli­gión, su única base moral de legitimidad y la única capaz de templar con la misericordia la autoridad de los pode­rosos de este mundo.
Después del derrumbamiento no sólo de la jerar­quía social, sino de casi todas las estructuras tradicionales, las personas que han conservado, con toda luci­dez, una mentalidad conservadora ya no tienen nada a lo que agarrarse. Se encuentran aisladas en un mundo completamente esclavizado que hace alarde de libertad, que se jacta de ser rico y diverso mientras que su uni­formidad lo aplasta todo. No se cesa de clamar que la humanidad está en la vía de un progreso continuo, que el ser humano, después de haber «evolucionado» duran­te millones de años, ha iniciado ahora una mutación decisiva que debe conducirle a su victoria final sobre las condiciones materiales de la vida. El conservador lúcido e inteligente está solo en medio de una multi­tud delirante, es el único que permanece despierto en medio de un pueblo de sonámbulos que toman su sueño por la realidad. Sabe, por experiencia y por discerni­miento, que el hombre, a pesar de su obsesión por el cambio, sigue siendo el mismo, para lo mejor y para lo peor. Las preguntas fundamentales que plantea la con­dición humana siguen siendo las mismas; las respuestas a estas preguntas son conocidas desde la noche de los tiempos, y, en la medida en que el lenguaje humano puede expresarlas, han sido transmitidas, desde siem­pre, al hilo de las generaciones. Este legado precioso es lo que importa ante todo al conservador lúcido e inte­ligente.
Dado que en nuestros días casi todas las formas de vida tradicional han sido destruidas, el conservador no tiene sino raramente la ocasión de tomar parte en una tarea que posea, por su significado y su utilidad, un valor universal. Pero toda medalla tiene su reverso: la desaparición de las formas tradicionales nos pone a prue­ba y nos obliga a dar muestras de discernimiento. En cuanto a la confusión que reina a nuestro alrededor en el mundo, nos impone dejar de lado todos los accidentes para volvernos resueltamente hacia lo esencial.
  

miércoles, 12 de octubre de 2011

El "Nuevo Nacimiento" y el Pilar


                                                                            “Que el Dios que ha nacido de nuevo como hombre nos                     
                                                       ayude a este nacimiento, para que nosotros, pobres hijos de la   
                                                       tierra, nazcamos en él en tanto que Dios; ¡que nos ayude a   
       ello eternamente! Amén”.

                                                                     Del Nacimiento Eterno;  Meister Eckhart



      Consideraremos la traducción numérica del hexagrama presente en los cimborrios de la Basílica del Pilar, formado por seis líneas, alternativamente continuas y discontinuas, que correspondería en lenguaje informático a un «byte» de seis «bit».  Si a esta cifra del lenguaje informático le asignamos, como ya lo hizo Leibniz, a la raya continua el valor uno y a la raya partida el valor cero, comprobaremos que reproduce al número 42 en cifras binarias.
Este número 42, además de otras relaciones, tiene una representación vertida en la liturgia de la festividad de la Virgen del Pilar.
Vamos ha realizar un circunloquio alrededor del “Pilar” para considerar  diferentes vertientes que lo relacionan con este número.


       Si seguimos la exégesis de Clemente de Alejandría y Orígenes,  la palabra «Pascua» la hacen derivar del hebreo  Fas פסח (pésaj)que significa pasaje.   Desde entonces, la Teología de la fiesta se centra en la Resurrección y se expresa mediante la idea de una travesía (diabasis), un ir más allá, un saltar (hyperbasis), un acceder a una nueva vida en otro mundo.    De tal forma la  Pascua cristiana es por excelencia la imagen de la  re-creación del universo.
La fiesta judía de la Pascua deriva de los capítulos XII y XIII del Éxodo que describen la salida de los Israelitas de Egipto, así como la larga marcha de cuarenta años por el desierto del  Sinaí hacia la  Tierra  Prometida, marcha que se pautó en cuarenta y dos etapas.   Para Filón de Alejandría (20 a.J.C. - 45 dj.C.), como para todos los judíos, la Pascua recordaba la salida de Egipto;  representando  también, «el pasaje del alma del mundo de los sentidos al del intelecto».


