viernes, 29 de abril de 2011

Los Jesuitas y Juan Caramuel de Lobkowitz en su relación con el Pilar


   Los Jesuitas  y sus misiones en China
        
          En los primeros años del Renacimiento, China fue objeto sugestivo para todos los europeos.  Marco Polo ofreció una descripción elogiosa sobre China y sobre su prosperidad. Después le siguieron desde la época de los Descubrimientos un buen número de misioneros que continuaron refiriéndose a China con admiración. Fray Martín de Rada, por ejemplo, fue el primer enviado oficial español a la China, en 1575, y para él éste país era, cada día, "una maravillosa sorpresa".



Con idéntica admiración escribieron otros, así como el agustino Fray González de Mendoza, autor de la Historia de las cosas mas notables, ritos y costumbres del gran Reyno de la China, primer libro en Occidente que dio a conocer el intenso pasado de este país,  y el éxito de su libro lo demuestran las más de cincuenta ediciones entre 1585 y 1600 y las traducciones al inglés, italiano, francés, latín, alemán y holandés.



Fueron los jesuitas los que escribieron más y dominaron la imagen en Europa sobre China durante la Edad Moderna. Entre ellos cabe destacar a Mateo Ricci y Joachim Bouvet; ambos del siglo XVII, profundos conocedores de China y de su lengua, plantearon dos tipos de acercamiento  diferentes a la cultura china. Ricci, el primero de ellos, percibió a Confucio como la figura china por excelencia y a sus Cuatro Libros traducidos dentro de la "Confucius Sinarum philosophus" como la clave para conseguir una síntesis chino-cristiana. 




Su labor fue continuada por el trabajo de los frailes Alvaro Semedo y Gabriel de Magalhaes. Bouvet, por el contrario, influido por la cambiante situación  política en China con el paso a la dinastía Ching y el auge de la Querella de los Ritos en Europa (la disputa con el resto de las órdenes sobre cómo convertir China, pero éstas sin buscar esa acomodacion) propuso una acomodación buscando el apoyo del poder político.  Ensalzó al contemporáneo emperador K'ang-hsi como modelo y enfatizó el conocimiento de los textos Chinos Clásicos y el I Ching como base de esa acomodación que pudiera servir a los objetivos del Cristianismo. 




 Este Padre J. Bouvet tiene una relación epistolar con Leibniz, al cual le remite la secuencia de 64 hexagramas.   Leibniz encuentra en China y en su religión oficial, el Confucianismo el interlocutor por excelencia de la Europa cristiana En sus escritos sobre China, culminantes en el Discours sur la théologie naturelle des chinois, con el cual es no sólo posible sino conveniente e ineludible el diálogo intercultural e interreligioso.  

La filosofía leibniziana propone un orden y constitución universales basado en la actividad de las cosas y en la armonía, tanto entre cuerpo y alma como en el plano natural, de donde Leibniz extrae la conclusión de que cada sustancia es un espejo viviente del universo (Monad., 56) y por lo tanto sería posible para una visión como la divina leer en cada una todo cuanto en dicho universo sucede y sucederá (Ibíd., 61), aunque cada individuo pueda leer sólo sus representaciones distintas. 



Si las vías naturales conducen a las sobrenaturales para Leibniz, en evidente reconciliación de Creador y Creación, de materia y espíritu, no hay que asombrarse de su interés y admiración por el I-Ching y la concepción que lo sustenta, más allá del interés matemático.  Aunque no desdeñable dado su interpretación numerico-binaria de los hexagramas.

               
    Aquí presentamos un gráfico enviado por el P.J Bouvet a Leibniz y con anotaciones suyas traduciendo los números. Están retocados por mí en el detalle de la parte superior para clarificarlo.



          En la doctrina de Leibniz es válido también el principio "todo está en todo", del hermetismo y que en la tradición europea apareció--entre otros ejemplos--en la doctrina de Nicolás de Cusa.   Esto acerca su pensamiento a la concepción subyacente en el I-Ching o Libro de las mutaciones, en la cual el oráculo es sólo un modo de observar de forma más clara las más probables consecuencias del orden y constitución de las cosas, de pronosticar sus tendencias, y no un sistema de adivinación basado en supersticiones.
 También comparó Leibniz al I-Ching con la Cábala hebrea, que relaciona igualmente la naturaleza interna de las cosas con un valor numérico, inherente a la sustancia en cuestión, aunque su sentido exceda con mucho el plano matemático, como también ocurre con Leibniz .  


     Para Ricci y los Jesuitas, habia una China de la que se podía aprender y por tanto se buscó también una asimilación  bidireccional: la información sobre China también debía ser útil en Europa. Un ejemplo de ello fue el interés por el estudio de la lengua china como posible base de ese lenguaje universal que serviría para unificar el mundo. El monje cisterciense Juan Caramuel tenía el mismo planteamiento al interesarse por estudiar el idioma chino como una búsqueda que no estaba desprovista de raíces religiosas: se asumía que Dios había concedido al hombre un lenguaje primitivo con una gran claridad, uniformidad y simplicidad y que éste se había perdido tras la dispersión de lenguas en Babel. 



Había que recuperarlo, por tanto, y quizás el Chino era el que estuviera más cercano a ese presunto lenguaje primitivo original. Existen muchas otras aportaciones  de jesuitas en el conocimiento de China: Martino Martini, Athanasius Kircher y otros.

  
              Es importante destacar que fueron los jesuitas quienes dominaron la imagen de China en Occidente, a pesar de que tanto Clemente IX y como Benedicto XIV condenaron expresamente su posición en la Querella de los “ritos chinos”. Este dominio en la imagen de China fue fruto de su mejor conocimiento del país, pues se les exigía hablar fluidamente la lengua y ser expertos en su literatura clásica,  denotando una actitud positiva y un interés por aprender de su cultura.
         

    El interés de transmitir exactamente la “Buena Nueva” motivó la búsqueda de un idioma universal que propiciara retomar la simplicidad y claridad del primitivo lenguaje bíblico usado por Adán, y que se habría perdido.
  Fruto de este interés por China y de esta imagen positiva fueron libros como los diarios del propio Ricci, las Nouveaux mémories sur l'état present de la Chine de Louis Le Comte o los cuatro volúmenes escritos por JeanBaptiste Du Halde, titulados Description géographique, historique, chronologique, politique et physique de l'Empire de la Chine.  


  Las imágenes de China durante la Edad Moderna, en definitiva, muestran una actitud receptiva hacia China: era un país al que había que convertir al Cristianismo, pero del que también se podía aprender. Sin embargo, en pocos años, a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII, esa imagen positiva de China cambió y se pasó a percibir el país como  objetivo colonizador despreciando la idea de aprender de ellos. La actitud de acomodación, esa posibilidad de ósmosis cultural de la época anterior, desapareció, y la influencia ya no pudo ser sino unidireccional: China habría de aprender de Europa, pero no al revés. De alguna forma, la actitud latina, Romana, pasó a ser dominada por la anglosajona.

  
        Esta  actitud cerrada pasaron a dominar a lo largo del siglo XIX, y prácticamente todo el espectro de pensadores de entonces lo asumieron, desde los más colonialistas hasta el propio Carlos Marx. Paradójicamente china se mostró impermeable al cristianismo y sin embargo adoptó el marxismo como camino al triunfar la revolución liderada por Mao Ze-dong en 1949.


        En relación con España y China, deberemos dar a conocer la figura de  Juan Caramuel de Lobkowitz (1606-1682) personalidad relativamente poco conocida.  Este abad del  Císter, nacido en Madrid,   tuvo una larga vida ejerciendo variados puestos eclesiásticos en diversas ciudades europeas  y murió a los 77 años siendo obispo de Vigevano, en Lombardía. Ya Menéndez Pelayo había dicho sobre Caramuel: "El más erudito y fecundo de los polígrafos del siglo XVII. 


