Un signo que denota la concepción de lo que llamamos la
«vida ordinaria», y que muestra el
dominante punto de vista exclusivamente cuantitativo de la cultura actual, es
la concepción exclusivamente cuantitativa de la moneda, y el papel
preponderante que, en la sociedad moderna, desempeña en el punto de vista
«económico» mismo. Desde el
punto de vista original y tradicional esta concepción es el producto de una
degeneración, pues es probado que la moneda ha tenido en su origen y ha
conservado durante mucho tiempo un carácter completamente diferente y un valor
propiamente cualitativo, por sorprendente que eso pueda parecer a la
generalidad de nuestros contemporáneos.
Hay una observación que es muy fácil de hacer por poco que
se tengan, como las monedas, solo «dos ojos para ver»: es que las monedas
antiguas están literalmente cubiertas de símbolos tradicionales, tomados
incluso frecuentemente entre los que presentan un sentido más particularmente
profundo. Eso concuerda muy
exactamente con la inexistencia del punto de vista profano en las
civilizaciones estrictamente tradicionales: la moneda, allí donde existía, no
podía ser la cosa profana que ha devenido más tarde. Así se explica la
intervención en su acuñación de una autoridad espiritual, que añade una carga o
de una «influencia espiritual», cuya acción podía ejercerse efectivamente por
la mediación de los símbolos que constituían su «soporte» normal. Recordemos que, hasta en tiempos muy recientes, se podía encontrar
todavía un último vestigio de esta noción en divisas de carácter religioso, que
eran un recuerdo de la idea tradicional en adelante más o menos incomprendida;
pero, después de haber sido relegadas, en algunos países, al contorno del
«canto» de las monedas, esas divisas mismas han acabado por desaparecer
completamente.
Por lo demás, el control de la autoridad espiritual sobre la
moneda, bajo cualquier forma que se haya ejercido, no es un hecho limitado
exclusivamente a la antigüedad, y, sin salir del mundo occidental, hay muchos
indicios que muestran que ha debido perpetuarse en él hasta el final de la Edad
Media, es decir, mientras este mundo occidental ha poseído una civilización
tradicional. En efecto, no se podría explicar de otro modo el hecho de que
algunos soberanos, en aquella época, hayan sido acusados de haber «alterado las
monedas»; si sus contemporáneos les acusaron de crimen por ello, de eso es
menester concluir que no tenían la libre disposición del título de la moneda y
que, al cambiarle por su propia iniciativa, rebasaban los derechos reconocidos
al poder temporal. Así tenemos el caso de Felipe el Hermoso, donde se podría ver la posibilidad de
una relación entre la destrucción de la Orden del Temple y la alteración de las
monedas. Parece ser que la Orden del Temple tenía entonces, entre otras
funciones, la de ejercer el control espiritual sobre la acuñación de la
moneda.
Esto nos lleva
a pensar que haya habido en la Ceca algo de otro orden, y podemos decir de un
orden superior, ya que es únicamente por eso por lo que esta alteración podía
revestir un carácter de una gravedad tan excepcional que llegaba hasta
comprometer la estabilidad misma del poder real, porque, al actuar así, éste
usurpaba las prerrogativas de la autoridad espiritual que, en definitiva, es la
única fuente auténtica de toda legitimidad.
Así pues, este devenir en la concepción de la moneda ha
ocurrido generalmente para todas las cosas que desempeñan un papel en la
existencia humana: estas cosas han sido despojadas poco a poco de todo carácter
«sagrado» o tradicional, y es así como esta existencia misma, en su conjunto,
ha devenido completamente profana y se ha encontrado finalmente reducida a la
baja mediocridad de la «vida ordinaria» tal como se presenta hoy día.
Al mismo
tiempo, el ejemplo de la moneda muestra bien que esta «profanización», si es
permisible emplear un tal neologismo, se opera principalmente por la reducción
de las cosas únicamente a su aspecto cuantitativo; de hecho, se ha acabado por
no poder concebir ya que la moneda sea otra cosa que la representación de una
cantidad pura y simple. En una civilización tradicional, cada objeto, al mismo
tiempo que era tan perfectamente apropiado como es posible al uso al que estaba
inmediatamente destinado, estaba hecho de tal manera que, en cada instante, y
por el hecho mismo de que se hacía realmente uso de él podía servir de
«soporte» de meditación al ligar al individuo a algo más que la simple
modalidad corporal, y al ayudar así a cada uno a elevarse a un estado superior
según la medida de sus capacidades.
Por lo demás, esta degeneración cualitativa de todas las
cosas está estrechamente ligada a la moneda, como lo muestra el hecho de que se
ha llegado a confundir “valor” y precio. El valor es considerado únicamente
como una «cifra», una «suma» o una cantidad numérica de moneda. Se puede subrayar que la palabra
«estimar», tiene en sí misma un doble sentido cualitativo y cuantitativo; hoy
día, se ha perdido de vista el primer sentido, o, lo que equivale a lo mismo, se
ha encontrado el medio de reducirle al segundo, y es así como no solo se
«estima» un objeto según su precio, sino también a un hombre según su riqueza. Ya Don
Francisco de Quevedo, dijo, “Don, sin din, cojones en latín” .
