domingo, 22 de mayo de 2011

¡Escucha, hombrecito!


Estos días intentando desgranar el trigo de la paja en las múltiples consignas que se exponían en las sentadas de 15-M, no dejaba de pensar en la persistente mezcla del trigo y la cizaña con la que tenemos que enfrentarmos en cualquier campo y sobre todo en la ideología política. Mientras leía el “Retorno a los Orígenes” (Reflexiones sobre el Tao) de Huanchu Daoren, concretamente la que dice: Quienes confian en los demás descubriran que no todo el mundo es necesariamente sincero, pero ellos mismos ya son sinceros. Quienes sospechan de los demás descubrirán que no todo el mundo necesariamente les engaña, pero ya se han convertido ellos mismos en mentirosos. Me acordé, por asociación de ideas,  de un texto que leí hace años de Wilhelm Reich y que se titula “Escucha, hombrecito”



 Curioso personaje Este W. Reich. Psicoanalista, sexólogo y político, nació en Dobrzcynica (Austria) y murió en Pennsylvania (EE.UU.) el año 1957. Discípulo de Freud y miembro de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, se afilió en 1927 al Partido Socialdemócrata austríaco y en 1930 al Partido Comunista alemán, creando y dirigiendo la Asociación alemana para una política sexual proletaria (Sexpol). Analizó la función social que en el sistema capitalista ejerce la represión sexual como soporte de las ideologías autoritarias, y, a través de: la Sexpol, trató de introducir la lucha por la liberación sexual en la política de la clase obrera. Exiliado en 1935 en Noruega, pasó en 1939 a EE.UU. Abandonó el marxismo y sus investigaciones se desarrollaron en torno a la biología (descubrimiento del orgón) situándole en la incierta frontera del genio y la locura. Acusado de estafa por la construcción de acumuladores de orgón, fue encar­celado en Lewisburg, donde falleció. Reich fue en su tiempo un autor maldito y todavía hoy sigue suscitando encontradas polé­micas.
ARGUMENTO
El lector no encontrará en este libro un texto científico sino un manifiesto personal y sentido, una sincera reflexión interior y al mismo tiempo un diálogo del autor con todos los seres humanos que quieran oírlo, a través del cual señala y analiza los comportamientos y las debilidades íntimas. En su recorrido,  Reich va desenmascarando las trampas del sistema que oprimen al ser humano.
TEMA
Reich expone los elementos inconscientes que explican muchas de las actuaciones y reacciones del hombre común y que le convierten a la vez en víctima y verdugo de la sociedad. Expresa también una crítica dura y dolida de la ideología dominante en sus aspectos más hipócritas que aún hoy en día continúan actuando.



«¡Falsos hombres de bien, que os reís de mí! ¿De qué vive vuestra política, desde que gobernáis el mundo? De degüellos y asesinatos....

De Coster, Till Ulenspiegel

REDE AK DEN KLEINEN MANN
 

ADVERTENCIA PRELIMINAR

Escucha, hombrecito, o «Discurso al hombre común», no es un documento científico sino hu­mano. Fue redactado en el verano de 1946 para  el archivo del Instituto Orgon sin intenciones de que se publicara jamás. Era el resultado de las tormentas internas de un naturalista y médico que a lo largo de varias décadas vivió, primero con ingenuidad, luego con asombro y finalmente con horror, cómo el hombre común del pueblo atenta contra su propia persona; cómo sufre, se rebela, venera a sus enemigos y mata a sus ami­gos; cómo, toda vez que obtiene poder como «representante del pueblo», abusa de ese poder y lo torna más cruel que el que había debido padecer antes por parte de algunos sádicos de las clases superiores.
El «Discurso» era la callada respuesta a la charlatanería y a la difamación. Al redactarlo nadie suponía que una oficina gubernamental en­cargada de velar por la salud pública atacaría al Instituto Orgon conjuntamente con unos politicastros. El intento, por parte de la Peste Emo­cional, de destruir la Investigación Orgon en el año 1947 (bien entendido: no se intentaba demostrarla como incorrecta, sino eliminarla por difamación) dio motivo para la publicación de este «Discurso» como documento histórico. La re­flexión señalaba: es necesario que el «hombre del pueblo» se entere de qué es lo que ocurre en­tre bastidores en un taller científico y de cómo ese hombre se le aparece al ojo experimentado de un psiquiatra. Debe aprender a conocer la realidad, la única que puede actuar en contra de su funesta avidez de poder. Hay que decirle cual es su responsabilidad al trabajar, amar, odiar o charlar. Debe enterarse de cómo se convierte en un fascista negro o rojo. Quien luche por la seguridad de lo vivo y por la protección de nues­tros hijos debe oponerse tanto al fascista negro como al rojo. Y no porque hoy día el fascista ro­jo, como antes el negro, tenga una ideología ase­sina, sino porque convierte  a niños vivos y naci­dos sanos en lisiados, marionetas e idiotas mo­rales; porque le importa más el Estado que el de­recho, la mentira que la verdad, la guerra que la vida; porque el niño y la protección de lo vivo en el niño son la única esperanza que nos queda. Para el educador y para el médico existe una so­la lealtad: la lealtad a lo vivo en el niño y el enfermo. Una vez bien cumplida esta lealtad, las grandes cuestiones de los «intereses referentes a la política exterior» se solucionan del modo más simple.


