domingo, 16 de diciembre de 2012

La oculta mirada


  El arte de la construcción de los templos engloba al de la escultura, ya que, en la construcción de los templos en piedra, cada piedra era tallada por el cantero antes de su colocación; el escultor era ante todo un tallador de piedra, y el propio arquitecto no era sino el primero de entre los talladores, aquel que, por su visión de conjunto, sabía discernir la justa talla de cada pieza. La formación del cosmos a partir del caos, trazada en la construcción del edificio sagrado, se repite entonces en menor escala en la talla regular de la piedra bruta, que representa así la materia prima de la obra. El tallista tenía en cuenta que: «El Ojo de Zeus, ve todo».


 Observemos las figu­ras de bulto redondo de los tímpanos del Partenón de Atenas.
 Estas figuras son de gran ta­maño, nos podíamos hacer una idea bastante clara de su composición y calidad artística. 


Esto es difícil de imaginar, hoy, en el mismo Partenón.   Ahora podemos ver que la información que transmitían estas esculturas, contempladas in situ, era mucho menor que la que transmiten hoy en su sala del British Museum. Y eso porque las vemos de mucho más cerca y apreciamos detalles insospechados al observarlas desde ángulos antes inalcanzables. El punto de vista más imprevisible para el escultor era el posterior, el que nos permite valorar la figura por su espalda, la que quedaba enfrentada al muro del fondo del tímpano, la cara que permanecía absolutamente oculta a la mirada de cualquier observador.


En la instalación actual las esculturas pueden ser rodeadas; podemos valorar su envés, cosa bastante imprevisible para su autor. Y la experiencia vale la pena, pues la espalda de estas figuras no es menos grandiosa que su frente. Aquí podemos ver a Dionisos, o a Deméter y su hija, por ambas caras. Entonces, ¿por qué se tomó tanto trabajo y desplegó tanto talento en algo que nunca vería nadie?  Si el arte es comunicación, ¿con quién pretendía comuni­carse Fidias? 


       Naturalmente, aunque la perfección sea la mis­ma, no es lo mismo contemplar una escultura, ni a la persona amada, de frente que de espaldas. Por este motivo permanecemos más tiempo frente a las escul­turas de los tímpanos del Partenón que tras las mis­mas; aunque muchas de ellas estén decapitadas. El frente nos explica más cosas que la espalda y todas las figuras miraban hacia el exterior. ¿Todas?... No. Existe al menos una, bien conservada, que está situa­da de perfil. Se trata de la maravillosa, y bien conoci­da, cabeza de caballo que, formando parte de la cua­driga de Selene, se encontraba en el extremo derecho del tímpano oriental. El caballo primigenio, das Urp­ferd, de Goethe, la más bella testa equina esculpida.


El observador de nuestros días podría pensar en una solución para el dorso de estas figuras me­nos trabajada, menos detallada, sólo esbozada en el mármol apenas desbastado. Pero para apreciar esta solución habría que apreciar el valor estético de lo inacabado, o, para hablar con más precisión, el va­lor estético que nace de la relación entre lo definido con precisión y lo apenas sugerido.  


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