viernes, 29 de abril de 2011

Los Jesuitas y Juan Caramuel de Lobkowitz en su relación con el Pilar


   Los Jesuitas  y sus misiones en China
        
          En los primeros años del Renacimiento, China fue objeto sugestivo para todos los europeos.  Marco Polo ofreció una descripción elogiosa sobre China y sobre su prosperidad. Después le siguieron desde la época de los Descubrimientos un buen número de misioneros que continuaron refiriéndose a China con admiración. Fray Martín de Rada, por ejemplo, fue el primer enviado oficial español a la China, en 1575, y para él éste país era, cada día, "una maravillosa sorpresa".



Con idéntica admiración escribieron otros, así como el agustino Fray González de Mendoza, autor de la Historia de las cosas mas notables, ritos y costumbres del gran Reyno de la China, primer libro en Occidente que dio a conocer el intenso pasado de este país,  y el éxito de su libro lo demuestran las más de cincuenta ediciones entre 1585 y 1600 y las traducciones al inglés, italiano, francés, latín, alemán y holandés.



Fueron los jesuitas los que escribieron más y dominaron la imagen en Europa sobre China durante la Edad Moderna. Entre ellos cabe destacar a Mateo Ricci y Joachim Bouvet; ambos del siglo XVII, profundos conocedores de China y de su lengua, plantearon dos tipos de acercamiento  diferentes a la cultura china. Ricci, el primero de ellos, percibió a Confucio como la figura china por excelencia y a sus Cuatro Libros traducidos dentro de la "Confucius Sinarum philosophus" como la clave para conseguir una síntesis chino-cristiana. 




Su labor fue continuada por el trabajo de los frailes Alvaro Semedo y Gabriel de Magalhaes. Bouvet, por el contrario, influido por la cambiante situación  política en China con el paso a la dinastía Ching y el auge de la Querella de los Ritos en Europa (la disputa con el resto de las órdenes sobre cómo convertir China, pero éstas sin buscar esa acomodacion) propuso una acomodación buscando el apoyo del poder político.  Ensalzó al contemporáneo emperador K'ang-hsi como modelo y enfatizó el conocimiento de los textos Chinos Clásicos y el I Ching como base de esa acomodación que pudiera servir a los objetivos del Cristianismo. 




 Este Padre J. Bouvet tiene una relación epistolar con Leibniz, al cual le remite la secuencia de 64 hexagramas.   Leibniz encuentra en China y en su religión oficial, el Confucianismo el interlocutor por excelencia de la Europa cristiana En sus escritos sobre China, culminantes en el Discours sur la théologie naturelle des chinois, con el cual es no sólo posible sino conveniente e ineludible el diálogo intercultural e interreligioso.  

La filosofía leibniziana propone un orden y constitución universales basado en la actividad de las cosas y en la armonía, tanto entre cuerpo y alma como en el plano natural, de donde Leibniz extrae la conclusión de que cada sustancia es un espejo viviente del universo (Monad., 56) y por lo tanto sería posible para una visión como la divina leer en cada una todo cuanto en dicho universo sucede y sucederá (Ibíd., 61), aunque cada individuo pueda leer sólo sus representaciones distintas. 



Si las vías naturales conducen a las sobrenaturales para Leibniz, en evidente reconciliación de Creador y Creación, de materia y espíritu, no hay que asombrarse de su interés y admiración por el I-Ching y la concepción que lo sustenta, más allá del interés matemático.  Aunque no desdeñable dado su interpretación numerico-binaria de los hexagramas.

               
    Aquí presentamos un gráfico enviado por el P.J Bouvet a Leibniz y con anotaciones suyas traduciendo los números. Están retocados por mí en el detalle de la parte superior para clarificarlo.



          En la doctrina de Leibniz es válido también el principio "todo está en todo", del hermetismo y que en la tradición europea apareció--entre otros ejemplos--en la doctrina de Nicolás de Cusa.   Esto acerca su pensamiento a la concepción subyacente en el I-Ching o Libro de las mutaciones, en la cual el oráculo es sólo un modo de observar de forma más clara las más probables consecuencias del orden y constitución de las cosas, de pronosticar sus tendencias, y no un sistema de adivinación basado en supersticiones.
 También comparó Leibniz al I-Ching con la Cábala hebrea, que relaciona igualmente la naturaleza interna de las cosas con un valor numérico, inherente a la sustancia en cuestión, aunque su sentido exceda con mucho el plano matemático, como también ocurre con Leibniz .  