            La producción de Caramuel es amplísima y abarca casi todos los campos del saber.  Su curiosidad intelectual le lleva a indagar en todas las fuentes, que en su época estaban abiertas hacia las nuevas tierras del "extremoccidente" y a las del "extremoriente" y apreciando los conocimientos más esotéricos, equipado con el conocimiento de muchísimas lenguas y ciencias originarias de América, desde México hasta  Chile, o sobre las misteriosas regiones del alejado Oriente,
algunas ciertamente exóticas, como el chino.  
          El pensamiento de Caramuel, y sus trabazones con otras ramas del saber u otros pensadores, han motivado ya serias investigaciones. Mencionemos dos de ellas. El Padre Ramón Ceñal se ocupó de la relación con el jesuita Kircher, contemporáneo de Caramuel, que vivía en Spira, en el Palatinado. El profesor Julián Velarde Lombreña ha dedicado su atención al estudio de las obras de este personaje y tiene editada la más interesante biografía sobre el.


                 En Caramuel  late en su interior el ideal universal de abarcar todo el conocimiento habido y por haber: si su patria España descubrió nuevas tierras allende los mares, deberá él descubrir formas y conocimientos allende las artes y las ciencias. Sus escritos, como todo el barroco, son una explosión de excesos, un atreverse intelectualmente a superar los límites establecidos en los controvertidos nuevos campos del saber, ya sean científicos, filosóficos o teológicos. En la antigüedad la perfección estaba en un equilibrio: "Nada en demasía" entre los griegos, que fuera la "aurea mediocritas" de los latinos; a Caramuel, por el contrario, ningún exceso le parece demasiado; sus inquisiciones son como una esfera con rayos infinitos, cuya urdimbre se basa en intrincadas combinaciones lógico-matemáticas, que nos recuerda el arte combinatoria de Raimundo Lulio.  



    Fue un verdadero niño prodigio.  Tuvo por preceptor al maronita Juan de Ezrom,   quien lo entusiasmó por las ciencias exactas,    bajo el mismo preceptor avanzó en el conocimiento del griego, hebreo, caldeo y siriaco.  Ingresó luego en el Colegio Imperial de los Padres de la Compañía de Jesús en Madrid   y en tres años cubrió el estudio de las artes liberales: la gramática, retórica y poética
 Estudia posteriormente en  la Universidad de Alcalá de Henares, donde, según los gustos de aquel tiempo, se inicia en la  lógica  aristotélica.  Sin detenerse en el simple aprendizaje de la doctrina filósofica tradicional Juan Caramuel trata de ser exhaustivo e ir aun más allá en lo que él llama  "Metalógica".



   Sus argumentaciones hicieron fama, al grado que si alguien presentaba un argumento insólito o extravagante, se solía decir en proverbio: "Aut es Angelus, aut Diabolus, aut Caramuel." Hay un buen testimonio sobre la capacidad logística de Caramuel en el comentario que hizo su antiguo maestro en lógica Benito Sánchez, por entonces Obispo de Pozzuoli, que al leer un opúsculo incluido en su Trismegistus Tneologícus (vigevano: Oficina Episcopal. 1679 remite  a quien le escribe: «Ha muchos años que nos conocemos, y sabe v. s. I1lustr. que no juro yo de buena gana; pero con todo eso juro por Dios y este signo de la cruz que no he leído libro mejor en mi vida».



        En Caramuel es continuo su interés por las matemáticas y el maridaje de todas las ciencias y artes, su apasionamiento por la visión universal de Raimundo Lulio, quien dejará su huella tanto en su ansia enciclopédica como en el arte combinatoria que se trasluce en sus elucubraciones sobre las ciencias y las artes, en las que el gran visionario mallorquín fue junto con su contempóraneo zaragozano Abraham Abulafia, un pionero.  También escribe un tratado de criptografía «Steganographia», en el que habla sobre el abad benedictino Juan Tritemio (1462-1516).



   Este abad de Spanheim fué autor de gran número de obras de carácter histórico y literario, se le recuerda también por haber sido  maestro de Paracelso, pues bien, Caramuel comenta que este abad había encontrado un método de escribir en lenguaje cifrado, aspecto que le interesaba especialmente. También, en este mismo texto, corrige el griego de Quevedo, comentando la confusión entre «geometría» y «geomancia», ciencia tradicional la segunda, que se basa en las dieciseis diferentes configuraciones que pueden tomar dos elementos, tomados de cuatro en cuatro, y que se basaba en lo actualmente se llama sistema binario de numeración. Más adelante  determina la etimología de estenografía, derivada de la raiz steganós, significando que cubre, que recubre herméticamente, de donde esteganografia o escritura oculta. 


Con el P. Martino Martini, S.J., que había sido misionero en China, estudió y aprendió el chino. Según Crasso, la redujo a números y la añadió a su proyecto de la Grammatica. Además como los símbolos chinos no responden a la lengua sino a las cosas, puso en práctica un método de lengua universal. Como durante su estancia en Viena había conocido a Marcos Marci, Rector de la Universidad de Praga, muy erudito en lenguas orientales, cultivó una buena amistad y con él estudió el árabe; como fruto de estos estudios escribió una Expugnatio Jslamismi, que no se publicó y no se sabe su contenido. 


Existe la sospecha que el Papa Alejandro VII, propuso a Caramuel al sacro colegio como candidato a la púrpura cardenalicia, pero  fue desestimada por ser un personaje tan  controvertido.

Caramuel gozó de gran fama en vida, que después se eclipsó, como el cometa que descubrió Halley, del que se dice, apareció en día de su muerte. Es una ironía del destino que J. Caramuel escribiera en su Metamétrica  un poema de 22 versos retrógrados, relativo al carácter calamitoso de los cometas, y que es una buena muestra de ingenio, pues leído de principio a fin dice que los cometas son funestos, pero leído del fin al principio anuncia exactamente lo contrario.  De tal forma  que se  puede decir sin temor  a errar que se puede decir de los cometas lo que se quisiere. Los 22 versos probablemente están así determinados por las 22 letras del alfabeto hebreo, ordenamiento suscita el gusto que tenia por la cábala.
Sus libros se agotaban, algunos tuvieron muchas ediciones y eran buscados afanosamente  En el discurso matemático que precede a “La arquitectura civil” se afirma que: "Si Dios hubiera dejado perecer todas las ciencias en todas las academias del universo, bastaría Caramuel para hacerlas renacer. 

                La matemática de Caramuel

       En el siglo XVII, apareció una gran proliferación de métodos con pretensiones de universalidad, que quizás propugno el escepticismo.  Esta tendencia Caramuel  intenta conjurar apelando a la evidencia racional, al método matemático (more geometrico), elevando a axioma la fórmula del Saggiatore de Galileo: «La naturaleza está escrita en lenguaje matemático»; axioma que implica la matematización de todos los ámbitos del saber. Caramuel, en sus inicios, en su búsqueda del camino o método para acceder a cualquier disciplina, echa mano de dicho axioma y busca siempre la matematización de las disciplinas. 



Tal es el objetivo de su Mathesis Audax: «resolver mediante números y lineas, aritmética y geométricamente, las cuestiones más candentes en lógica, física y teología». La primera parte de esta obra se titula, precisamente, Logica mathematice tradita; es, por lo tanto, Caramuel quien por primera vez habla de una lógica matemática, y no sólo la lógica, sino también la fisica, la filosofía o la teología han de quedar revestidas con el lenguaje matemático. No se puede ya, dice, seguir haciendo filosofia desde la celda con los infolios de santo Tomás o de Aristóteles, e ignorando los conceptos elementales que han desarrollado los matemáticos, sin riesgo de hacer el ridículo: «Ego Saepe, & Vin doctissimi mecum, habemus recreationis loco Iuniorum Authorum scrinta, qui sublimes in Philosophia conceptus Mathematum ignoratione macularunt. Hanc ob rem Philosophum in Mathematicis eminere desidero. » Y no sólo la filosofia, sino toda disciplina ha de buscar la matematización. Es la matemática, dice Caramuel, «scientia nobilissima; quae non solum humana, sed etiam divina dilucidat». Pero hay muchas formas de matematización. Una, por ejemplo, mediante el método de la geometria analítica, al estilo de Descartes; otra, mediante el análisis combinatorio; otra, mediante el análisis superior, etc. El método matemático utilizado por Caramuel que más fértil resulta para su epistemología es la combinatoria.
La combinatoria tiene su origen en el ars luliana y constituye, según Caramuel (y también según Leibniz), su componente más aprovechable. La combinatoria, en sus diversas formas, como instrumento indispensable para el estudio de toda disciplina, aparece ya en la Mathesis Audax y sigue siendo utilizada con frecuencia en los tratados Theologia (léase Philosophia) rationalis (1654), Metalogica (1654), Apparatus philosophicus (1657) y Pandoxion (1668). La combinatoria es a Caramuel lo que la geometria a Platón: tan útil e imprescindible resultaba la geometria para acceder a la Academia como la combinatoria lo es para acercarse a cualquier ciencia; o, dicho en términos escolásticos, la combinatoria es una ciencia subalternante, a la que se subalternan todas las otras ciencias: «... combinatoriam esse priman», «et illí omnes alias scientias subalternan» (Mathesis biceps, II, p. 957).