El «Discurso» no pretende que se le convierta modelo de existencia. Describe las tempestades­ en la vida emocional de un hombre productivo y dichoso de vivir.
El «Discurso» no quiere connvencer ni ganar ni conquistar a nadie. Refleja vivencias del mismo modo que un cuadro pinta tormenta. No se anima al lector a que le muestre simpatías. No contiene intenciones ni programas. Sólo quiere conquistar para el inves­tigador y para el pensador el derecho a la reacción  personal, derecho que jamás se le ha discu­tidó al poeta o al filósofo. Es una protesta contra la secreta y desconocida intención de la Peste
Emocional de lanzar, bien protegida y emboscada; sus dardos venenosos contra el investigador que trabaja duramente. Muestra qué es la Peste Emocional, cómo funciona trabando el progreso. También atestigua la confianza en los grandes tesoros no desenterrados que yacen en el fondo de la «naturaleza humana», dispuestos a ser emplea­dos en servicio del cumplimiento de esperanzas humanas.
En sus relaciones sociales y humanas, lo vi­vo es bondadosamente ingenuo y por tanto peligra en las actuales circunstancias. Juzga de otros por sí mismo. Supone que también el prójimo piensa y actúa ofrendando según las leyes de lo vivo, bondadosa y servicialmente. Esta postura bási­ca natural, propia tanto del niño sano cuanto del hombre primitivo, se convierte en el mayor peligro en la lucha por una delineación racional de la vida mientras exista la Peste Emocional.

 Porque también el enfermo de peste atribuye al prójimo la peculiaridad -de su pensar y de su ac­tuar. El bondadoso cree que todos los hombres lo son y que actúan bondadosamente. El enfermo de peste cree que todos los hombres mien­ten, engañan, estafan y están ávidos de poder. Es evidente que por estos motivos lo vivo se en­cuentra en desventaja y en peligro. Cuando se le dan cosas al enfermo de peste, se le exprime y posteriormente es objeto de burla o de traición; y cuando confía, se le engaña.
Hasta ahora, siempre ha sido así. Ha llegado la hora de que lo vivo se endurezca, donde haga falta dureza en la lucha por su conslidación y desarrollo; con esto no perderá lo bueno, si se  atiene valientemente a la verdad. Es una porción de verdad alentadora el hecho de que entre millones de personas trabajadoras y decentes exis­tan siempre sólo unos pocos portadores de peste que causan terribles desgracias al enlazar con los impulsos oscuros y peligrosos de la estructura humana del hombre masa blindado, llevándolos organizadamente al crimen político. No hay antidoto contra las disposiciones para la peste en  el hombre masa, salvo su propia percepción de la vida viva. Lo vivo no reclama poder, sino va­lidez en la vida humana. Descansa sobre los tres pilares del amor, del trabajo y del saber.
Quien deba proteger lo vivo contra la Peste Emocional deberá aprender a utilizar para los buenos fines la libertad de expresión de la que se goza en Estados Unidos, por lo menos en igual medida en que la Peste Emocional, la usa para lo es malos. Suponiendo iguales derechos en la  manifestación de opiniones, lo racional finalmente ­tiene que prevalecer. Esta es una gran esperanza.

Si algo se publica en el diario, hombre común, entonces lo crees, lo comprendas o no.

No puedo dejar de añadir esta imagen que expresa muy bién la condición a la que se enfrenta la medicina, arbitrada por otros intereses que no son la sanación.

Vídeo: http://youtu.be/05hRY18pqEQ 

viernes, 20 de mayo de 2011

¡Monarquía Real Ya!


  
Jigme Singye Wangchuck fue el cuarto rey de Bután. Fue coronado el 2 de junio de 1974 convirtiéndose entonces en el monarca más joven del mundo. Se le ha conocido también como "Druk Gyalpo", "Rey Dragón". Haciendo honor a su nombre propuso en 1972 como lema y modelo de su reinado y también como respuesta a las críticas de la constante pobreza económica del país el término (FIB) o Felicidad Interna Bruta. De alguna manera es un medidor que define la calidad de vida en términos más humanos y psicológicos que el Producto Interno Bruto o PIB.




Jigme Singye Wangchuck

Aunque este concepto tiene aplicabilidad en la economía de Bután, cuya cultura estaba basada principalmente en el budismo, también es aplicable a la economía cristiana.

País de Bhutan


Mientras que los modelos económicos convencionales observan el crecimiento económico como objetivo principal, el concepto de FIB se basa en la premisa que el verdadero desarrollo de la sociedad humana se encuentra en la complementación y refuerzo mutuo del desarrollo material y espiritual. Los cuatro pilares del FIB son la promoción del desarrollo socioeconómico sostenible y justo, la preservación y promoción de valores culturales, la conservación del medio ambiente y el establecimiento de un buen gobierno.


Bhutan

La FIB no posee una definición cuantitativa. La FIB es una condición cualitativa que es comparado discutidamente con el Indicador Genuino de Progreso, que al contrario del PIB, califica el bienestar y la felicidad. Las dos medidas coinciden, sin embargo, que valores subjetivos como el bienestar son más relevantes e importantes que los valores objetivos como el consumo. No puede ser medido directamente, pero sí a los factores que lo alteran.










 

jueves, 19 de mayo de 2011

La Diferencia entre Unidad y Uniformidad


La Diferencia entre Unidad y Uniformidad

                                                                             E.F. SCHUMACHER


E.F. Schumacher nació en Alemania y fue educado en Inglaterra,
donde alcanzó un alto cargo como economista. Desde esta
formación académica impulsó la creación de organismos dedicados
al desarrollo de una tecnología apropiada, de una economía,
en definitiva, con rostro humano.
En la obra del autor de «Lo pequeño es hermoso» se aprecia una
apertura a consideraciones espirituales tradicionales que
fundamentan sus análisis técnicos. Cristiano convencido, quiso
contribuir a erradicar el prejuicio corriente de que el cristianismo
es uno de los orígenes de la actual crisis ecológica. La charla que se
reproduce a continuación aboga por la descentralización socio­económica y lo hace a través de argumentos de orden metafísico
.