     Para Ricci y los Jesuitas, habia una China de la que se podía aprender y por tanto se buscó también una asimilación  bidireccional: la información sobre China también debía ser útil en Europa. Un ejemplo de ello fue el interés por el estudio de la lengua china como posible base de ese lenguaje universal que serviría para unificar el mundo. El monje cisterciense Juan Caramuel tenía el mismo planteamiento al interesarse por estudiar el idioma chino como una búsqueda que no estaba desprovista de raíces religiosas: se asumía que Dios había concedido al hombre un lenguaje primitivo con una gran claridad, uniformidad y simplicidad y que éste se había perdido tras la dispersión de lenguas en Babel. 



Había que recuperarlo, por tanto, y quizás el Chino era el que estuviera más cercano a ese presunto lenguaje primitivo original. Existen muchas otras aportaciones  de jesuitas en el conocimiento de China: Martino Martini, Athanasius Kircher y otros.

  
              Es importante destacar que fueron los jesuitas quienes dominaron la imagen de China en Occidente, a pesar de que tanto Clemente IX y como Benedicto XIV condenaron expresamente su posición en la Querella de los “ritos chinos”. Este dominio en la imagen de China fue fruto de su mejor conocimiento del país, pues se les exigía hablar fluidamente la lengua y ser expertos en su literatura clásica,  denotando una actitud positiva y un interés por aprender de su cultura.
         

    El interés de transmitir exactamente la “Buena Nueva” motivó la búsqueda de un idioma universal que propiciara retomar la simplicidad y claridad del primitivo lenguaje bíblico usado por Adán, y que se habría perdido.
  Fruto de este interés por China y de esta imagen positiva fueron libros como los diarios del propio Ricci, las Nouveaux mémories sur l'état present de la Chine de Louis Le Comte o los cuatro volúmenes escritos por JeanBaptiste Du Halde, titulados Description géographique, historique, chronologique, politique et physique de l'Empire de la Chine.  


  Las imágenes de China durante la Edad Moderna, en definitiva, muestran una actitud receptiva hacia China: era un país al que había que convertir al Cristianismo, pero del que también se podía aprender. Sin embargo, en pocos años, a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII, esa imagen positiva de China cambió y se pasó a percibir el país como  objetivo colonizador despreciando la idea de aprender de ellos. La actitud de acomodación, esa posibilidad de ósmosis cultural de la época anterior, desapareció, y la influencia ya no pudo ser sino unidireccional: China habría de aprender de Europa, pero no al revés. De alguna forma, la actitud latina, Romana, pasó a ser dominada por la anglosajona.

  
        Esta  actitud cerrada pasaron a dominar a lo largo del siglo XIX, y prácticamente todo el espectro de pensadores de entonces lo asumieron, desde los más colonialistas hasta el propio Carlos Marx. Paradójicamente china se mostró impermeable al cristianismo y sin embargo adoptó el marxismo como camino al triunfar la revolución liderada por Mao Ze-dong en 1949.


        En relación con España y China, deberemos dar a conocer la figura de  Juan Caramuel de Lobkowitz (1606-1682) personalidad relativamente poco conocida.  Este abad del  Císter, nacido en Madrid,   tuvo una larga vida ejerciendo variados puestos eclesiásticos en diversas ciudades europeas  y murió a los 77 años siendo obispo de Vigevano, en Lombardía. Ya Menéndez Pelayo había dicho sobre Caramuel: "El más erudito y fecundo de los polígrafos del siglo XVII. 


            La producción de Caramuel es amplísima y abarca casi todos los campos del saber.  Su curiosidad intelectual le lleva a indagar en todas las fuentes, que en su época estaban abiertas hacia las nuevas tierras del "extremoccidente" y a las del "extremoriente" y apreciando los conocimientos más esotéricos, equipado con el conocimiento de muchísimas lenguas y ciencias originarias de América, desde México hasta  Chile, o sobre las misteriosas regiones del alejado Oriente,
algunas ciertamente exóticas, como el chino.  
          El pensamiento de Caramuel, y sus trabazones con otras ramas del saber u otros pensadores, han motivado ya serias investigaciones. Mencionemos dos de ellas. El Padre Ramón Ceñal se ocupó de la relación con el jesuita Kircher, contemporáneo de Caramuel, que vivía en Spira, en el Palatinado. El profesor Julián Velarde Lombreña ha dedicado su atención al estudio de las obras de este personaje y tiene editada la más interesante biografía sobre el.