           De esta apreciación de la combinatoria no nos debe extrañar el aprecio que ejerció en Caramuel y en Leibniz el I-Ching, tratado que esqueléticamente es una combinatoria en caracteres binarios y octales.



  Es en la obra de Caramuel “Meditatio” donde Caramuel expone de forma sistemática no sólo la aritmética binaria, sino también otras varias.
De ahí la importancia que adquieren las cartas y los libros de misioneros, que describen las costumbres y culturas extraeuropeas. La unificación del saber, producto de la unificación del mundo, exige que en esta confrontación de culturas encajen todos los conocimientos, lo que origina nuevos planteamientos metodológicos En su proyecto de lengua universal (Ortographia Arctica) Caramuel combina las notas musicales (vía emprendida por Wilkins y Codwin) con caracteres aritméticos (vía seguida por Vossius y P. Bermudo). El lenguaje ideográfico chino sirvió, a su vez, de punto de referencia para los intentos de J. Webb, Dalgarno, Wilkins, Caramuel, Kircher y Leibniz de crear una lengua artificial.
       La introducción del cálculo binario en Europa responde, asimismo, a estas causas objetivas apuntadas: la idea de la numeración binaria les vino, aunque por conductos distintos, tanto a Caramuel como a Leibniz, de los libros de misioneros, en los que éstos describían, aun no entendiéndolos, sistemas de numeración distintos del ordinario (decimal) empleado por los europeos.

           La sorprendente presencia de estos signos binarios y de origen chino en el “Pilar", pudiera ser debida a la influencia de este Abad del Císter Juan Caramuel  y la Orden Jesuítica, particularmente del P.J. Jacobo Kressa, catedrático de matemáticas del Colegio Imperial de Madrid, y que en el año 1696, a  instancias del Conde de Perelada, desempeña la peritación de las obras  de la Basílica.

                                       
              El estamento religioso y científico de la época, especialmente el P. J. Kressa,  recibió una gran  influencia intelectual del monje cisterciense Juan Caramuel de Lobkowitz, nacido en Madrid en 1606, y que murió en Vigevano  un año después de ser colocada la piedra fundacional del nuevo Templo del Pilar.   


  Podemos reconocer la influencia que ejercía este monje entre los arquitectos de la época por la afirmación que el crítico de arte Bruno Zevi hace: “Cuando Alejandro VII hablaba de arquitectura se sabía que su fiel asesor era el monje cisterciense Juan Caramuel”
       Debemos tener en cuenta que en el año 1655 subió al solio pontificio el Papa Alejandro VII, y que fue el mayor defensor de las tesis jesuíticas sobre el asunto de los “ritos chinos”.  El obstáculo principal a la expansión del cristianismo residía en los desacuerdos entre las comunidades cristianas, que llevó a la querella de los ritos. Los jesuitas, por su lado, y los dominicos y franciscanos, por otro, discutían cómo había que traducir al chino el concepto cristiano de Dios y, sobre todo, si se debía permitir a los cristianos chinos el culto a Confucio y a los antepasados.

              Estos signos de carácter binario fueron  importados, presumiblemente por  el P. Martino Martini, S.J,  profesor de lengua  china de Caramuel.   Este misionero fue el que intervino ante el papa Alejandro VII, para defender y  apoyar las tesis Jesuíticas sobre el asunto de los “Ritos Chinos”,  defensa que logró un decreto favorable en 1656, aceptando los ritos condenados anteriormente. 



     Sobre la invención del sistema de numeración binario, es clarificador la lectura de la «Meditatio Prooemialis» de Caramuel.   
      Consideramos que de toda la obra matemática de Caramuel esta meditación proemial resulta la parte más adecuada, pues es donde mejor puede apreciarse su filosofía de la matemática, y también porque en ella expone el cálculo binario, invención atribuida generalmente a Leibniz, quien lo expuso treinta años más tarde.




Comencemos por este final: Entre los manuscritos de Leibniz, catalogados por Eodemann y publicados por Couturat en 1903, está el titulado De progressione dyadica, fechado el 15 de marzo de 1679, lo que indica que ya por esta época tenía Leibniz una idea clara del sistema binario de numeración. Pero, concretamente, la publicación por Leibniz de su Aritmetica binaria data de 1703.



 En este trabajo explica Leibniz el funcionamiento de la aritmética binaria y su notación empleando los signos O y 1.  En este tratado dota de significado a los viejos signos de más de cuatro mil años atribuidos al rey y filósofo chino Fo- Hi.
     


    Caramuel, por su parte, en su Mathesis Audax (1644), reconoce la posibilidad de adoptar una u otra base de numeración  pero es en la «Meditatio Prooemialis» donde Caramuel expone de forma sistemática no sólo la aritmética binaria, sino también otras varias.






 
  


sábado, 2 de abril de 2011

El Descendimiento de la Cruz de R. Van der Weyden


Van der Weyden centra la composición en la Compassio Mariae, la pasión que experimenta la Virgen ante el sufrimiento y la muerte de su Hijo.  El pintor escoge el momento en que José de Arimatea, Nicodemo y un ayudante sostienen en el aire el cuerpo de Jesús y María cae desmayada en el suelo sostenida por San Juan y una de las santas mujeres. 

La riqueza de sus materiales -el azul del manto de María es uno de los lapislázulis más puros empleados en la pintura flamenca de la época- y sus grandes dimensiones, con las figuras casi a escala natural, evidencian ya lo excepcional de la obra.  


Es encargada por la Cofradía de los Ballesteros de Lovaina hoy en Bélgica para su capilla en la Iglesia de Nuestra Señora de Extramuros. En las esquinas inferiores están representadas pequeñas ballestas. Adquirida por María de Hungría en el siglo XVI, pasa después a manos de su sobrino Felipe II. Éste la coloca en la capilla del Palacio de El Pardo hasta su entrega a El Escorial en 1574. Desde ese año estuvo allí hasta 1939 en que se trae al Museo Nacional del Prado
El descendimiento de la cruz   es considerada la obra maestra del pintor flamenco Roger van der Weyden. Es un óleo sobre tabla, pintado con anterioridad al año 1443, probablemente hacia 1436. Mide 220 cm de alto y 262 cm de ancho    


Roger van der Weyden encaja a las figuras en un espacio apaisado, en forma de urna. El fondo es liso, de oro, elemento típicamente gótico; de este modo, las figuras parecen esculturas policromadas.   El fondo de oro tiene además un sentido simbólico, como ya se le daba en Egipto: simboliza la eternidad y es propio de lo divino.
En el primer término, abajo, hay un pequeño fragmento de paisaje, con pequeñas plantas, un hueso alargado y una calavera junto a la mano de María desmayada. Presentar un pequeño matorral vivo junto a la calavera podría aludir a la vida después de la muerte, tal como sostienen las creencias cristianas.   José de Arimatea envuelve el cuerpo de Cristo en un paño blanco del lino, impregnado de sustancias aromáticas. Aparece un anciano de barba blanca identificado como Nicodemo. José de Arimatea y Nicodemo sostienen el cuerpo exánime de Cristo con la expresión de consternación a que obliga el fenómeno de la muerte.


Detalle de las lágrimas de la figura de la izquierda del cuadro, que destaca por la expresión del dolor.
  Jesucristo aparece en la misma posición que su madre, lo que significa que los dos sufren el mismo dolor, ilustrando así en la Compassio Mariae, esto es, en el paralelismo entre las vidas de Cristo y la Virgen.