Ya que vamos a hablar de descentrali­zación, debemos buscar primero una base metafísica, pues sin base metafísica ningún tema -aparte de las ciencias naturales- tiene significado alguno. Esto quiere decir que, al menos para empezar, deberemos recurrir a conceptos muy amplios. Los tres primeros podemos escri­birlos así: arriba, «unidad», más abajo «di­versidad y multiplicidad» y aún más abajo «uniformidad».
Estamos todos muy familiarizados con los términos que hemos colocado en la posición intermedia. Hallamos una amplia diversi­dad y multiplicidad en la naturaleza, en la sociedad, y en nosotros mismos. Una gran variedad. Cuando merece nuestra aproba­ción, la llamamos generalmente diversidad, y cuando nos parece excesiva la denomina­mos multiplicidad.
Por desgracia, el término de abajo, uni­formidad, lo conocemos demasiado bien porque refleja la tendencia principal del mundo moderno. Es lo que el mundo mo­derno impone a la naturaleza, por ejemplo en el caso de la agricultura con el monocultivo, el agotamiento o la disminución del «caudal genético», etc. En la sociedad, son las organizaciones gigantes, las unidades de producción monstruosas, la producción ma­siva, la estandarización, la mecanización, y, por lo que respecta al hombre, la educación masiva. En efecto, le debo a Ivan Illich la aserción según la cual la producción masiva  de personas, por la educación obligatoria, quedó instituida un siglo antes que la pro­ducción masiva de bienes materiales.
Me gustaría insistir en el hecho de que la unidad  y uniformidad se parecen mucho. Y lo más importante es que deberíamos educar ­nuestros espíritus y nuestros ojos a distinguir  entre unidad y uniformidad. ¿Qué queremos dar a entender por uni­dad?  Si se me permite decirlo, es éste el ni­vel que menos conocemos. La unidad es dificil de alcanzar, es muy difícil de realizar en nosotros mismos. Incluso un santo como Pablo tenía que luchar contra esta falta de unidad en sí mismo. «El bien que deseo, no lo realizo; pero el mal que no deseo, lo realizo, pobre hombre que soy».   A través de mi espíritu sirvo a la ley de Dios; a través de mi cuerpo, sirvo a la ley del pecado.
La unidad tiene pues algo que ver con Dios. La diversidad y la multiplicidad ata­ñen a nuestra Tierra. Y la uniformidad tiene que ver con el infierno. La diferencia, pese a la semejanza de los términos, entre la unidad y la uniformidad, es la máxima dife­rencia posible. Pero como sabemos, y como sabian nuestros antepasados, Satanás es el imitador de Dios. Nuestros esfuerzos deben guirse principalmente a dilucidar cuál es camino que hemos escogido. Porque nuestra condición terrestre, material, en la que reina la multiplicidad, es íntrinsecamente una posición muy  inestable. Inestable, incómoda, tensa, insegura, peligrosa, y muy proclive a la violencia. Y también, en nuestra época, añadiría una situación de inflación. Es un situación de la la que se desea siempre escapar; es la fuente de una especie de angustia existencial. Hay dos modos de componérselas: la ascen­sión hacia Dios o el descenso al infierno. Por lo que se refiere a la ascensión, puede hablarse de vía interior, en cuanto al des­censo, vía exterior; pero no disponemos de tiempo para repasar todos los problemas terminológicos que surgen cuando se abor­dan estas cuestiones. Si la elevación se convierte en imposible a causa de creencias tales como, por ejemplo, la de que el hombre no es más que el producto de una evolución in­consciente (dentro del tipo de afirmaciones que encumbran a Premios Nobel como Jac­ques Monod en «El azar y la necesidad») en este caso, existe castración. Entonces no queda más que una alternativa para salvarse de la angustia existencial, de la multiplici­dad: la uniformidad que es, como decía an­tes, la parodia de la unidad.
Si vamos más lejos, podemos seguir es­tableciendo paralelismos. Asociemos la uni­dad -el nivel de Dios, decíamos- con el concepto de cualidad, o, si lo prefieren, con el de espiritual. Sin duda alguna debemos asociar el nivel de la Tierra con el concepto de cantidad y en un sentido, ciertamente. con lo material. Naturalmente no puede existir una calidad pura, es decir, despojada de toda cantidad, ni espíritu puro sin nada de cuerpo o materia, del mismo modo que no puede existir cantidad sin alguna deter­minación cualitativa ni pura materia sin al­gún contenido espiritual. Está más allá de cualquier manifestación.
 