                 En Caramuel  late en su interior el ideal universal de abarcar todo el conocimiento habido y por haber: si su patria España descubrió nuevas tierras allende los mares, deberá él descubrir formas y conocimientos allende las artes y las ciencias. Sus escritos, como todo el barroco, son una explosión de excesos, un atreverse intelectualmente a superar los límites establecidos en los controvertidos nuevos campos del saber, ya sean científicos, filosóficos o teológicos. En la antigüedad la perfección estaba en un equilibrio: "Nada en demasía" entre los griegos, que fuera la "aurea mediocritas" de los latinos; a Caramuel, por el contrario, ningún exceso le parece demasiado; sus inquisiciones son como una esfera con rayos infinitos, cuya urdimbre se basa en intrincadas combinaciones lógico-matemáticas, que nos recuerda el arte combinatoria de Raimundo Lulio.  



    Fue un verdadero niño prodigio.  Tuvo por preceptor al maronita Juan de Ezrom,   quien lo entusiasmó por las ciencias exactas,    bajo el mismo preceptor avanzó en el conocimiento del griego, hebreo, caldeo y siriaco.  Ingresó luego en el Colegio Imperial de los Padres de la Compañía de Jesús en Madrid   y en tres años cubrió el estudio de las artes liberales: la gramática, retórica y poética
 Estudia posteriormente en  la Universidad de Alcalá de Henares, donde, según los gustos de aquel tiempo, se inicia en la  lógica  aristotélica.  Sin detenerse en el simple aprendizaje de la doctrina filósofica tradicional Juan Caramuel trata de ser exhaustivo e ir aun más allá en lo que él llama  "Metalógica".



   Sus argumentaciones hicieron fama, al grado que si alguien presentaba un argumento insólito o extravagante, se solía decir en proverbio: "Aut es Angelus, aut Diabolus, aut Caramuel." Hay un buen testimonio sobre la capacidad logística de Caramuel en el comentario que hizo su antiguo maestro en lógica Benito Sánchez, por entonces Obispo de Pozzuoli, que al leer un opúsculo incluido en su Trismegistus Tneologícus (vigevano: Oficina Episcopal. 1679 remite  a quien le escribe: «Ha muchos años que nos conocemos, y sabe v. s. I1lustr. que no juro yo de buena gana; pero con todo eso juro por Dios y este signo de la cruz que no he leído libro mejor en mi vida».



        En Caramuel es continuo su interés por las matemáticas y el maridaje de todas las ciencias y artes, su apasionamiento por la visión universal de Raimundo Lulio, quien dejará su huella tanto en su ansia enciclopédica como en el arte combinatoria que se trasluce en sus elucubraciones sobre las ciencias y las artes, en las que el gran visionario mallorquín fue junto con su contempóraneo zaragozano Abraham Abulafia, un pionero.  También escribe un tratado de criptografía «Steganographia», en el que habla sobre el abad benedictino Juan Tritemio (1462-1516).



   Este abad de Spanheim fué autor de gran número de obras de carácter histórico y literario, se le recuerda también por haber sido  maestro de Paracelso, pues bien, Caramuel comenta que este abad había encontrado un método de escribir en lenguaje cifrado, aspecto que le interesaba especialmente. También, en este mismo texto, corrige el griego de Quevedo, comentando la confusión entre «geometría» y «geomancia», ciencia tradicional la segunda, que se basa en las dieciseis diferentes configuraciones que pueden tomar dos elementos, tomados de cuatro en cuatro, y que se basaba en lo actualmente se llama sistema binario de numeración. Más adelante  determina la etimología de estenografía, derivada de la raiz steganós, significando que cubre, que recubre herméticamente, de donde esteganografia o escritura oculta. 


Con el P. Martino Martini, S.J., que había sido misionero en China, estudió y aprendió el chino. Según Crasso, la redujo a números y la añadió a su proyecto de la Grammatica. Además como los símbolos chinos no responden a la lengua sino a las cosas, puso en práctica un método de lengua universal. Como durante su estancia en Viena había conocido a Marcos Marci, Rector de la Universidad de Praga, muy erudito en lenguas orientales, cultivó una buena amistad y con él estudió el árabe; como fruto de estos estudios escribió una Expugnatio Jslamismi, que no se publicó y no se sabe su contenido. 