 Van der Weyden ha representado a María Magdalena con un cinturón que simboliza la virginidad y la pureza. Este cinturón se encuentra alineado con los pies de Cristo y la cabeza de la Virgen, y en él aparece una inscripción que hace referencia a ambos: IHESVS MARIA. La vestimenta de los personajes sirve como símbolo de su clase social. Ninguna de ellas permitía representar las calidades de los objetos y de las telas como la pintura al óleo. De esa manera, Van der Weyden en esta pintura se explaya, en la concreción de las calidades y dependiendo de la clase social del personaje selecciona visón, seda, brocados, raso de azul, lapislázuli para la Virgen... En esa época el lapislázuli, piedra semipreciosa que se importaba desde Afganistán, era más cara que el oro.
 Este cuadro, gracias a un acuerdo entre la pinacoteca madrileña y el buscador Google, que aplica a los lienzos las técnicas de su herramienta Google Earth (http://earth.google.es), se puede ver en alta resolución.   El resultado es asombroso; su nitidez es 1.400 veces mayor de la que se conseguiría con una cámara digital de 10 megapíxeles.
De alguna manera es como si una lupa gigante mirara desde el ordenador a todo detalle  esta obra de las 14, que se pueden ver mediante este programa.   Pequeños universos se despliegan así inusitados ante la mirada de investigadores, estudiantes o simples aficionados.  


El proyecto convierte al Prado en el primer gran museo internacional que facilita el acceso a sus tesoros en megaaltarresolución a través de Internet.  El Prado entra así de lleno en el siglo XXI al enriquecerse con el aporte de las nuevas tecnologías. "Con un realismo prodigioso, se universaliza el conocimiento de las obras. Disponemos ahora de una herramienta deslumbrante para investigadores, docentes y amantes del arte".
En los trabajos se ha empleado medio año. Para dibujar esos minuciosos mapas se realizaron más de 8.200 fotografías que después se han montado como un puzle. La tecnología de Google Earth, mezcla de microscopio y atlas que todo lo ve, hizo el resto.


Un hecho asombroso para los historiadores de la Ciencia y tecnología, es que en la calavera de Adán presenta, gracias a esta gran resolución, lo que parece un aparato de ortodoncia. Quizás tengamos que revisar nuestros prejuicios sobre el conocimiento técnico de nuestros antepasados…. 




Este artefacto está calificado por los expertos como un OOPART, acrónimo anglosajón que significa "Objeto fuera de su tiempo". De este modo se denominan aquellos vestigios de la antigüedad que, por la tecnología empleada en confeccionarlos o por los conocimientos que de ellos se derivan, no encajan con la fecha en la que han sido datados.

(Para el que lea la letra pequeña, advierto que como esta última anotación es sin lugar a dudas una broma del editor). 

Chamanismo Piel Roja


CHAMANISMO PIEL-ROJA
Frithjof Schuon, fue adoptado en 1959 por la tribu de los Sioux y
recibió su nombre del célebre hombre-medicina Alce Negro.