El último libro de Réné Guénon fue el «Reino de la Cantidad». Como este reino tiende a aumentar, a solidificarse, llegamos a la uniformidad y la vida se convierte en un infierno. En la medida exacta en que nos deshagamos de la cantidad, el reino de la calidad puede ocupar su lugar, y podemos entonces elevarnos hacia la unidad que, co­mo sabernos, recibe también el nombre de «reino de Dios».
A partir de aquí, veamos qué podemos dilucidar con respecto a las estructuras v ala relación centralización-descentralización. No puede haber nada manifiesto, que exis­ta sobre la tierra, sin estructura: porque cualquier cosa debe tener una constitución material, Y cuanto más materializada es, más estructurada debe ser. Estoy hablando del nivel físico. Cuanto más inmaterial es, menos necesidad tiene de estructura.
La centralización supone una simplifica­ción de la estructura, una reducción del nú­mero de centros, siendo el punto extremo una estructura monolítica. ¿Va a conducir­nos la centralización a las esferas superiores, al cumplimiento de destino humano, o nos precipitará al infierno? ¿Nos llevará a la unidad o a la uniformidad?
Paralelamente, y por lo que se refiere a la descentralización, ¿qué es lo que está des­centralizado? y este proceso, este esfuerzo por descentralizar, ¿nos llevará a la unidad o hacia su contrario, quizás incluso a la uni­formidad? ¿Cómo decidiremos si esto nos conducirá hacia abajo o hacia arriba? Esta es la cuestión crucial. ¿Qué hay descentraliza­do v qué hay centralizado? Es lo que debe­mos averiguar en primer lugar, porque hay una escala desde lo puramente material has­ta lo puramente inmaterial, y cuanto más alto es el nivel material, más extenso es espacio que ocupa lo cuantitativo. Cuanto más alto es el nivel inmaterial, es más débil el peso de la cantidad. Y, en el último grado, la cantidad no aparece ya en absoluto porque las cosas inmateriales no son cuantitativas.
Por ejemplo, cuando se trata de producir de manipular objetos, de trabajar en condiciones físicas determinadas, en este caso cantidad cuenta. Se convierte incluso en un dato de máxima importancia: ¿con cuántas personas puedo trabajar? Este número muy limitado (...) Si somos dos hay una relación. Si somos tres personas hay tres relaciones si somos cuatro hay seis; si diez, cuarenta y cinco; si somos doce, sesenta seis. Es muy probable que Jesús pensara que este número era suficiente y que era lo máximo que podía dominar. Cuando hay cien personas, existen 4.950 relaciones bilaterales. ¿Quién es capaz de abarcarlas en su cabeza? Esta es la razón por la que la mayoria de las personas no tratan con personas sino con números. Si nos movemos en el ámbito material físico, la cantidad reina absolutamente. Si la cantidad es excesiva, nos asfixia. En otras palabras -y eso todos los sociólogos lo saben- los «grupos primarios de trabajo» deben ser pequeños y existe consenso general para afirmar que Jesús tenía razón: una docena de personas es el máximo número al que podemos hacer frente.

¡No existen límites para el conocimiento del espíritu!
Pero cuando pasamos a considerar cosas más inmateriales como las ideas y las normas, la cantidad naturalmente no entra en cuenta. Y la cantidad no puede entonces ahogarnos. No deshumanizamos una idea si ésta es comunicada a toda la humanidad.
¿Cuántos centros necesitamos? En último grado, en la cúspide, no hay más que un centro, inmaterial, que es el divino. Pode­mos decir que en el trabajo, las cifras eleva­das, las grandes cantidades, tienden inevi­tablemente hacia la uniformidad. Aquí nos hace falta la descentralización. Pero la gran­deza, la universalidad, el impacto mundial de las ideas -en la medida en que estas ideas sean buenas- pueden conducir a la unidad.,Si son deletéreas, pueden también probablemente conducir a la uniformidad.
  
Pero sobre esto se debería todavía profundi­zar más.
En el ámbito material, bastante es bas­tante,  existen límites para el crecimiento. Pero en el ámbito de las ideas, de lo inmate­rial, del corazón y del espíritu, este mismo concepto de «bastante» es inaplicable, por­que es puramente cuantitativo. Y no exis­ten límites para el desarrollo espiritual.
Pensar en poner límites al crecimiento del espíritu no tiene ningún sentido. Así pues, aquí reside el problema de la centralización y la descentralización: ¿dónde necesitamos varios centros y dónde ninguno? Creo haber demostrado que ello debe decidirse a partir de una escala que va de la materia bruta al más alto grado espiritual.
Cada uno de nosotros tiene necesidad de ocuparse de lo suyo, es más, de ser su propio centro; el poder de hacer debe estar des­centralizado y, al mismo tiempo, en cuanto seres espirituales tenemos una sola orienta­ción, hacia un solo centro, y únicamente si se posee esta orientación convergente podrá alcanzarse la fraternidad del hombre, si se me permite esta nota sentimental aunque muy significativa. Pues sucede que a cierto nivel nos dispersamos en numerosos grupos, y además la unidad debe ser realizada por una fuerza superior que coordine los pensa­mientos, los sentimientos y los esfuerzos de la gente. Esto no puede lograrse por medio de la organización material; los objetos ma­teriales tienen fronteras, sin ellas no existirían, estarían en todas partes y en nin­guna. Mientras que las ideas no tienen fron­teras.
Debemos dejar de preguntarnos si la centralización o la descentralización son en sí algo bueno. Seamos precisos: sepamos distinguir lo que debe estar centralizado o descentralizado. Tender hacia la unidad en un plano ideal, por ejemplo hacia la unidad de las reglamentaciones, podría suponer una uniformidad terrible si lo traducimos al ámbito material pensando que el Estado mundial podría resolver nuestros proble­mas. Podríamos decir que, una vez inventa­da, una cosa verdaderamente buena podría ser universalmente conocida y aplicada. Pe­ro ello no significa que la producción deba estar centralizada, como lo quiere la ten­dencia del mundo moderno, con compañías multinacionales y sus múltiples ramas.



Una sociedad rica en medios y pobre en objetivos.

Intentemos abordar el problema desde un ángulo distinto. Cada cosa que hacemos o de la que hablamos debe estar orientada por la siguiente pregunta: «¿por qué, en de­finitiva, estamos en este mundo?» No siempre es agradable estar aquí, y el tiempo es escaso. ¿Cuál es el objetivo? Para la mayoría de nosotros la vida es demasiado corta para que lo descubramos solos. Pero afortunadamente hemos recibido una indicación para nuestra orientación, y esta indi­cación es de hecho la tradición universal de la humanidad, manifestada en la religión. Tenemos la gran suerte de que hoy en día el conocimiento de todas las religiones nos es posible -incluso por medio de libros de bolsillo- sin necesidad de que seamos eru­ditos. Las traducciones están a nuestra dis­posición, y, si nos fijamos atentamente hallamos las convergencias. No es que las religiones  mismas converjan -ya que la verdad es idéntica a sí misma y no converge- sino es nuestra comprensión la que converge. ­A través de un análisis profundo y serio se descubre que todas las religiones dicen las mismas verdades.
  
Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, escribió un libro, que se hizo célebre, en el que comenzó por sentar las bases: «El hombre fue creado para alabar, reverenciar y servir a Dios nuestro Señor y, de este mo­do, salvar su alma. Y las otras cosas sobre la tierra fueron creadas para el bien del hombre, para ayudarle a perseguir el fin pa­ra el que fue creado». Santo Tomás muestra que los medios no deben sobrepasar los fi­nes. Es un santo quien habla, no un hombre de negocios, aunque éste podría te­ner una lógica igualmente infalible.
Para el mundo moderno, para muchos de nosotros o para muchas de las creencias a las que estamos ligados, esta prescripción re­sulta totalmente inaceptable. Pero quizás la confusión en la que nos hallamos se deba precisamente al descuido de esta ley. No utilizamos las facilidades que el Creador nos ha concedido para alcanzar un fin auténti­co. Nuestro espíritu ni siquiera sabe la na­turaleza de nuestra meta. Utilizamos estos medios porque se hallan a nuestra disposi­ción; esto es todo. Nuestros ingenieros y nuestros sabios fabrican chismes mucho más sofisticados que los que nosotros podemos hacer, y por tanto nos vemos obligados a se­guirles. Desembarcar a unos hombres en la luna o trasplantar el corazón de alguien que ha arruinado totalmente su salud -podría poner muchos más ejemplos-, no tiene nada que ver con ningún destino auténtico del hombre, con salvar su alma ni nada pa­recido. Lo hacemos porque cabe la posibili­dad de hacerlo.
Vivimos en una Sociedad rica en medios y pobre en fines
Existe, pues, una meta en la vida humana y tenemos el derecho de utilizar los medios de este mundo en la medida exacta en que tenemos necesidad de alcanzar esta meta; debemos apartarnos de estos medios a partir del momento en que se convierten en obstá­culo. Desde este punto de vista, es impo­sible hallar el más mínimo interés en una discusión sobre el crecimiento económico. Como tampoco lo tiene el hablar del creci­miento cero. Porque son conceptos pura­mente cuantitativos que por lo tanto no tienen ninguna significación inteligible. Necesitamos aclaraciones a este respecto. Sorprende ver lo difícil que es convencer a la gente de la inutilidad de un debate sobre el crecimiento o el no-crecimiento. Los con­ceptos puramente cuantitativos no con­vienen más que el nivel infernal de la uni­formidad. Quiero decir: ¿es la conciencia física algo bueno? Claro que cuando mis hi­jos crecen esto forma parte del orden de las cosas. Pero si yo me pusiera de pronto a cre­cer sería un desastre. El crecimiento, ¿es Bueno o Malo?, la descentralización y la centralización, ¿son Buenas o Malas? Una vez más se trata de conceptos puramente cuantitativos y vacíos de significado. He aquí mi primer punto. Lo que es necesario, y sano y bueno, debería crecer. Lo que es inútil, insano y deletéreo debería dismi­nuir. El que la suma de estos dos procesos -que los estadistas llaman Producto Na­cional Bruto- suba o baje, debería dejar totalmente indiferente a cualquier persona sensata.

El segundo punto es que la información cifrada nos disfraza la diversidad cualitativa e individual de los seres y de las cosas. James Fraser lo ha criticado de una forma metódica en su libro El pecado de la estadística, se dirige el pensamiento hacia los aspectos cuantitativos, se va directo al caos. Se tratan todas las cosas como unidades intercambiables, uniformes, mientras que los matices cualitativos, que verdaderamente importan, pasan desapercibidos.

  Una cultura de la pobreza

Pasemos a la econometría. Naturalmente no podemos prescindir totalmente de cantidad; a veces podemos hacer cantar a números, darles vida, y esta es la verdad ( tarea del estadista). En algunos casos, únicamente los datos pueden expresar las cualidades a través de la cantidad. Por ejemplo, si considera la distribución normal de la riqueza de cualquier población, se obtiene famosa curva de Gauss en forma de campana. Una pequeña cantidad se halla situ-, en un extremo (siempre los hay un poco atrasados), otra pequeña cantidad en extremo opuesto (siempre hay genios), pero la mayoría de la gente aparece en la parte central. En el caso de la distribución mun­dial de las rentas, la curva de Gauss se in­vierte: muchos pobres, muchos ricos, y casi nadie en medio. Esto nos da la calidad de la distribución: es patológica. Significa que no hay un solo mundo. Incluso en este humil­de nivel se ha perdido cualquier apariencia de unidad. Y ello no sólo es cierto en el caso de los países ricos y los países pobres (en los que la distorsión es horrible), sino también en el seno de numerosas sociedades. Todas las sociedades desarrolladas acentúan su bi­polaridad, con muchos pobres, algunos ri­cos y nadie en medio.
Como la mayoría de la gente no se propo­ne otro objetivo que la vida material y su ocupación, la pequeña sociedad de los ricos no puede convertirse en un modelo para to­do el mundo. Y a no ser que hallemos un nuevo modelo, vamos a vernos cada vez más arrastrados hacia el desastre. Los ricos dicen al resto del mundo: «Si adoptarais nuestra tecnología y nuestros métodos podríais vivir casi como los americanos, los europeos o los japoneses». Es totalmente absurdo e impo­sible.
De hecho, toda la cultura que hemos he­redado procede de una cultura de la pobre­za. Nuestra abundancia de bienes es tan despilfarradora y efímera que no podemos realizar nada permanente, semejante a las esplendidas construcciones del pasado. Los constructores de catedrales no se rompían la cabeza con cálculos económicos; construían; ordenaban que se construyera.
Mientras que nosotros lo hemos supedita­do todo al concepto de eficacia. Natural­mente ninguna persona en su sano juicio abogaría por la ineficacia, pero el concepto ha quedado increíblemente reducido hasta considerar solamente lo más material del trabajo. Poco importa si el proceso de pro­ducción es magnífico y hace feliz a la gente -sería un loco sentimental quien se con­tentara con eso-, se debe demostrar que el trabajo está mejor hecho, más deprisa y con un resultado de mejor calidad. Hasta que esto no se demuestra, la felicidad no cuen­ta.