Lo mismo ha ocurrido también con la palabra «valor», y en eso se funda el
curioso abuso que hacen de ella algunos filósofos recientes, que han llegado
hasta inventar, para caracterizar sus teorías, la expresión de «filosofía de
los valores»; en el fondo de su pensamiento, está la idea de que toda cosa, a
cualquier orden que se refiera, es susceptible de ser concebida
cuantitativamente y expresada numéricamente; y el «moralismo», que es su
preocupación dominante, se encuentra por eso asociado directamente al punto de
vista cuantitativo, como la «aritmética moral» de Bentham, que data de finales
del siglo XVIII. Estos ejemplos muestran también que hay una verdadera
degeneración del lenguaje, degeneración que acompaña o que sigue inevitablemente
a la de todas las cosas; en efecto, en un mundo donde todos se esfuerzan en
reducirlo todo a la cantidad, es menester evidentemente servirse de un lenguaje
que, él mismo, ya no evoca más que ideas puramente cuantitativas.
Para volver más especialmente a la cuestión de la moneda,
debemos agregar todavía que se ha producido a este respecto un fenómeno que es
muy digno de observación: es que, desde que la moneda ha perdido toda garantía
de orden superior, ha visto ir disminuyendo sin cesar su valor cuantitativo
mismo, o lo que la jerga de los «economistas» llama su «poder adquisitivo», de
suerte que se puede concebir que, en un límite al que se acerca cada vez más,
ella habrá perdido toda su razón de ser, incluso simplemente «práctica» o
«material», y que deberá desaparecer como por sí misma de la existencia humana.
Se convendrá que hay en eso un extraño vuelco de las cosas, que se comprende
sin esfuerzo por lo que hemos expuesto precedentemente: puesto que la cantidad
pura está propiamente por debajo de toda existencia, no se puede, cuando se
fuerza la reducción al extremo como en el caso de la moneda a desembocar más
que en una verdadera disolución. Eso puede servir ya para mostrar que, como lo
decíamos más atrás, la seguridad de la «vida ordinaria» es en realidad algo muy
precario, y, en lo que sigue, veremos también cómo lo es todavía bajo muchos
otros aspectos; pero la conclusión que se desprenderá de ello será siempre la
misma en definitiva: el término real de la tendencia que arrastra a los hombres
y a las cosas hacía la cantidad pura no puede ser más que la disolución final
del mundo actual.
Estos sacerdotes sirven en un
santuario que es copia y sombra del que está en el cielo, tal como se le
advirtió a Moisés cuando estaba a punto de construir el tabernáculo: «Asegúrate
de hacerlo todo según el modelo que se te ha mostrado en la montaña.» Hebreos 8, 5
La
medalla de San Benito es un sacramental
reconocido por la Iglesia con gran poder de exorcismo. En
un principio la devoción a esta moneda o Cruz-Medalla de San Benito, fue
meramente local y exclusiva de los monasterios benedictinos, posteriormente se
generalizó. El lado de la Cruz suele estar encabezado, o por el monograma del
salvador: IHS, o por el lema de la orden benedictina: Pax.
Como todo sacramental, su
virtud o poder está determinado por Cristo y por la fervorosa
disposición de quién usa la medalla.
La
Medalla Milagrosa: En el año 1830, en París, la Virgen se apareció en tres oportunidades a
una novicia, Sor Catalina Labouré.
En una
de ellas, se apareció una forma ovalada en torno a la Virgen y en el borde
interior apareció escrita la siguiente invocación: "María sin pecado
concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti"
Estas
palabras formaban un semicírculo que comenzaba a la altura de la mano derecha,
pasaba por encima de la cabeza de la Santísima Virgen, terminando a la altura
de la mano izquierda .
Oyó
de nuevo la voz en su interior: "Haz que se acuñe una medalla según este
modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias
serán mas abundantes para los que la lleven con confianza".
La
aparición, entonces, dio media vuelta y quedo formado en el mismo lugar el
reverso de la medalla.
En el aparecía una M, sobre la cual había una
cruz descansando sobre una barra, la cual atravesaba la letra hasta un tercio
de su altura, y debajo los corazones de Jesús y de María, de los cuales el
primero estaba circundado de una corona de espinas, y el segundo traspasado por
una espada. En torno había doce estrellas. "Haz acuñar una medalla según
este modelo, las personas que la lleven en el cuello recibirán grandes gracias:
las gracias serán abundantes para las personas que la llevaren con
confianza".
Símbolos de la Medalla y mensaje espiritual:
En
el Anverso:
-María
aplastando la cabeza de la serpiente que esta sobre el mundo. Ella, la
Inmaculada, tiene todo poder en virtud de su gracia para triunfar sobre
Satanás.
-El
color de su vestuario y las doce estrellas sobre su cabeza: la mujer del
Apocalipsis, vestida del sol.
-Sus
manos extendidas, transmitiendo rayos de gracia, señal de su misión de madre y
mediadora de las gracias que derrama sobre el mundo y a quienes pidan.
-Jaculatoria:
dogma de la Inmaculada Concepción (antes de la definición dogmática de 1854).
Misión de intercesión, confiar y recurrir a la Madre.
-El
globo bajo sus pies: Reina del cielos y tierra.
-El
globo en sus manos: el mundo ofrecido a Jesús por sus manos.
En
el reverso:
-La
cruz: el misterio de redención- precio que pagó Cristo. obediencia, sacrificio,
entrega
-La
M: símbolo de María y de su maternidad espiritual.
-La
barra: es una letra del alfabeto griego, "yota" o I, que es monograma
del nombre, Jesús.
Agrupados
ellos: La Madre de Jesucristo Crucificado, el Salvador.
-Las
doce estrellas: signo de la Iglesia que Cristo funda sobre los apóstoles y que
nace en el Calvario de su corazón traspasado.
-Los
dos corazones: la corredención. Unidad indisoluble. Futura devoción a los dos y
su reinado.
Nombre:
La
Medalla se llamaba originalmente: "de la Inmaculada Concepción", pero
al expandirse la devoción y haber tantos milagros concedidos a través de ella,
se le llamó popularmente "La Medalla Milagrosa".