Foto de E. Curtis


Por chamanismo entendemos las tradiciones de origen «prehistórico» propias de los pueblos mongoloides, comprendidos los indios de América[1]. En Asia encontramos este chamanismo propiamente dicho no sólo en Siberia, sino en el Tíbet —en la forma del BönPo—, en Mongolia, Manchuria y Corea; la tradición china prebúdica con sus ramas confucionista y taoísta se vincula igualmente con esta familia tradicional, así como en Japón, donde el chamanismo ha dado lugar a esa tradición particular que es el Shintô.Todas estas tradiciones se caracterizan por la oposición complementaria entre la Tierra y el Cielo y por el culto de la Naturaleza, contemplada en la relación de su causalidad esencial y no de su accidentalidad existencial. Se caracterizan igualmente por cierta escasez en la escatología —muy evidente incluso en el confucionismo—, y sobre todo por la función central del chamán, asumida en China por los Taotsé[2] y en el Tíbet por los lamas adivinos y exorcistas[3]. Si mencionamos ahora a la China y al Japón no es para englobar sus tradiciones autóctonas pura y simplemente dentro del chamanismo siberiano, sino para situarlas en relación con la tradición primitiva de la raza amarilla, tradición de la que el chamanismo es la prolongación más directa y también, es preciso decirlo, la más desigual y ambigua.
Esta última observación equivale a plantear la pregunta de saber lo que valen espiritualmente las formas siberianas y americanas del chamanismo; la impresión general es que dentro de él existen los niveles más diversos, pero lo que es cierto es que en los pieles-rojas —pues de ellos es de quien hablaremos aquí— se ha mantenido algo primordial y puro, a pesar de todos los oscurecimientos que hayan podido superponerse en algunas tribus en un pasado quizá relativamente reciente.
Los documentos que atestiguan la envergadura espiritual de los pieles-rojas son numerosos. Un blanco que fue educado en su primera infancia por los indios y que vivió —al principio del siglo XIX— hasta los veinte años entre tribus que nunca habían sido tocadas por un misionero (Kickapoo, Kansas, Omaha, Osage) dice que: «Es cierto que reconocen —por lo menos los que conozco— un Ser supremo, todopoderoso e inteligente, o Dador de la Vida, que ha creado y gobierna todas las cosas.
Cruz
En general creen que después de haber formado los terrenos de caza y haberlos llenado de ésta, creó al primer hombre y a la primera mujer rojos, que eran de gran talla y vivieron muchos años; que tenía con frecuencia charlas con ellos y fumaba con ellos, dándoles leyes que debían observar y les enseñaba cómo cazar y cómo plantar el maíz; pero que, como consecuencia de su desobediencia, se alejó de ellos y les abandonó a las vejaciones del Mal Espíritu, que desde entonces ha sido la causa de toda su decadencia y todas sus desgracias. Creen que el Gran Espíritu tiene un carácter demasiado sublime para ser el autor directo del mal y que continúa enviando a sus hijos rojos —a pesar de sus ofensas— todas las bendiciones de las que gozan; en respuesta a esta solicitud paternal, son realmente filiales y sinceros en sus devociones y ruegan por lo que tienen necesidad y dan gracias por lo que han recibido. En todas las tribus que he visitado, he encontrado la creencia en una vida futura con recompensas y castigos… Esta convicción de deber cuentas al Gran Espíritu hace que los indios sean generalmente escrupulosos y fervientes en sus creencias y observancias tradicionales, y es un hecho digno de señalar que no se encuentra entre ellos ni frialdad o indiferencia, ni hipocresía respecto a las cosas sagradas…»[4].
Bolsa de pipa de Alce Negro
Otro testimonio, que proviene esta vez de una fuente cristiana, es el siguiente: «La creencia en un Ser supremo está firmemente arraigada en la cultura de los chippewas. Este Ser, llamado Kîchê Manitô o Gran Espíritu, estaba muy alejado de ellos. Raramente se le dirigían plegarias directas a él solo y no se le ofrecían sacrificios más que en la fiesta de los iniciados Midewiwin. Mis informadores hablaban de él con un tono de sumisión y extrema reverencia. «Él ha colocado todo sobre la tierra y cuida de todo», añadió un anciano, el hombre-medicina más poderoso de la Reserva del lago de la Oreja Corta. Una anciana mujer de la Reserva afirmó que al rezar, los antiguos indios se dirigían primero a Kîchê Manitô y en seguida «a los otros grandes espíritus, los kîchî manitô, que habitan en los vientos, la nieve, el trueno, la tempestad, los árboles y en cada cosa». Un viejo chamán, Vermilion, estaba seguro de que «todos los indios en este país conocían a Dios mucho tiempo antes de la llegada de los blancos, pero no le pedían cosas particulares como lo hacen desde que son cristianos. Esperaban los favores de sus protectores particulares». Las divinidades menos poderosas que Kîchê Manitô eran las que habitaban en la naturaleza y los espíritus guardianes… La creencia de los chippewas en la vida después de la muerte se ha hecho evidente en sus vestidos de sepultura y duelo, pero entre ellos hay una tradición según la cual los espíritus van hacia el Oeste después de la muerte, «hacia el lugar en que el sol se pone» o «hacia las praderas de los campamentos de la bendición y la felicidad eternas»[5].
Alce Negro
Al no ser nuestro punto de vista el del evolucionismo, para decir lo menos, no podríamos creer en un origen grosero y pluralista de las religiones y no tenemos ninguna razón para poner en duda el aspecto «monoteísta» de la tradición de los indios[6], ya que siempre el «politeísmo» puro y simple no es más que una degeneración y por tanto un fenómeno relativamente tardío y en cualquier caso mucho menos extendido de lo que ordinariamente se cree. El monoteísmo primordial —que no tiene nada de específicamente semita y que más bien es un «pan-monoteísmo», pues si no el politeísmo no habría podido derivar de ello—, este monoteísmo subsiste, o deja huellas en las tribus más diversas, los pigmeos de Africa entre otras; es lo que los teólogos llaman la «religión primitiva». En las Américas, los naturales de la Tierra del Fuego, por ejemplo, no conocen más que un solo Dios que habita más allá de las estrellas, que no tiene cuerpo y no duerme y las estrellas son sus ojos; siempre ha sido y nunca morirá; ha creado al mundo y ha dado a los hombres reglas de acción. En los indios del Norte —los de las Praderas y los Bosques— la Unidad divina sin duda aparece de manera menos exclusiva y en algunos casos parece incluso velarse, pero no hay en ellos nada comparable con el politeísmo antropomorfista de los europeos antiguos: ciertamente hay varios «Grandes Poderes»[7], pero estos Poderes están o subordinados a un Poder supremo que se asemeja mucho más a Brahma que a Júpiter, o son considerados como un conjunto, o una Substancia sobrenatural, de la que nosotros mismos somos partes, de acuerdo con lo que un sioux nos ha explicado. Para comprender este último punto, que sería panteísmo si todo el concepto sólo se redujese a eso, es preciso saber que las ideas sobre el Gran Espíritu se vinculan o con la realidad «discontinua» de la Esencia y entonces hay trascendentalismo[8], o con la realidad «continua» de la Substancia, y en ese caso hay panteísmo; en la conciencia de los pieles-rojas el aspecto de Substancia predomina no obstante sobre el de Esencia. A veces se habla de un Poder mágico que anima todas las cosas, comprendidos los hombres, llamado Manito(algonquino), Orenda (iroques) y coagulándose —o personificándose según los casos— en las cosas y los seres, comprendidos los del mundo invisible y anímico, y cristalizándose igualmente en función de un determinado sujeto humano, como totem o «ángel guardián» (el orayon de los iroqueses)[9] esto es exacto con la reserva sin embargo de que el calificativo de «mágico» es completamente insuficiente e incluso erróneo en el sentido de que define una causa por un efecto parcial. En cualquier caso lo que importa retener es que el teísmo indio, al mismo tiempo que no es un pluralismo de tipo mediterráneo y «pagano», tampoco coincide exactamente con el monoteísmo abrahamánico, sino que más bien representa una teosofía un tanto «en movimiento» —en ausencia de una Escritura sagrada— y entroncada con las concepciones védicas y extremo-orientales; es importante precisar igualmente la insistencia, en esta perspectiva, sobre los aspectos «vida» y «potencia», que es muy característico de una mentalidad guerrera más o menos nómada.
Algunas tribus —los algonquinos y los iroqueses sobre todo— distinguen entre el demiurgo y el Espíritu supremo: este demiurgo tiene con frecuencia un papel algo burlesco, incluso luciferino. Semejante concepción del poder creador y del dispensador primordial de las artes no es particular de los pieles-rojas, como lo prueban las mitologías del Viejo Mundo, donde las acciones de los titanes estaban al lado de las de los dioses; en lenguaje bíblico diremos que no hay Paraíso terrestre sin serpiente y sin esta última no hay caída ni drama humano, ni ninguna reconciliación con el Cielo. Como a pesar de todo la creación es algo que se aleja de Dios, es preciso que haya en ella una tendencia deífica, de tal modo que se puede considerar la creación en dos aspectos, uno divino y otro demiúrgico o luciferino; pero los pieles-rojas mezclan los dos aspectos y no son los únicos en hacerlo; recordemos solamente, en la mitología japonesa, al dios Susano-o, genio turbulento del mar y la tempestad. En suma, el demiurgo —el Nanabozho, Mishabozho Napi de los Algonquinos, el Tharonhiawagon de los Iroqueses—, este demiurgo no es otro que Mâyâ, principio proteico que a la vez engloba a la Potencia creadora y al mundo, y que es la natura naturans tanto como la natura naturata; Mâyâ está más allá del bien y del mal, expresa la plenitud y la privación, lo divino y lo demasiado humano, incluso lo titanesco y lo demoníaco, y de ahí una ambigüedad que a un moralismo sentimental le cuesta trabajo comprender.
En lo tocante a la cosmogonía, para el indio no hay casi creatio ex nihilo; hay más bien una especie de transformación. En un mundo celestial situado por encima del cielo visible vivían en el origen seres semidivinos, personajes prototípicos y normativos que el hombre terrestre debe imitar en todo; en este mundo celestial no había más que paz. Pero algunos de estos seres acabaron por sembrar la discordia y entonces sobrevino el gran cambio; fueron exilados en tierra y llegaron a ser los antepasados de todas las criaturas terrestres; sin embargo algunos pudieron permanecer en el Cielo y son los genios de cada actividad esencial, como la caza, la guerra, el amor, la siembra. Para el indio lo que llamamos «creación» es en consecuencia y sobre todo un cambio de estado o un descenso; es una perspectiva «emanacionista» —en el sentido positivo y legítimo de este término— que se explica en este caso por el predominio entre los indios de la idea de la Substancia y por consiguiente de la Realidad «no discontinua». Es la perspectiva de la espiral o de la estrella, no la de los círculos concéntricos aunque este aspecto de la discontinuidad nunca deba olvidarse; las dos perspectivas se completan, pero el acento se pone o sobre una o sobre la otra.
¿Qué significa exacta y concretamente esta idea india de que cada cosa está «animada»? En principio y metafísicamente significa que, a partir de cada cosa y en su centro existencial, hay un rayo ontológico hecho de «ser», de «conciencia», de «vida», que vincula al objeto, a través de su raíz sutil o anímica, con su prototipo luminoso y celestial; de ello resulta que podemos alcanzar las Esencias celestiales a partir de cada cosa. Las cosas son las coagulaciones de la Substancia divina; ésta no es las cosas, pero las cosas son ella, en virtud de su existencia y sus cualidades; éste es el sentido profundo del animismo polisintético de los pieles-rojas, y esta conciencia aguda de la homogeneidad del mundo fenoménico es la que explica su naturismo espiritual y su rechazo a separarse de la naturaleza y comprometerse con una civilización hecha de artificios y servidumbres que lleva en sí misma los gérmenes de la petrificación y la corrupción; para el indio como para el extremo-oriental, lo humano está en la naturaleza y no al margen de ella.