Este  texto ha sido extraído de una conferencia pro­nunciada por E.F Schumacher durante los cursillos de verano en la comunidad de Lindisfarne (estado de Nueva York), en 1974 
Están publicadas en nuestro país sus siguientes obra,: - Lo pequeño es hermoso. Ed. Blume. 1978. - El buen trabajo. Debate Ensayo, 1980.
Guía para los perplejos. Debate Ensayo, 1981

Sitio web sobre Schumacher: http://www.smallisbeautiful.org/

viernes, 6 de mayo de 2011

Historia del gran Reino de la China


Historia del gran Reino de la China

Fray Juan Gonzalez de Mendoza


Juan González de Mendoza nació en Torrecilla de Cameros (Logroño) en el año 1545. A los diecisiete embarcó para México y poco des­pués, en 1564, ingresaría en la orden agustina en el convento de la capi­tal de la Nueva España, lugar que habría de ser su residencia durante nueve años que, en su mayor parte, estuvieron dedicados al estudio de Gra­mática, Artes y Teología, amén de sus obligaciones religiosas.


En esa época, los agustinos estaban empeñados en la evangelización de las Islas Filipinas, y el convento de Michoacán era lugar de paso obli­gado para misioneros y exploradores que iban y venían a tratar sus asun­tos en la corte española. El año 15 73, el provincial de los agustinos de Filipinas, fray Diego de Herrera, hizo escala en dicho convento camino de España, a la que acudía comisionado por los gobernadores de Filipinas para informar detalladamente a Felipe II de las vicisitudes y circunstan­cias de la conquista, y solicitar autorización para establecer contactos con el Reino de la China. El Virrey de México ordenó al P. Mendoza que acompañase al P. Herrera en su viaje, y el 13 de agosto de 1574 ambos desembarcaron en Sanlúcar de Barrameda. En el capítulo XXIV del Libro III de la Primera Parte de esta Historia figura relación detallada de cuanto se refiere a esta embajada y de la atención y cuidado que Felipe 11 dispensó a las noticias sobre el Reino de la China.


                  Por razones que el autor no precisa, se vio obligado a permanecer en Sevilla, pese a que fray Diego de Herrera se embarcó con cuarenta religiosos en una misión que habría de tener trágico final en la isla de Catan­duanes. El P. Mendoza vivió algún tiempo en España: Sevilla, Salamanca, Soria -donde fue nombrado subprior-, Granada, Madrid -alcanzó cierta fama como predicador de San Felipe el Real-, hasta que nuevas peticiones y apremios enviados desde las Filipinas recordaron al Rey laconveniencia de enviar una embajada a la China, para la que fue elegi­do el P. Mendoza. En 1581 salía del puerto de Sanlúcar, llegando el 6 de junio a México, donde diversas circunstancias poco favorables y el parecer del Virrey le obligaron a detenerse, viéndose precisado finalmente a volver a España para informar de las dificultades surgidas y dar cuen­ta de su retraso. Arribaría al puerto de Lisboa en el año siguiente, entrevistándose con Felipe II, que se encontraba en dicha ciudad.
           Distintos acontecimientos hicieron que la proyectada embajada a la China quedara para mejor ocasión y por ello no debe resultar extraño que, en 1584, el P. Mendoza se encontrase en Roma, como teólogo de un cardenal, ocupado en hacer imprimir la primera edición de esta Histo­ria, que vería la luz en esa misma ciudad el año 1585. Fue secretario del General de las cosas de Indias y obtuvo el nombramiento de predica­dor apostólico.

Iglesia de San Agustín en Paoay

             En ese mismo año vuelve a Madrid y, tras acordar con el librero Blas de Robles una nueva edición de su obra, «por 60 ducados y 36 libros de la impresión que se haga», embarcará a finales de 1586 hacia Cartage­na de Indias, permaneciendo en aquel continente varios años, predicando en las principales ciudades de la Nueva España. Regresa otra vez a España en 1589 y tres años más tarde volverá a Italia, al ser elegido definidor por la Provincia de Castilla en el Capítulo General de su orden. Vivió en Roma hasta ser nombrado, en 1593, obispo de Lípari (Sicilia), regre­sando poco después a España, ya que aparece en diversas consagraciones de Obispos en Madrid, en I S 96, y es designado para ocupar distintos car­gos en Sevilla y Toledo. En 1607 fue elegido Obispo de Chiapa y poco más tarde enviado a la diócesis de Popayán, de la cual solicitó en varias ocasiones ser trasladado sin conseguirlo, falleciendo finalmente en 1618.