  En las Homilias sobre los Números,  Orígenes  precisa que las 42 estaciones que los hebreos pasaron en el desierto antes de llegar al Jordán, en busca de la Tierra prometida, representan un doble misterio: "Cristo descendió hasta nosotros a través de 42 antepasados según la carne, como por otras tantas estaciones, y es a través del mismo número de estaciones que los Hijos de Israel ascendieron hasta el lugar en que comienza la herencia prometida" ("27ª Homilía sobre los Números").
Y curiosamente entronca con la ortodoxia hebrea, manifestada en el  «Zohar », que dice sobre la creación:  « En el momento de la creación, los elementos constituyentes no eran puros; la flor de cada uno de ellos estaba aún mezclada con sus impurezas. Asimismo, todo carecía de orden, como el trazo producido por la plumilla cargada con los posos del tintero.   Fue,  gracias al nombre grabado por cuarenta y dos letras, cuando el mundo tomó una forma nítida. Toda forma existente en el mundo emana de estas cuarenta y dos letras, que son, en cierta manera, la corona del nombre sagrado. Al combinarse entre ellas, superponiéndose y formando así ciertas figuras arriba y ciertas otras abajo, han dado origen a los cuatro puntos cardinales y a todas las formas e imágenes existentes».


    Aquí se puede inferir que esas 42 letras por las cuales fue  formado el mundo, tienen relación con la 42 etapas del éxodo, por las que se llega a la tierra prometida o «Jerusalem», tierra sin impurezas y definitiva.   También lo podemos relacionar con el tiempo transcurrido desde la muerte de Jesús en la hora sexta del viernes, ( las tres de la tarde), hasta el amanecer del domingo momento al que acude María Magdalena con otras mujeres para ungirle, y se encuentran la piedra movida.  Pues bien, si contamos 9 horas del viernes, más 24 horas del sábado más las 9 horas que aproximadamente podrían suponer la mañana del domingo, tenemos 42 horas en total.  Suponiendo que el amanecer del domingo fuera a las siete horas, serian 40 horas que también tendrían paralelismo con los cuarenta años en el desierto del Sinaí.

                   Árbol genealógico de Jesucristo según S. Mateo, con los 42 ascendientes

              Una relación simbólica con este número, lo encontramos también en las fechas litúrgicas y conmemorativas que se celebran en la Basílica del Pilar. Si contamos los días transcurridos desde la fecha de la colocación en tierra del "Pilar" y la aparición mariana a Santiago, 2 de Enero, hasta la festividad del Pilar, 12 de Octubre, comprobaremos que transcurren 10 meses lunares, es decir 42 semanas. Se puede inferir que se refiere al tiempo de gestación humana, y si como en muchas tradiciones este tiempo se cuenta desde la concepción y no desde la última regla, veremos que  median 42 semanas. Así tenemos que el 12 de Octubre se produce el nacimiento. No deja de testificarlo el  vientre de la imagen de la Virgen del Pilar que presenta el volumen de una recien parturienta. 




También podemos tomar un dato que no carece de dimensión significante y es que el tamaño de la imagen de la Virgen del Pilar, certificado por el tamaño de las cintas, es de 36 cm. de altura.  Esta cantidad  es la que corresponde al perímetro del canal del parto. Este es el camino por donde debe transcurrir el nuevo ser para su nacimiento.



 Podemos inferir de esto que María es la que pare a sus hijos espirituales a través de ese “Pilar” que hace las veces de “canal del parto”, para llevarnos a la visión de ese Sol del que está vestida.


        Y para terminar, si todas estas elucubraciones sobre el “segundo nacimiento” las vemos desde mí punto de vista y el de mis antepasados, que como "Vasallos de Santa María"podemos afirmar, como ya hizo Grignon de Montfort, que: «María es el molde viviente de Dios».  María ha formado a Jesucristo, Cabeza de los predestinados. Ella debe por tanto, formar a los Miembros de esta Cabeza que son los verdaderos cristianos.



      "María puede aplicarse con mayor razón que la que tenia San Pablo, las palabras: "Hijos míos, otra vez me causan dolores de parto hasta que Cristo tome forma en ustedes".    Solo en Ella se formo Dios como hombre perfecto, sin faltarle rasgo alguno de su divinidad y solo en Ella se transformo el hombre perfectamente en Dios.   
 