Las manifestaciones más eminentes del Gran Espíritu son los puntos cardinales con el Cénit y el Nadir, o con el Cielo y la Tierra, y después formas tales como el Sol, el Lucero del Alba, la Roca, el Aguila, el Bisonte; todas estas manifestaciones se encuentran en nosotros mismos y tienen sus raíces en la Divinidad: aunque el Gran Espíritu sea Uno, implica en Sí-mismo estas cualidades de las que vemos las huellas —y sufrimos los efectos— en el mundo de las apariencias[10]. 
El Este es la Luz y el Conocimiento y también la Paz; el Sur es el Calor y la Vida y por tanto el Crecimiento y la Felicidad; el Oeste es el Agua fertilizante, así como la Revelación que habla en el relámpago y el trueno; el Norte es el Frío y la Pureza, o la Fuerza. Así es como el Universo, a cualquier nivel que se le considere —Tierra, Hombre o Cielo—, depende de cuatro determinaciones primordiales: Luz, Calor, Agua y Frío. Lo que hay de sorprendente en esta calificación de los puntos cardinales es que no simbolizan claramente ni el cuaternario de los elementos —aire, fuego, agua, tierra— ni el de los estados físicos correspondientes —sequedad, calor, humedad, frío—, sino que mezclan o combinan los dos cuaternarios de manera desigual: el Norte y el Sur están caracterizados respectivamente por el frío y el calor sin representar los elementos tierra y fuego, mientras que el Oeste corresponde a la vez a la humedad y al agua; el Este representa la sequedad y ante todo la luz, pero no el aire. Esta asimetría se explica del siguiente modo: los elementos aire y tierra se identifican, respectivamente, en el simbolismo espacial del universo, con el Cielo y la Tierra y por consiguiente con las extremidades del eje vertical, mientras que el fuego —como fuego sacrificial y transmutador— es el Centro de todo; si se tiene en cuenta el hecho de que el Cielo sintetiza todos los aspectos activos de los dos cuaternarios —el de los elementos[11] y el de los estados[12]— y de que la Tierra sintetiza sus aspectos pasivos, se observará que las definiciones simbólicas de las cuatro partes quieren ser una síntesis de los dos polos, uno celestial y otro terrestre[13]: el Eje Norte-Sur es terrestre y el Eje Este-Oeste es celeste.
Lo que es común a todos los pieles-rojas es el esquema de la polaridad cuaternaria de las cualidades cósmicas; pero el simbolismo descriptivo puede variar de un grupo a otro, sobre todo entre grupos tan diferentes como los sioux y los iroqueses. Para los cheroquis por ejemplo, que pertenecen a la familia iroquesa, el Este, el Sur, el Oeste y el Norte, significan respectivamente el éxito, la felicidad, la muerte y la adversidad y están representados por, el rojo, el blanco, el negro y el azul; para los sioux todos los puntos cardinales tienen un sentido positivo, siendo los colores —en el mismo orden de sucesión— el rojo, el amarillo, el negro y el blanco; pero evidentemente hay una relación entre el Negro-adversidad y el Negro-purificación, ya que la prueba purifica y fortifica, o entre Oeste-muerte y el Oeste-revelación al referirse las dos ideas al más allá. Entre los odjibway, que pertenecen al grupo algonquino, el Este es blanco como la luz, el Sur verde como la vegetación, el Oeste rojo o amarillo como el sol poniéndose y el Norte negro como la noche; las asignaciones difieren según las perspectivas, pero el simbolismo fundamental, con su cuaternario y sus polaridades no se ve afectado.

El papel crucial que desempeñan las direcciones del espacio en el rito del Calumet es bien conocido. Este rito es la oración del indio, en la que el indio habla no sólo por sí mismo, sino por todas las demás criaturas; el Universo entero reza con el hombre que ofrece la Pipa a los Poderes, o al Poder.
Mencionemos también los otros grandes ritos del Chamanismo piel-roja, al menos los principales: la Cabaña para sudar, la Invocación solitaria y la Danza del Sol[14]; escogemos el número cuatro, no porque marque un límite absoluto, sino porque es sagrado entre los pieles-rojas y de hecho permite establecer una síntesis que no tiene nada de arbitrario.
La Cabaña para sudar es el rito purificatorio por excelencia: por él el hombre se purifica y se hace un ser nuevo. Este rito y el precedente son absolutamente fundamentales; el siguiente también lo es, pero en un sentido algo diferente.
La Invocación solitaria —la «lamentación» o el «envío de una voz»— es la forma más elevada de la oración; puede ser silenciosa[15], según los casos. Es un verdadero retiro espiritual por el que cada indio debe pasar una vez en su juventud —pero en ese caso la intención es particular— y que puede renovar en cada momento según la inspiración de las circunstancias.
Native American Church of Peyote
La Danza del Sol es en cierto modo la oración de la comunidad entera: para los que la llevan a cabo significa —al menos esotérica-mente— una unión virtual con el Espíritu solar y por tanto con el Gran Espíritu. Esta danza simboliza la vinculación del alma con la Divinidad: del mismo modo que el danzante está atado al árbol central —por tiras de cuero que simbolizan los rayos del sol— el hombre se encuentra unido al Cielo por un lazo misterioso que el indio antaño sellaba con su sangre, mientras que en nuestros días se contenta con un ayuno ininterrumpido de tres o cuatro días. El danzante es en este rito como un águila que vuela hacia el sol: con el silbato hecho con hueso de águila produce un sonido estridente y lastimero mientras imita en cierta manera el vuelo del águila con las plumas que lleva en las manos. Esta relación, en cierto modo sacramental, con el sol deja en el alma una huella indeleble[16].

Prety on Top, Director de la Danza del Sol de los indios Cuervo

Dentro de las prácticas mágicas de los chamanes hay que distinguir la magia ordinaria de lo que podríamos denominar la magia cósmica: esta magia opera mediante las analogías entre los símbolos y sus prototipos. Por todas partes en la naturaleza, comprendido el mismo hombre, encontramos sin duda posibilidades semejantes, substancias, formas, movimientos que se corresponden cualitativa o tipológicamente; por esto el chamán espera subyugar los fenómenos, que por su naturaleza o por accidente escapan a su influencia, por medio de fenómenos análogos —metafísicamente «idénticos»— que él mismo crea y que por este hecho se sitúan en su esfera de actividad; quiere obtener la lluvia, la detención de una tempestad de nieve, la llegada de los bisontes, la curación de una enfermedad, con la ayuda de formas, colores, ritmos, encantaciones, melodías sin palabras. Pero todo esto sería insuficiente sin el extraordinario poder de concentración del chamán, poder que no puede obtenerse sino por un largo entrenamiento en la soledad, el silencio y el contacto con la naturaleza virgen[17]; también puede obtenerse gracias a un don particular y por intervención de una influencia celestial[18].

Detrás de cada fenómeno sensible hay una realidad de orden anímico que es independiente de las limitaciones del espacio y del tiempo; al ponerse en contacto con esas realidades, o con esas raíces sutiles o suprasensibles de las cosas, es como el chamán puede influir en los fenómenos naturales o predecir el porvenir. Todo esto parecerá extraño, por decir lo menos, al lector moderno, cuya imaginación lleva otras impresiones y obedece a otros reflejos que la del hombre medieval o arcaico y cuyo subconsciente, es preciso decirlo con claridad, está viciado por una multitud de prejuicios con pretensión intelectual o científica; sin poder entrar aquí en los detalles, recordemos simplemente con Shakespeare que «hay más cosas en el cielo y la tierra que todo lo que pueda soñar vuestra filosofía».
Pero los chamanes son también, e incluso a fortiori, expertos mágicos en el sentido ordinario de la palabra; su ciencia opera con fuerzas de orden psíquico o anímico, individualizadas o no; no hace intervenir, como la magia cósmica, a las analogías entre el microcosmos y el macrocosmos, o entre las diferentes reverberaciones naturales de una misma «idea». En la magia «blanca», que es normalmente la de los chamanes, las fuerzas puestas en acción, lo mismo que el fin de la operación, son benéficas o simplemente neutras; cuando por el contrario los espíritus son maléficos y el fin lo es igualmente, se tratará de la magia «negra» o la brujería; en este caso, nada se hace «en el nombre de Dios» y el lazo con los poderes superiores está roto. Es obvio que prácticas tan peligrosas socialmente, y tan nefastas en sí mismas, estuvieran severamente prohibidas entre los pieles-rojas como entre todos los pueblos[19], lo que no significa que nunca hayan conocido en algunas tribus de los bosques —como en Europa al final de la Edad Media— una extensión en cierto modo epidémica, conforme a su naturaleza siniestra y contagiosa[20].
Virgen pintada por F. Schuon
Un problema que preocupa a todos los que se interesan en la espiritualidad de los pieles-rojas es el de la «Danza de los Espíritus» (Ghost Dance), que jugó un papel tan trágico cuando la derrota final de esta raza. Contrariamente a la opinión habitual esta danza no era un hecho totalmente nuevo; varios movimientos del mismo género habían visto la luz mucho antes de Wovoka —el promotor de la Ghost Dance—, es decir, que se producía con bastante frecuencia en las tribus del Oeste el siguiente fenómeno: un visionario que no era necesariamente un chamán hace la experiencia de la muerte y regresando a la vida trae consigo un mensaje del más allá: profecías que afectan al fin del mundo, al regreso de los muertos y a la creación de una nueva tierra —se ha llegado a hablar de la «lluvia de las estrellas» —y después una llamada a la paz y por último una danza que debía acelerar los acontecimientos y proteger a los creyentes, en este caso a los indios; en una palabra, estos mensajes de ultratumba contenían las concepciones escatológicas y «milenaristas» que volvemos a encontrar en una u otra forma en todas las mitologías y en todas las religiones[21].
Ghost dance
Lo que había de particular y también de trágico en la Ghost Dance se debía a las circunstancias físicas y psicológicas del momento: la desesperación de los indios transponía estas profecías a un porvenir inmediato y les confería además un aire combativo completamente opuesto al carácter pacífico del mensaje primitivo; no obstante no fueron los indios quienes provocaron el combate. En cuanto a los prodigios experimentados por algunos creyentes —particularmente los sioux— parecen haber sido menos fenómenos de sugestión que alucinaciones debidas a una psicosis colectiva y determinadas en parte por influencias cristianas; Wovoka siempre ha negado que pretendiera ser Cristo, mientras que nunca negó haber encontrado al Ser divino —lo que puede entenderse de muchos modos— y haber recibido un mensaje; sin embargo no tenía ningún motivo para negar lo primero más que lo segundo[22]. Nos parece que no hay base para acusar a Wovoka de impostura, especialmente cuando ha sido descrito como un hombre sincero por los blancos que sin embargo no tenían ningún prejuicio favorable; sin duda la verdad es que Wovoka fue también una víctima de las circunstancias.
Wowoka
Para reducir todo este movimiento a sus justas proporciones hay que observarlo en su contexto tradicional, el «poliprofetismo» indio y el «apocaliptismo» propio a cualquier religión, y también en su contexto contingente y temporal, el derrumbamiento de las bases vitales de la civilización de las Praderas.