 Iglesia de San Joaquín en Miagao

 La Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran Reino de la China es una obra singular que gozo en su época de un éxito inmediato. Como ya se ha dicho, su primera edición -en castellano- apareció en Roma en 1585, en casa de Vincentio Accolti, e inmediatamente fue seguida de otras varias (p. ej., en Valencia, por la viuda de Pedro de Huete) hasta que al año siguiente se publicó la que puede considerarse edición definitiva, impresa en Madrid, en casa de Que­fino Gerardo, flamenco, a costa de Blas de Robles, librero. Francisco Vindel, en un artículo publicado en la Bibliografía Hispánica (enero, 1944) recoge más de cincuenta ediciones de esta obra y deja constancia del éxito alcanzado pues en dieciséss años, el período comprendido entre, 1585. y.1600, apareciron un total de treinta y ocho ediciones en castellano, inglés, ita­liano, francés, latín, alemán y holandes.  Modernamente, el P. Felix García preparó una edición de esta obra que constituye el volumen II de la serie «España Misionera» (Madrid, s.a. {1944}).


            El texto se divide en dos partes: la primera la forman tres libros que tratan sucesivamente de lo natural, de lo sobrenatural y de lo moral y político del Reino de la China; la segunda comprende a su vez otros tres libros. El primero de ellos trata de la entrada que el año de 15 77 hicie­ron en dicho reino los padres fray Martín de Rada y fray Gerónimo Marín, agustinos; el segundo del viaje que dos años después hicieron fray Pedro de Alfaro y otros tres religiosos franciscanos desde Filipinas a la China, y el tercero incluye el «itinerario y epítome de toda las cosas notables que hay desde España hasta el Reino de la China, y de la China a España, volviendo por la India Oriental, después de haber dado vuelta a casi todo el mundo», jornada que fray Martín Ignacio y otros franciscanos realiza­ron entre 1581 y 1584.

Iglesia de Santa Mónica en Panay

           Son notables los pormenores, detalles e informaciones, especialmente de la Primera Parte, sobre todo si se tiene en cuenta que el_autor no  piso nunca territoria chino, no alcanzando siquiera a visitar el archipiélago filipino, y todos sus conocimientos proceden de las  relaciones citadas y de algunas otras utilizadas esporádicamente, como por ejemplo, la de Gaspar de la Cruz, dominico portugués qué estuvo en Cantón, así como de distintos libros chi­nos, repetidamente aludidos en el texto, que trajo consigo fray Martín de Rada al regreso de su viaje.

Grabado en el que aparecen Legazpi, Urdaneta y Martín de Rada sobre las islas Filipinas, según la obra de Gaspar de San AgustínConquista de las islas Filipinas, Madrid, 1698.
  
   En  diversas ocasiones se ha especulado acerca del grado de autoría del P. Mendoza pues, según el parecer de algunos autores, se habría limi­tado a transcribir los textos ya citados, y por tanto su participación en el resultado final apenas sería más decisiva que la de un mero copista. Una sencilla comparación con la, Relación del viaje que se hizo a la tierra de la China año de 1575 y del P Rada publicada en 1884-1885 en la «Revista Agustiniana», según el manuscrito que se conserva en la -Biblioteca Nacional de París, permite disipar cualquier duda puesto que, si bien la fidelidad a las fuentes utilizadas es innegable, el estilo de Gon­zález de Mendoza, su voluntad de contrastar las informaciones y, espe­cialmente, su capacidad narrativa, difieren sustancialmente de los mode­los utilizados.

Fray Martín de Rada

   A finales del siglo XVI, la maravillada reacción ante la riqueza y variedad de las tierras americanas se había ido desplazando geográficamente a medida que aquellos vastos territorios eran conocidos, sometidos y colonizados. Tras el viaje de Magallanes y Elcano, nuevas rutas se abrieron en el Océano Pacífico, y el tradicional feudo portugués de la Especiería se vio amenazado por las distintas expediciones al Malu­co y por el definitivo establecimiento de los castellanos en las islas Filipi­nas. 


En esta solapada guerra comercial, cuya dureza e importancia nun­ca será suficientemente resaltada, un nuevo factor vino a añadir mayor desequilibrio: en las orillas del Mar del Sur, un reino gigantesco y misterioso, cuyas lejanas y olvidadas noticias medievales habían hecho posible la empresa americana,  volvía a surgir desde las nieblas del pasado dando lugar a nuevas narraciones fabulosas que aunaban en el eco de sus palabras el poder y la riqueza, el exotismo y la verosimilitud. Pero los tiempos eran ya otros, y aquel cúmulo de maravillas, apenas entrevisto, se resolvió ahora en una «ciencia»:  la Sinología, uno de cuyos primeros hitos. Fue la obra del tantas veces citado Martín de Rada, autor también de una grámática de la lengua china, y esta ciencia alcanzaría la cima de su primer desarrollo en la China Illustrata de Athanasius Kircher aparecida en 1670. 


 En esa misma tradicción se inscribe, casi cien años antes la Historia del P. Mendoza,  sin cuya existencia sería dificilmente explicable la famosa obra del jesuita alemán.
Además, el texto que viene a continuación pertenece a un generó de libros de viajes que atesoran un especial atractivo: Han sido escritos por gentes que nunca pisaron las tierras que describen y, sin embargo, las cono­cieron mejor que muchos de cuantos lograron recorrerlas, acaso porque en última instancia los únicos que merezcan algún crédito sean aquellos que se saben perpetuos <viajeros inmóviles>.