 

         "Los escultores pueden hacer una estatua o busto perfectos de dos formas: Primera. atendiendo a su pericia, a su fuerza, a su ciencia y a la perfección de sus herramientas y trabajos sobre una materia dura; o Segunda. utilizando un molde. El primer procedimiento es largo, difícil y expuestos a muchos tropiezos; un golpe desafortunado del cincel o del martillo, basta con frecuencia para echarlo todo a perder. 




 El segundo método es en cambio, rápido, sencillo, suave, mas económico y menos fatigoso, siempre que el molde sea perfecto y represente con exactitud la figura a reproducir y que la materia utilizada sea maleable y no oponga resistencia a su manejo.  
       María es el molde maravillosos de Dios; quien se arroje en el y se deje moldear, recibirá todos los rasgos de Jesucristo.


Otro asunto que merece apuntarse es que existen varias circunstancias confluyentes en  la fundación de este Pilar el día 2 de Enero que lo hacen extraordinario. Empezaremos recordando que el Pilar se fundó a la orilla del río Ebro por un hebreo.  El termino hebreo eber (רבץ) además de caminar significa cruzar, atravesar, penetrar, analizar. La frase ןדריה רבץ Eber ha Iarden significa «al otro lado del Jordán». Otro significado de Eber es concebir, germinar, embarazar y hebraizar. Este término con una iod final designa al hebreo.
   Para entender estas relaciones es necesario profundizar en la semiología de esta palabra Eber, término que ya Caramuel relacionaba con Iberia y Ebro.  La Historia del Pueblo hebreo empieza con el Patriarca Abraham, porque. es el primero que la Biblia llama: Hebreo; "Abraham, el hebreo" se dice, en el capítulo 14 del Génesis.



 Solo a los descendientes de Abraham, se les llama hebreos. Esta palabra viene del nombre de Eber, que fue, según el texto, antepasado de Abraham.  Eber era descendiente de Shem, uno de los tres hijos de Noé. 
Como hemos dicho, eber o hebreo viene del verbo que significa pasar, atravesar. Según la tradición, los hebreos, y en particular Abraham, son los que han pasado el Jordán, y por esto están "separados" del resto del mundo. El mundo se encuentra a un lado del río y en el otro lado se hallan Abraham y los descendientes de Eber. También son los que atravesaron el Mar Rojo, dejando Egipto para marchar hacia la Tierra Prometida.


En el Evangelio, vemos que Jesús también está más allá del Jordán. De este modo, simbólicamente, los hebreos representan a los santos separados del resto del mundo. Por esto se dice que una cosa es "Santa", porque en lengua hebrea la palabra "Santo" quiere decir "separado" (del verbo kadosh: separar). El Santo es pues, etimológicamente, el que se encuentra separado.
 Como vemos, el hebreo bíblico es proclive a hacer juegos de palabras. Así, la palabra "Eber" no significa sólo "cruzar", sino también "impregnar". Impregnar, literalmente, equivale a introducir fluidos de un cuerpo en otro; pero también "empapar", mojar una superficie porosa hasta que no admita más líquido. Podemos pensar que Eber, es decir, "cruzar las aguas", podría hacer referencia a algo así como la "purificación por las aguas", o al "comienzo de una vida nueva".  Como es bien sabido, eso es lo que simbolizaría el rito del Bautismo. De tal forma que este término que también significa fecundar, hebraizar, no hace referencia aquí de una generación carnal, si no de una generación espiritual, siendo la narración histórica únicamente el soporte de esta enseñanza fundamental de la tradición hebrea.

     
Volviendo al análisis del patronímico EBER, ya hemos dicho que los hebreos eran conocidos como IBRI (ירבץ) literalmente "emigrantes", y es Santiago o segundo Jacob el que da nombre al “Camino de Santiago”. El nombre Jacob (בקעי) contiene el término talón (בקע), hace referencia a que  su hermano Esaú nació primero pero Jacob le siguió asido de su talón. (Gn. 25:22.26).  Esta historia nos sugiere que de alguna manera todo peregrinaje espiritual lo efectuamos con el talón en Tierra pero con la cabeza en el Cielo. Como en otra parte hemos venido relacionando el Pilar con Oriente no nos parecerá una digresión apuntar que la palabra “Tao”, literalmente “Camino”, se dibuja ideográficamente mediante un talón y una cabeza.  Recordemos también que  Dios renombró a Jacob como Israel después que este luchó contra un ángel, quedando como consecuencia de la pelea, la articulación de su muslo luxada. Génesis 32:23-30. Como hemos dicho y vemos el hebreo bíblico es proclive a hacer juegos de palabras, y podemos añadir que la palabra luxarse, dislocarse se escribe עקי, y esta tiene tres letras del nombre Jacob  בקעי, y de alguna manera también despertarse ץקי.