La fascinante combinación de la heroicidad combativa y estoica con el porte sacerdotal confería al indio de las Praderas y los Bosques una especie de majestad aguileña y solar a la vez, y de ahí esa belleza poderosamente original e insustituible que se une al hombre rojo y contribuye a su prestigio como guerrero y mártir[23]. Como los japoneses del tiempo de los samurais, el piel-roja era profundamente artista en su propia manifestación personal: además de que su vida era un juego perpetuo con el sufrimiento y la muerte[24] y por esto una especie de karma-yoga caballeresco[25], sabía dar a este estilo espiritual un revestimiento estético de una expresividad insuperable.
Un elemento que ha podido dar la impresión de que el indio es un individualista —por principio y no sólo de facto— es la crucial importancia que reviste para él el valor moral del hombre, el carácter si se quiere, y el consecuente culto del acto[26]. El acto heroico y silencioso se opone a la palabra vana y prolija del cobarde; el amor del secreto, la reticencia en entregar lo sagrado por discursos fáciles que lo debilitan y dilapidan, se explican por el mismo motivo. Todo el carácter del indio se deja definir en resumen por estas dos palabras, si semejantes elipses son permitidas: acto y secreto; acto fulgurante si es preciso y secreto impasible. Como una roca el indio de antaño descansa en sí mismo, en su personalidad, para en seguida traducirla en acto con la impetuosidad del relámpago; pero al mismo tiempo permanecía humilde ante el Gran Misterio cuya naturaleza envolvente era para él el mensaje permanente.
La naturaleza es solidaria de la santa pobreza y también de la infancia espiritual; es un libro abierto cuya enseñanza de verdad y de belleza nunca se agota. Es en medio de sus propios artificios como el hombre se corrompe más fácilmente, son ellos los que le vuelven ávido e impío; cerca de la naturaleza virgen, que no conoce ni agitación ni mentira, el hombre tiene oportunidades de permanecer contemplativo como la misma naturaleza lo es. Y es la Naturaleza total y casi divina quien, más allá de todos los extravíos humanos, guardará la última palabra.

Para comprender plenamente el destino abrupto de la raza india hay que tener en cuenta el hecho de que esta raza ha vivido durante milenios en una especie de paraíso prácticamente ilimitado; los indios del Oeste todavía se encontraban en él a principios del siglo XIX. Sin duda fue un paraíso rudo pero que ofrecía un ambiente grandioso de carácter sagrado y comparable en muchos aspectos con lo que fue la Europa nórdica antes de la llegada de los romanos[27]. Como los indios se identificaban espiritual y humanamente con esta naturaleza virgen, y según ellos inviolable, aceptaban todas sus leyes y por tanto también la lucha por la vida como manifestación del «principio del mejor»; pero con el tiempo, y en función de las consecuencias de la «edad de hierro» donde predominan las pasiones y desaparece la sabiduría, los abusos se extendían cada vez más; un individualismo heroico, pero vindicativo y cruel, obscurecía las virtudes desinteresadas, como por lo demás fue el caso en todos los pueblos guerreros. La privilegiada situación de los indios —al margen de la «Historia» y las aplastantes civilizaciones ciudadanas— debía terminar por agotarse; no hay nada sorprendente en que este agotamiento de un paraíso en cierto modo envejecido coincidiese con los tiempos modernos[28].
Pero evidentemente este aspecto unilateral de fatalidad no podría atenuar ni excusar ninguna de las villanías de las que el indio ha sido víctima desde hace siglos, pues si no las nociones de justicia e injusticia no tendrían sentido y nunca habría habido ni infamia ni tragedia. Los defensores de la invasión blanca y de todas sus consecuencias hacen valer con gusto que todos los pueblos siempre han cometido violencias; violencias sí, pero no forzosamente bajezas, perpetuadas, por añadidura, en nombre de la libertad, la igualdad, la fraternidad, la civilización, el progreso y los derechos del hombre… La destrucción consciente, calculada, metódica, oficial —y nunca anónima— de la raza roja, de sus tradiciones y su cultura, en América del Norte y parcialmente también en América del Sur, lejos de haber sido un proceso inevitable —y eventualmente excusable por leyes naturales y a condición de que no se pretenda haberla recuperado gracias a la «civilización»— esta destrucción, decimos, sigue siendo en realidad uno de los mayores crímenes y uno de los más insignes vandalismos de los que la Historia haya guardado recuerdo.
Dicho esto, queda el aspecto ineluctable de las cosas, el de la fatalidad, en virtud del cual lo que es posible no puede dejar de manifestarse de alguna manera y todo lo que sucede tiene sus causas próximas o lejanas; este aspecto del mundo y del destino no impide sin embargo que las cosas sean lo que son; el mal sigue siendo el mal en su propio plano. Se condena el mal por su naturaleza, no por su carácter inevitable; este último se acepta, pues lo trágico entra necesariamente en el juego divino, aunque sólo fuera porque el mundo no es Dios. Uno no acepta el error, pero se resigna a su existencia. Pero más allá de las destrucciones terrestres hay lo Indestructible: «Cada forma que ves —canta Rumi— posee su arquetipo en el mundo divino, más allá del espacio; si la forma perece, qué importa, puesto que su modelo celestial es indestructible. Cada bella forma que has visto, cada palabra profunda que has escuchado, no estés entristecido, porque todo eso se pierde; pues no es de otro modo. La Fuente divina es inmortal y su cauce da agua sin descanso; como ni la una ni la otra pueden detenerse, ¿de qué te lamentas?… A partir del momento en que tú has entrado en este mundo de la existencia, una escalera ha sido colocada ante ti…»


[1] Con excepción de los mexicanos y los peruanos, que representan filiaciones tradicionales más tardías —«atlantinas», según cierta terminología— y que por este hecho ya no dependen del aire del «Pájaro-Trueno».


[2] No confundir con los Tao-Shi, que son monjes contemplativos.


[3] La demarcación entre el Mön-Po y el Lamaismo no siempre está clara, al haberse influido recíprocamente estas tradiciones.


[4] John D. HUNTER, Manners and Customs of Indian Tribes (reedición, Minneápolis, 1957).


