sábado, 29 de noviembre de 2014

Simbolismo del Arte del Vestido


 ARTE INDUMENTARIA
El vestido, como lenguaje,  es una de las prerrogati­vas del hombre. Sin duda, la noción de vestido es a la vez relativa y compleja el «vestido» puede tener por función, o bien disimular el cuerpo, o bien, por el contrario, realzar su simbolismo o su belleza.
  El vestido confiere al hombre una personalidad, es decir, expresa o manifies­ta una función que representa por eso mismo las cualidades correspondientes.



El vestido en sí puede representar lo que vela, luego el exoterismo, pero se interioriza y se «esoteriza» mediante sus elementos simbólicos, de tal manera que se expresa  mediante un lenguaje.  Así el vestido representa a su vez el alma o el espíritu, o sea el interior, y entonces el cuerpo no significa más que nuestra existencia material y terrenal; esto implícitamente y por comparación -no en sí y considerado al margen de todo contexto vesti­mentario-, pues la primacía espiritual de determinada vestidura corres­ponde a un punto de vista más contingente y más «tardío» que la primacía espiritual del cuerpo.
Según unos, la Virgen celestial que trajo el Calumet a los indios pieles rojas iba vestida de blanco; según otros, iba desnuda; el color blanco y la desnudez se refieren ambos a la pureza, la pri­mordialidad y la esencialidad, y por lo tanto también a la univer­salidad.




Nuestra intención aquí es hablar de un estilo de vestir prácticamente poco conocido y por lo tanto insuficientemente apreciado, pero muy ex­presivo e incluso fascinante, el de los toreros. Al hacerlo, no tenemos la sensación de encerrarnos en un tema demasiado limitado, pues hablar de determinado arte es siempre hablar del arte como tal; aparte de que este tema lleva de hecho a consideracio­nes de interés general.


     «Si un proverbio francés dice que el hábito no hace al monje, existe un proverbio alemán que dice justamente lo contrario: Kleider machen Leute, el vestido hace a la persona... Todo el mundo puede constatar cuánto modifica nuestro comportamiento el hecho de llevar un vestido determinado: es que el individuo tiende a anularse ante la función, de modo que el vestido en cierto modo lo remodela». 


La característica más acusada de la ropa del torero es, por un lado esa vestimenta que marca y se adapta al cuerpo, esta hecha con costuras y necesita de la escuadra y del compás para construirse; por otro lado está la capa, prenda sin costuras y que se coloca sobre la anterior. Se podría decir que esos dos elementos, la vestimenta con costuras y la inconsútil que carece de costuras por ser de una sola pieza; concuerdan en formar la vestimenta. Recordemos  la “túnica sagrada” de Jesucristo: «Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: "No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca".


Entre los pueblos más diversos podemos encontrar estos dos elementos significativos de la indumentaria, generalmente los
 pueblos nobles, que rozan habitualmente y por vocación el sufrimien­to y la muerte y que tienen el culto del dominio de sí mismo y de la dignidad, aspecto en el que este modo de vestir muestra necesariamente su nobleza y grandeza.  



   En lo que respecta al simbolismo de la “Túnica inconsútil” y las demás piezas con costura de Jesús, en el cristianismo, podríamos decir que los hombres pueden dividir a la Iglesia en su elemento humano y visible, pero no su unidad profunda que se identifica con el Espíritu Santo. La túnica de Cristo no fue ni jamás podrá ser dividida. Es también inconsútil. Es la fe que profesamos en el Credo: «Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica».

domingo, 16 de noviembre de 2014

El cuadrado y el círculo


                 La representación geométrica que se encuentra con más frecuencia en la tradición religiosa y arquitectónica es la que refiere las formas circulares al Cielo y las formas cuadradas a la Tierra. Así el polo superior es el Cielo a el polo inferior es la Tierra,  el Cielo representado por la forma menos «especificada» de todas, que es la esfera, y la Tierra por la más «fijada», y que es el cubo; como se puede deducir, la esfera tiene un carácter «dinámico» y el cubo tiene un carácter eminentemente «estático», lo que las hace corresponder a lo activo y a lo pasivo. 


                     Se dice también que el Cielo, cuyo nombre viene de “celo” cubrir, envuelve o abarca a todas las cosas, presenta al Cosmos una cara «ventral», es decir, interior, y la Tierra, que las soporta, presenta una cara «dorsal», es decir, exterior.  Así lo vemos en la inspección de la figura adjunta, donde el Cielo y la tierra, naturalmente, están representados respectivamente por un círculo y un cuadrado concéntricos. Se observará que esta figura reproduce la forma original de algunas tablillas rituales y las consiguientes monedas chinas. Podemos ver que entre el contorno circular y el vacío cuadrado de en medio, la parte donde se inscriben los caracteres, corresponde al Cosmos, donde se sitúan los «diez mil seres». 


           Puede parecer una inexactitud y que corresponde a un defecto necesariamente inherente a toda representación sensible: si solo prestamos atención a las posiciones respectivas de las figuras del Cielo y de la Tierra, podría parecer que el Cielo está en el exterior y la Tierra en él interior, porque es inherente a la metafísica que la «interioridad» pertenece al Cielo y la «exterioridad» a la Tierra. tomando simplemente la figura tal cual es, se ve que, en relación al Cosmos, el Cielo y la Tierra, por eso mismo de que son sus extremos límites, no tienen verdaderamente más que una sola cara, y que esta cara es interior para el Cielo y exterior para la Tierra. 


             Con respecto a su semejanza con el simbolismo de la rueda, podemos asentir que es el eje de ella lo “fijo” y por tanto lo cuadrado y lo “móvil” su perímetro circular. No podemos substraernos ante la presencia de su principio común en el que se unifican, y donde desaparece toda distinción de lo interior y de lo exterior, como toda oposición e incluso todo complementarismo, para no dejar subsistir más que la «Gran Unidad».

Estupa 


 Fuente de Santa Bárbara en Badajoz