    Una de las hipótesis que  se deben explicar para entender la convergencia de tanta diversidad de símbolos en la Basílica del Pilar es que fue planificada por los Jesuitas y otros religiosos que como Caramuel tenían un interés por las culturas y lenguas extraeuropeas recientemente descubiertas. Estos nuevos pueblos eran bienvenidos y esperados en la Iglesia y por tanto esta Iglesia debería estar preparada para hablar en su lenguaje y con signos que para ellos fueran comprendidos y así mismo familiares. En Europa esta curiosidad por las nuevas culturas era co­mún a los sabios de entonces. Comienzan a surgir proyectos de creación de una lengua escrita universal. El primero de ellos de­bido al jesuita español Pedro Bermudo.   A partir de esta obra,  Juan Caramuel  trabaja durante el año 1656 en la creación de una gramática universal.


A principios de 1657 y en Roma  Juan Caramuel, entabla contactos con los eruditos y sabios re­sidentes en la ciudad. Uno de ellos con el famoso P.  Martino Martini (1614-1661), reemprende el estudio de la lengua china. Este Padre, llegado de China dos años antes. entró en la Compañía de Jesús en 1639, y fue, luego, misionero en China, nombrado superior de la misión de Hangchow.  En 1651 es llamado a Roma para dar cuenta del estado en que se encontraba la situación religiosa y militar en China. Gran conocedor de la geografía e historia chinas, publicó sobre estos temas varios libros.
Caramuel con la ayuda del P. Martini compone una gramática y diccionario de términos de esta lengua, con transcripción fonética al latín y con su significado en por­tugués.


El estudio de la escritura china -escritura ideográfica más que vocálica-, le sugiere la idea de reemprender sus estudios so­bre la formación de una ideografía o lengua escrita universal. Su primera obra sobre el tema, la Steganographia (1635) consti­tuía los primeros buceos en las formas ocultas y universales de comunicación mediante caracteres escritos. Y, en este sentido, era de la opinión de que entre los cabalistas había muchas cosas apro­vechables. Esta es la idea ya expresada en el Brevissimum totius Cabalae Specimen (1643) y que vuelve a señalar ahora en el Cabalae theologicae excidium. Caramuel expone que: «La Cábala no significa, en rea­lidad, otra cosa que «interpretación muy profunda del sentido secreto de la Sagrada Escritura.


     En 1657 publica: Cabalae Grammaticae Specimen. Y también en relación con la lengua he­brea  y con lo que venimos tratando sobre la Basílica del Pilar, cabe reseñar la obra Hebraeus Iberus, obra conservada manuscrita y  firmada en el año 1635. Juan Caramuel busca una lengua universal que permita comunicarse entre los diferentes pueblos y con los ángeles, es decir acceder mediante ella a un conocimiento de las “Ideas”.  


Pilar (dyed) que representa la columna vertebral de Osiris, de la tumba de Nefertari. En la base de la columna se encuentra el "os sacrum", hueso sacro o sagrado. Los antiguos judios afirmaban que le resurrección del cuerpo empezaría específicamente a partir del sacro.


      El Hebraeus Iberus es un curioso opúsculo dividido en tres libros. En el primero expone que el ibero, la vieja lengua hispana, es la lengua prediluviana, compuesta por Adám y hablada por los patriarcas. Lengua preservada de la confusión de Babel y la única que se hablará en el cielo después de la Resurrección. En el segundo «demuestra con evidencia» que el español no se distingue en esencia del hebreo. Las gramáti­cas de ambas lenguas se atienen a las mismas reglas concernientes a las conjuga­ciones, declinaciones, sintaxis, etc. El tercero sostiene que las mismas raíces de los vocablos son comunes a ambas lenguas. Cabe concluir, pues, la identifica­ción de ambas. La lengua hebrea - española (ibera) es la lengua del cielo, la len­gua de los ángeles y de los bienaventurados.