EL LENGUAJE DE LOS
PÁJAROS*
Rene Guenon
Wa-s-sâffâti saffan
Fa-z-zâjirâti zajran
Fa-t-tâ1iyâti dhikran…
(“Por los que están ordenados en
órdenes
y los que expelen repeliendo
y los que recitan la invocación…”)
Corán, XXXVII, 1-3
A menudo, en diversas tradiciones, se trata acerca de un
lenguaje misterioso llamado “el lenguaje de los pájaros”; designación
evidentemente simbólica, pues la importancia misma que se atribuye al
conocimiento de ese lenguaje, como prerrogativa de una alta iniciación, no
permite tomarla literalmente. Así, se lee en el Corán: “Y Salmón fue el
heredero de David; y dijo: ¡Oh, hombres!, hemos sido instruidos en el lenguaje
de los pájaros (‘ullimna mántiqa-t-tayri)
y colmados de todo bien…” (XXVII, 15). Por otra parte, se ve a héroes
vencedores del dragón, como Sigfrido en la leyenda nórdica, comprender al punto
el lenguaje de los pájaros; y esto permite interpretar fácilmente el simbolismo
de que se trata. En efecto, la victoria sobre el dragón tiene por consecuencia
inmediata la conquista de la inmortalidad, figurada por algún objeto al cual
aquél impide aproximarse, y esta conquista de la inmortalidad implica
esencialmente la reintegración al centro del ser humano, es decir, al punto en
que se establece la comunicación con los estados superiores del ser.
Esta
comunicación es lo representado por la comprensión del lenguaje de los pájaros;
pues, en efecto, los pájaros se toman con frecuencia como símbolo de los
ángeles, es decir, precisamente, de los estados superiores Hemos tenido
oportunidad de citar en otro lugar* la parábola evangélica donde se habla, en
este sentido, de “las aves del cielo” que vienen a posarse en las ramas del
árbol, ese mismo árbol que representa el eje que pasa por el centro de cada
estado del ser y vincula todos los estados entre sí.
En el texto
coránico que hemos reproducido como lema, se considera que el término es-saffât designa literalmente a los
pájaros, pero a la vez se aplica simbólicamente a los ángeles (el-malá’-ikah); y así, el primer
versículo significa la constitución de las jerarquías celestes o espirituales*.
El segundo versículo expresa la lucha de los ángeles con los demonios, de las
potencias celestes contra las potencias infernales, es decir, la oposición
entre estados superiores y estados inferiores*. es, en la tradición hindú, la
lucha de los Deva contra los Asura, y también, según un simbolismo
enteramente semejante al que estamos tratando aquí, la lucha del Gáruda contra el Nâga, en el cual encontramos, por lo demás, la serpiente o el
dragón de que se ha hablado líneas antes; el Gáruda es el águila, y en otros casos está reemplazado por otras
aves, como el ibis, la cigüeña, la garza, todos enemigos y destructores de los
reptiles.
Bordado de Sor María de Jesús de Ágreda
Por último, en el tercer
versículo se ve a los ángeles recitar el dhikr,
lo cual, en la interpretación más habitual, se considera que indica la
recitación del Corán, no,
ciertamente, del Corán expresado en
lenguaje humano, sino de su prototipo eterno inscripto en la “tabla guardada” (el-lawhu-1-mahfûz), que se extiende de los cielos a la tierra como la escala de
Jacob, o sea a través de todos los grados de la Existencia universal.*
Análogamente, en la tradición hindú se dice que los Deva, en su lucha contra los Ásura,
se protegieron (achhan dayan) por medio de la recitación de himnos
del Veda y que por tal razón estos
himnos recibieron el nombre de chhanda, palabra
que designa propiamente el ‘ritmo’. La misma idea está, por lo demás, contenida
en la palabra dhikr, que, en el
esoterismo islámico, se aplica a fórmulas ritmadas correspondientes de modo
exacto a los mantra hindúes, fórmulas
cuya repetición tiene por objeto producir una armonización de los diversos
elementos del ser y determinar vibraciones capaces, por su repercusión a través
de la serie de estados, en jerarquía indefinida, de abrir una comunicación con
los estados superiores, lo cual constituye por otra parte, de modo general, la
razón de ser esencial y primordial de todos los ritos.