Existe la sospecha que el Papa Alejandro VII, propuso a Caramuel al sacro colegio como candidato a la púrpura cardenalicia, pero  fue desestimada por ser un personaje tan  controvertido.

Caramuel gozó de gran fama en vida, que después se eclipsó, como el cometa que descubrió Halley, del que se dice, apareció en día de su muerte. Es una ironía del destino que J. Caramuel escribiera en su Metamétrica  un poema de 22 versos retrógrados, relativo al carácter calamitoso de los cometas, y que es una buena muestra de ingenio, pues leído de principio a fin dice que los cometas son funestos, pero leído del fin al principio anuncia exactamente lo contrario.  De tal forma  que se  puede decir sin temor  a errar que se puede decir de los cometas lo que se quisiere. Los 22 versos probablemente están así determinados por las 22 letras del alfabeto hebreo, ordenamiento suscita el gusto que tenia por la cábala.
Sus libros se agotaban, algunos tuvieron muchas ediciones y eran buscados afanosamente  En el discurso matemático que precede a “La arquitectura civil” se afirma que: "Si Dios hubiera dejado perecer todas las ciencias en todas las academias del universo, bastaría Caramuel para hacerlas renacer. 

                La matemática de Caramuel

       En el siglo XVII, apareció una gran proliferación de métodos con pretensiones de universalidad, que quizás propugno el escepticismo.  Esta tendencia Caramuel  intenta conjurar apelando a la evidencia racional, al método matemático (more geometrico), elevando a axioma la fórmula del Saggiatore de Galileo: «La naturaleza está escrita en lenguaje matemático»; axioma que implica la matematización de todos los ámbitos del saber. Caramuel, en sus inicios, en su búsqueda del camino o método para acceder a cualquier disciplina, echa mano de dicho axioma y busca siempre la matematización de las disciplinas. 



Tal es el objetivo de su Mathesis Audax: «resolver mediante números y lineas, aritmética y geométricamente, las cuestiones más candentes en lógica, física y teología». La primera parte de esta obra se titula, precisamente, Logica mathematice tradita; es, por lo tanto, Caramuel quien por primera vez habla de una lógica matemática, y no sólo la lógica, sino también la fisica, la filosofía o la teología han de quedar revestidas con el lenguaje matemático. No se puede ya, dice, seguir haciendo filosofia desde la celda con los infolios de santo Tomás o de Aristóteles, e ignorando los conceptos elementales que han desarrollado los matemáticos, sin riesgo de hacer el ridículo: «Ego Saepe, & Vin doctissimi mecum, habemus recreationis loco Iuniorum Authorum scrinta, qui sublimes in Philosophia conceptus Mathematum ignoratione macularunt. Hanc ob rem Philosophum in Mathematicis eminere desidero. » Y no sólo la filosofia, sino toda disciplina ha de buscar la matematización. Es la matemática, dice Caramuel, «scientia nobilissima; quae non solum humana, sed etiam divina dilucidat». Pero hay muchas formas de matematización. Una, por ejemplo, mediante el método de la geometria analítica, al estilo de Descartes; otra, mediante el análisis combinatorio; otra, mediante el análisis superior, etc. El método matemático utilizado por Caramuel que más fértil resulta para su epistemología es la combinatoria.
La combinatoria tiene su origen en el ars luliana y constituye, según Caramuel (y también según Leibniz), su componente más aprovechable. La combinatoria, en sus diversas formas, como instrumento indispensable para el estudio de toda disciplina, aparece ya en la Mathesis Audax y sigue siendo utilizada con frecuencia en los tratados Theologia (léase Philosophia) rationalis (1654), Metalogica (1654), Apparatus philosophicus (1657) y Pandoxion (1668). La combinatoria es a Caramuel lo que la geometria a Platón: tan útil e imprescindible resultaba la geometria para acceder a la Academia como la combinatoria lo es para acercarse a cualquier ciencia; o, dicho en términos escolásticos, la combinatoria es una ciencia subalternante, a la que se subalternan todas las otras ciencias: «... combinatoriam esse priman», «et illí omnes alias scientias subalternan» (Mathesis biceps, II, p. 957).

           De esta apreciación de la combinatoria no nos debe extrañar el aprecio que ejerció en Caramuel y en Leibniz el I-Ching, tratado que esqueléticamente es una combinatoria en caracteres binarios y octales.