[5] Sister M. Inez HIGER, Chippewa Child Lije and its Cultural Backround, Washington, 1951. «La religión era la verdadera vida de las tribus, penetraba todas sus actividades e instituciones… El hecho más sorprendente, en lo que concierne a los indios de América del Norte, y del que se han dado cuenta demasiado tarde, es que vivían habitualmente dentro y por la religión, en un grado comparable a la piedad de los antiguos israelitas en la teocracia.» (Garrick MALLERY, Picture Writing of the American Indians, 10th Annual Report of the Bureau of Ethnography, 1893.) Un autor que vivió sesenta años entre los Choctaw escribía: «Reivindico para el indio de América del Norte la religión más pura y las concepciones más elevadas del Gran Creador…» (John JAMES, My Experience with Indians, 1925). «Llamar simplemente religiosos a todas estas gentes no da más que una débil idea de la profunda actitud de piedad y devoción que penetra toda su conducta. Su honestidad es inmaculada y su pureza de intención, así como su observancia de los ritos de su religión, no sufren ninguna excepción y son extremadamente relevantes. Ciertamente están más cerca de una nación de santos que de una horda de salvajes. (Washington IRVING, The Adventures of Captain Bonneville, 1837.) «Tirawa es un Espíritu intangible, omnipotente y benéfico. Penetra el universo y es el supremo soberano. De su voluntad depende todo lo que sucede. Puede traer el bien o el mal; puede dar el éxito o el fracaso. Cualquier cosa se hace con él… nada se emprende sin una oración al Padre en petición de ayuda.» (George Bird GRINNELL, «Pawnee Mythology», Journal of American Folklore, vol. VI.) «Los pies-negros creen firmemente en lo Sobrenatural y en el control de los asuntos humanos por Poderes buenos o malos del mundo invisible. El Gran Espíritu, o Gran Misterio, o Buen-Poder, está por todas partes y en toda cosa…» (Walter McCLINTOCK, The Old North Trail,Londres, 1910).


[6] En 1770, una mujer visionaria anunció a los sioux oglala que el Gran Espíritu estaba encolerizado con ellos; en los relatos pictográfícos (winter counts) de los oglala, ese año recibió el nombre de Wakan Tanka knashkiyan («Gran Espíritu en cólera»); esto sucedió en una época en la que estos sioux no podían haber sufrido la influencia del monoteísmo blanco.


[7] El nombre Wakan-Tanka —literalmente «Gran Sagrado» (wakan = Sagrado) y habitualmente traducido como «Gran Espíritu» o «Gran Misterio»— también lo ha sido por «Grandes Poderes», plural que es legítimo teniendo en cuenta el sentido polisintético del concepto. En todo caso no es sin razón que los sioux han sido llamados the Unitarians of the American Indian.


[8] Es obvio que entendemos este término según su sentido propio y sin pensar en la filosofía emersoniana que lleva este nombre. Por lo demás uno se puede preguntar —dicho sea de paso— si no hay en Emerson, además del idealismo alemán, una cierta influencia proveniente de los indios.


[9] A fin de cuentas es el equivalente del kami del Sintoísmo.


[10] Los sabios entre los indios nunca ignoran el carácter contingente e ilusorio del cosmos: «He visto más de lo que puedo decir y he comprendido más de lo que no he visto; pues he visto de una manera sagrada las sombras de todas las cosas en el Espíritu y la forma de las formas tal y como deben vivir simultáneamente, parecidas a un solo Ser.» «Crazy Horse fue al Mundo donde nada es, salvo los Espíritus (las Ideas eternas) de todas las cosas. Este es el Mundo real que se encuentra (escondido) tras éste (el nuestro), y cada cosa que vemos es como una sombra de aquel Mundo.» «Sabía que lo Real estaba lejos (de nuestro mundo) y que el sueño obscurecido de lo Real estaba aquí abajo.» (HEHAKA SAPA,en Black Elk Speaks, Lincoln, 1961: traducción española: Los últimos sioux. Ed. Noguer, Barcelona. (N. del T.) Según Hartley Burr ALEXANDER, «la idea fundamental (del mito mexicano de Quetzalcoatl) es la misma (que en la mitología de los pieles rojas): la de una fuerza o una potencia casi panteísta que se encarna en los fenómenos del mundo actual y de la que este mundo no es más que la imagen y la ilusión». (L’art et la phitosophie des Indiens de l’Amérique du Nord, París, 1926.)


[11] Aire, fuego, agua y tierra.


[12] Sequedad, calor, humedad y frío.


[13] Esto significa —si se considera todo este simbolismo a la luz de la alquimia— que en esta polarización las fuerzas complementarias del «azufre» que «dilata», y del «mercurio», que «disuelve» y «contrae», se encuentran en equilibrio; el fuego del centro equivale entonces al fuego hermético en el fondo del atanor.


[14] Los otros ritos tienen un alcance más bien social.


[15] Cf. René GUENON, «Silence et solitude», en Etudes Traditionnelles, París, marzo de 1949.


[16] Todos estos ritos han sido descritos por HEHARA SAPA en La Pipa sagrada. Los siete ritos secretos de los indios sioux, Madrid, Taurus, 1980. S. S. el Jagadguro de Conjeevaram, habiendo leído este libro (La Pipa sagrada), señaló a uno de nuestros amigos que los ritos de los pieles rojas presentan sorprendentes analogías con algunos ritos védicos.


[17] Desde que los hombres-medicina habitan en casas —nos ha dicho un Shoshoni— se han vuelto impuros y han perdido mucho de su poder.


[18] Como en el caso de Héhaka Sapa.


[19] Quizás con la excepción de las tribus melanesias muy degeneradas.


[20] Estas prácticas se han hecho infrecuentes —se nos ha dicho— por el hecho de que los efectos maléficos se volvían con demasiada frecuencia contra los culpables, gracias a la protección de la que gozan las presuntas víctimas.


[21] Movimientos enteramente análogos se han producido sucesivamente en Perú y en Bolivia, a partir de la conquista española y hasta comienzos de nuestro siglo.


[22] Cf. «The Ghost-Dance Religion», por James MONEY, en Fourteenth Annual Report of the Bureau of Ethnology to the Secretary of the Smithsonian Institution, Washington, 1896, y también: The Prophet Dance of the Northwest, por Leslie SPIER, en General Series in Anthropology, Menasha, Wisconsin, 1935.


[23] Mal que les pese a los pseudo-realistas antirománticos que no creen más que en lo trivial. Si algunos de los pueblos llamados primitivos no ha suscitado un interés tan vivo y tenaz como los pieles-rojas y si el indio encarna algunas de nuestras nostalgias que erróneamente se califican de pueriles, es preciso que sea algo por sí mismo, pues «no hay humo sin fuego».


[24] Una «ordalía», según la expresión de Hartley Burr Alexander.


[25] El hijo de Héhaka Sapa nos contó que había, entre los guerreros indios, hombres que hacían la promesa de morir en la guerra; se les llamaba «los que no regresaban» y llevaban insignias particulares, en especial un bastón adornado con plumas cuya punta estaba encorvada. Hemos oído hablar de ello igualmente entre los indios cuervos.


[26] «Lo que nunca se puede quitar a un hombre —nos dijo un sioux— es su educación; no se le puede quitar como tampoco comprar. Cada uno debe formarse el carácter y la personalidad; el que se deje ir caerá y llevará la responsabilidad de ello.» También es absolutamente típica la siguiente reflexión del mismo interlocutor: «Cuando el indio fuma el Calumet, lo dirige hacia las cuatro direcciones y hacia el cielo y la tierra y en seguida debe vigilar su lengua, sus acciones y su carácter.»


[27] Los germanos habitaban en pequeñas aldeas y los galos en ciudades, pero todas las edificaciones eran de madera, lo que indica una diferencia fundamental respecto a las ciudades de piedra de los mediterráneos.


[28] Last Buil —el antiguo guardián de las flechas sagradas de los cheyenes— nos relató una vieja profecía de éstos: Un hombre llegaría del Este con una hoja —o una piel— cubierta con signos gráficos; enseñaría esta hoja declarando que procede del Creador del mundo; y destruiría hombres, árboles y hierbas para sustituirlos por otros hombres, otros árboles y otras hierbas.