Juan Sebastian Elcano

HISTORIA DE LAS COSAS MÁS NOTABLES, RITOS
Y COSTUMBRES DEL GRAN REINO DE LA CHINA,
SABIDAS ASI POR LOS LIBROS DE LOS MISMOS CHINOS,
COMO POR RELACIÓN DE RELIGIOSOS Y OTRAS PERSONAS
QUE HAN ESTADO EN EL DICHO REINO. 
HECHA Y ORDENADA POR
EL MUY REVERENDO PADRE MAESTRO FRAY JUAN
GONZÁLEZ DE MENDOZA DE LA ORDEN DE SAN AGUSTÍN
PREDICADOR APOSTÓLICO, Y PENITENCIARIO DE SU SANTIDAD.
A QUIEN LA MAJESTAD CATÓLICA ENVIÓ CON SU REAL CARTA, Y OTRAS COSAS PARA EL REY DE AQUEL REINO EL AÑO DE 1580.
Y NUEVAMENTE AÑADIDA POR EL MISMO AUTOR.

Magallanes

Libro II, CAPITULO I
DE LOS MUCHOS DIOSES QUE ADORAN, Y DE ALGUNAS SEÑALES Y PINTURAS QUE ENTRE ELLOS SE HALLAN QUE SIMBOLIZAN EN ALGO CON COSAS DE NUESTRA RELIGION CRISTIANA



En las dos provincias Paguía y Tolanchia, es donde hemos dicho residen de ordinario los reyes de este Reino, por ser las que están más cercanas a la Tartaria, con cuyos reyes han tenido continuas guerras, y, por el consiguiente, la gente más prin­cipal y política de todo él. Entre las figuras de los ídolos que tie­nen dicen los chinos que hay una de extraña y maravillosa hechu­ra, a quien tienen en grandísima reverencia. Píntanla con un cuerpo de cuyos hombros salen tres cabezas, que se miran la una
la otra perpetuamente, que dicen significa que todas tres no  tienen más de una sola voluntad y querer, y que lo que a la una agrada a las otras dos, y por el contrario, lo que a una des­place, desplace a las demás. Lo cual, interpretado cristianamen­te, se puede entender ser el misterio de la Santísima Trinidad, que los cristianos adoramos y confesamos por Fe; el cual, con algunas otras cosas que parece corresponden a algunas de nuestra sagrada y católica religión cristiana, se puede verosímilmen­te presumir que predicó en este Reino el glorioso apóstol de Cristo Santo Tomás; el cual, como se dice en las lecciones de su día, después  de haber recibido el Espíritu Santo y haber predicado el Santo Evangelio a los Partos, Medos, Persas, Bragmanes y otras naciones, pasó a la India, donde fue martirizado en la ciudad de Clamina por la Fe y Evangelio que predicaba. Es, pues, vero­símil  que cuando este glorioso Santo pasó a la India hizo su viaje por este Reino de la China, donde debió predicar el Santo Evan­gelio y el misterio ya dicho de la Santísima Trinidad, cuya pin­tura de la manera sobredicha dura hasta el día de hoy; aunque aquella gente, por la mucha y larga ceguedad de sus errores e idolatría, no sabe verdaderamente lo que aquella figura con tres cabezas puede representar o significar.
Ayuda para creer lo sobredicho, o al menos para entender que pudo ser así, el haberse hallado en las escrituras de los Arme­nios, que entre ellos son tenidas por auténticas, que pasó este glorioso Apóstol por este Reino de la China, cuando iba a la India, donde fue martirizado, y que predicó también en él el Santo Evan­gelio, aunque hizo poco fruto a causa de que la gente de él esta­ba muy distraída y ocupada en guerras, por lo cual el glorioso Apóstol se pasó a la India, dejando en la dicha China algunos naturales, aunque pocos, bautizados e instruidos, para que con el favor de Dios, cuando viesen ocasión, plantasen las cosas que les dejaba enseñadas.
Hay también, según dicen, algunas pinturas al modo y con las insignias de los doce Apóstoles, que ayuda también para lo dicho, aunque si a los naturales se les pregunta quien son, res­ponden: que fueron unos hombres, grandes filósofos, que vivie­ron virtuosamente, por lo cual están hechos ángeles en el Cielo.
Usan asimismo una pintura de una mujer muy hermosa con un niño en los brazos, que dicen lo parió quedando virgen, y que era hija de un gran Rey; reveréncianla mucho y hacen ora­ción delante de ella, mas no saben decir más de lo dicho de este misterio, y que vivió santamente y sin hacer en toda su vida un pecado.
El padre Fray Gaspar de la Cruz, portugués, de la Orden del glorioso Santo Domingo, que estuvo en la ciudad de Cantón, escribiendo muchas cosas de aquel Reino muy bien y atentadamente, por lo cual yo le sigo en algunas cosas de esta historia, dice: que habiendo ido a una isleta que estaba en medio de un río muy grande, donde estaba una casa a manera de monasterio de los religiosos de aquella tierra, y andando por él, viendo algunas cosas curiosas y antiguas que allí había, entre otras cosas, vio una capilla como oratorio muy bien hecho y muy curiosamente aderezado, que se subía a él por ciertas gradas, y que estaba cerrado y cerca­do de unas rejas doradas, y que, mirando al altar que estaba con un frontal muy rico, vio en medio de él un bulto de mujer de maravillosa perfección, con un niño que le tenía los bracitos echa­dos por el cuello, ardiendo delante de ella una lámpara. Espan­tado de esta vista, preguntó la significación, pero ninguno de los que allí estaban se la supo dar clara de la que arriba queda dicho.
De todo esto parece que se facilita el creer lo que se ha dicho de la estada y predicación del Santo Apóstol Tomás en este Rei­no, pues se ve que la tradición de aquella gente ha conservado y conserva tantos años ha estas señales de haber tenido alguna noticia del verdadero Dios, cuyas sombras ellas representan.
Tienen muchísimos errores y sin ningún fundamento, como para ellos no lo puede haber hasta conocer al verdadero Dios por Fe como se podrá ver en los capítulos que de esto tratan.