Nos vemos,
pues, reconducidos, como se observará, a lo que decíamos al comienzo sobre el
“lenguaje de los pájaros”, que podemos llamar también “lengua angélica”, y cuya
imagen en el mundo humano es el lenguaje ritmado, pues sobre la “ciencia del
ritmo” que comporta por lo demás múltiples aplicaciones, se basan en definitiva
todos los medios que pueden utilizarse para entrar en comunicación con los
estados superiores. Por eso una tradición islámica dice que Adán, en el Paraíso
terrestre, hablaba en verso, en decir, en lenguaje ritmado; se trata de esa
“lengua siríaca” (logah sûryâniyah) sobre la cual hemos hablado en nuestro
precedente estudio sobre la “ciencia de las letras”, y
que debe considerarse como traducción directa de la “iluminación solar” y
“angélica” tal como se manifiesta en el centro del estado humano. Por eso
también los libros sagrados están escritos en lenguaje ritmado, lo cual, como
se ve, hace de ellos otra cosa que los simples “poemas” en el sentido puramente
profano del término que quiere ver el prejuicio antitradicional de los
“críticos” modernos; y, por lo demás, la poesía no era originariamente esa vana
“literatura” en que se ha convertido por una degradación cuya explicación ha de
buscarse en la marcha descendente del ciclo humano, y tenía un verdadero carácter
sagrado*.
Pueden encontrarse rastros de ello hasta en la antigüedad occidental
clásica, en la cual la poesía era llamada aún “lengua de los Dioses”, expresión
equivalente a las que hemos indicado, pues los “Dioses”, es decir los Deva* son, como los ángeles, la
representación de los estados superiores. En latín, los versos se llamaban carmina, designación referente a su uso
en el cumplimiento de los ritos, pues la palabra carmen es idéntica al sánscrito karma,
que debe tomarse aquí en su sentido particular de “acción ritual”*; y el
poeta mismo, intérprete de la “lengua sagrada” a través de la cual se
transparentaba el Verbo divino, era el vates,
palabra que lo caracterizaba como dotado de una inspiración en cierto modo
profética. Más tarde, por otra degradación, el vates no fue sino un vulgar “adivino”*; y el carmen (de donde la voz francesa charme, ‘encanto’), un “encantamiento”, es decir, una operación de
baja magia; es éste otro ejemplo de que la magia, e incluso la hechicería,
constituye lo que subsiste como último vestigio de las tradiciones desaparecidas”*.
Estas pocas
indicaciones bastarán, creemos, para mostrar cuánto se equivocan quienes se
burlan de los relatos en que se habla del “lenguaje de los pájaros”; es en
verdad demasiado fácil y harto simple tratar desdeñosamente de “superstición”
todo aquello que no se comprende; pero los antiguos, por su parte, sabían muy
bien lo que decían cuando empleaban el lenguaje simbólico. La verdadera
“superstición”, en el sentido estrictamente etimológico (quod superstat), es lo
que se sobrevive a sí mismo, o sea, en una palabra, la “letra muerta”; pero
inclusive esta conservación, por poco digna de interés que pueda parecer, no es
empero cosa tan desdeñable, pues el espíritu, que “sopla donde quiere” y cuando
quiere, puede siempre venir a revivificar los símbolos y los ritos y a
restituirles, con el sentido que habían perdido antes, la plenitud de su virtud
originaria.
***********
*La palabra “poesía” deriva también del verbo griego poieîn,
el cual tiene la misma significación que la raíz sánscrita kr. de donde
proviene Karma, y que se encuentra también en el verbo latino creare entendido
en su acepción primitiva; en el origen se trataba, pues, de algo muy distinto
que de la simple producción de una obra artística o literaria, en el sentido
profano, único que Aristóteles parece haber tenido presente al hablar de lo que
él ha llamado “ciencias poéticas”.