  Es en la obra de Caramuel “Meditatio” donde Caramuel expone de forma sistemática no sólo la aritmética binaria, sino también otras varias.
De ahí la importancia que adquieren las cartas y los libros de misioneros, que describen las costumbres y culturas extraeuropeas. La unificación del saber, producto de la unificación del mundo, exige que en esta confrontación de culturas encajen todos los conocimientos, lo que origina nuevos planteamientos metodológicos En su proyecto de lengua universal (Ortographia Arctica) Caramuel combina las notas musicales (vía emprendida por Wilkins y Codwin) con caracteres aritméticos (vía seguida por Vossius y P. Bermudo). El lenguaje ideográfico chino sirvió, a su vez, de punto de referencia para los intentos de J. Webb, Dalgarno, Wilkins, Caramuel, Kircher y Leibniz de crear una lengua artificial.
       La introducción del cálculo binario en Europa responde, asimismo, a estas causas objetivas apuntadas: la idea de la numeración binaria les vino, aunque por conductos distintos, tanto a Caramuel como a Leibniz, de los libros de misioneros, en los que éstos describían, aun no entendiéndolos, sistemas de numeración distintos del ordinario (decimal) empleado por los europeos.

           La sorprendente presencia de estos signos binarios y de origen chino en el “Pilar", pudiera ser debida a la influencia de este Abad del Císter Juan Caramuel  y la Orden Jesuítica, particularmente del P.J. Jacobo Kressa, catedrático de matemáticas del Colegio Imperial de Madrid, y que en el año 1696, a  instancias del Conde de Perelada, desempeña la peritación de las obras  de la Basílica.

                                       
              El estamento religioso y científico de la época, especialmente el P. J. Kressa,  recibió una gran  influencia intelectual del monje cisterciense Juan Caramuel de Lobkowitz, nacido en Madrid en 1606, y que murió en Vigevano  un año después de ser colocada la piedra fundacional del nuevo Templo del Pilar.   


  Podemos reconocer la influencia que ejercía este monje entre los arquitectos de la época por la afirmación que el crítico de arte Bruno Zevi hace: “Cuando Alejandro VII hablaba de arquitectura se sabía que su fiel asesor era el monje cisterciense Juan Caramuel”
       Debemos tener en cuenta que en el año 1655 subió al solio pontificio el Papa Alejandro VII, y que fue el mayor defensor de las tesis jesuíticas sobre el asunto de los “ritos chinos”.  El obstáculo principal a la expansión del cristianismo residía en los desacuerdos entre las comunidades cristianas, que llevó a la querella de los ritos. Los jesuitas, por su lado, y los dominicos y franciscanos, por otro, discutían cómo había que traducir al chino el concepto cristiano de Dios y, sobre todo, si se debía permitir a los cristianos chinos el culto a Confucio y a los antepasados.

              Estos signos de carácter binario fueron  importados, presumiblemente por  el P. Martino Martini, S.J,  profesor de lengua  china de Caramuel.   Este misionero fue el que intervino ante el papa Alejandro VII, para defender y  apoyar las tesis Jesuíticas sobre el asunto de los “Ritos Chinos”,  defensa que logró un decreto favorable en 1656, aceptando los ritos condenados anteriormente. 



     Sobre la invención del sistema de numeración binario, es clarificador la lectura de la «Meditatio Prooemialis» de Caramuel.   
      Consideramos que de toda la obra matemática de Caramuel esta meditación proemial resulta la parte más adecuada, pues es donde mejor puede apreciarse su filosofía de la matemática, y también porque en ella expone el cálculo binario, invención atribuida generalmente a Leibniz, quien lo expuso treinta años más tarde.




Comencemos por este final: Entre los manuscritos de Leibniz, catalogados por Eodemann y publicados por Couturat en 1903, está el titulado De progressione dyadica, fechado el 15 de marzo de 1679, lo que indica que ya por esta época tenía Leibniz una idea clara del sistema binario de numeración. Pero, concretamente, la publicación por Leibniz de su Aritmetica binaria data de 1703.



 En este trabajo explica Leibniz el funcionamiento de la aritmética binaria y su notación empleando los signos O y 1.  En este tratado dota de significado a los viejos signos de más de cuatro mil años atribuidos al rey y filósofo chino Fo- Hi.
     


    Caramuel, por su parte, en su Mathesis Audax (1644), reconoce la posibilidad de adoptar una u otra base de numeración  pero es en la «Meditatio Prooemialis» donde Caramuel expone de forma sistemática no sólo la aritmética binaria, sino también otras varias.






 
  


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