viernes, 22 de febrero de 2013

La degeneración de la moneda


Un signo que denota la concepción de lo que llamamos la «vida ordinaria»,  y que muestra el dominante punto de vista exclusivamente cuantitativo de la cultura actual, es la concepción exclusivamente cuantitativa de la moneda, y el papel preponderante que, en la sociedad moderna, desempeña en el punto de vista «económico» mismo.   Desde el punto de vista original y tradicional esta concepción es el producto de una degeneración, pues es probado que la moneda ha tenido en su origen y ha conservado durante mucho tiempo un carácter completamente diferente y un valor propiamente cualitativo, por sorprendente que eso pueda parecer a la generalidad de nuestros contemporáneos.


Hay una observación que es muy fácil de hacer por poco que se tengan, como las monedas, solo «dos ojos para ver»: es que las monedas antiguas están literalmente cubiertas de símbolos tradicionales, tomados incluso frecuentemente entre los que presentan un sentido más particularmente profundo.   Eso concuerda muy exactamente con la inexistencia del punto de vista profano en las civilizaciones estrictamente tradicionales: la moneda, allí donde existía, no podía ser la cosa profana que ha devenido más tarde. Así se explica la intervención en su acuñación de una autoridad espiritual, que añade una carga o de una «influencia espiritual», cuya acción podía ejercerse efectivamente por la mediación de los símbolos que constituían su «soporte» normal.   Recordemos que, hasta en tiempos muy recientes, se podía encontrar todavía un último vestigio de esta noción en divisas de carácter religioso, que eran un recuerdo de la idea tradicional en adelante más o menos incomprendida; pero, después de haber sido relegadas, en algunos países, al contorno del «canto» de las monedas, esas divisas mismas han acabado por desaparecer completamente.


Por lo demás, el control de la autoridad espiritual sobre la moneda, bajo cualquier forma que se haya ejercido, no es un hecho limitado exclusivamente a la antigüedad, y, sin salir del mundo occidental, hay muchos indicios que muestran que ha debido perpetuarse en él hasta el final de la Edad Media, es decir, mientras este mundo occidental ha poseído una civilización tradicional. En efecto, no se podría explicar de otro modo el hecho de que algunos soberanos, en aquella época, hayan sido acusados de haber «alterado las monedas»; si sus contemporáneos les acusaron de crimen por ello, de eso es menester concluir que no tenían la libre disposición del título de la moneda y que, al cambiarle por su propia iniciativa, rebasaban los derechos reconocidos al poder temporal. Así tenemos el caso de Felipe el Hermoso,  donde se podría ver la posibilidad de una relación entre la destrucción de la Orden del Temple y la alteración de las monedas. Parece ser que la Orden del Temple tenía entonces, entre otras funciones, la de ejercer el control espiritual sobre la acuñación de la moneda. 


  Esto nos lleva a pensar que haya habido en la Ceca algo de otro orden, y podemos decir de un orden superior, ya que es únicamente por eso por lo que esta alteración podía revestir un carácter de una gravedad tan excepcional que llegaba hasta comprometer la estabilidad misma del poder real, porque, al actuar así, éste usurpaba las prerrogativas de la autoridad espiritual que, en definitiva, es la única fuente auténtica de toda legitimidad.



Así pues, este devenir en la concepción de la moneda ha ocurrido generalmente para todas las cosas que desempeñan un papel en la existencia humana: estas cosas han sido despojadas poco a poco de todo carácter «sagrado» o tradicional, y es así como esta existencia misma, en su conjunto, ha devenido completamente profana y se ha encontrado finalmente reducida a la baja mediocridad de la «vida ordinaria» tal como se presenta hoy día.

 









Al mismo tiempo, el ejemplo de la moneda muestra bien que esta «profanización», si es permisible emplear un tal neologismo, se opera principalmente por la reducción de las cosas únicamente a su aspecto cuantitativo; de hecho, se ha acabado por no poder concebir ya que la moneda sea otra cosa que la representación de una cantidad pura y simple. En una civilización tradicional, cada objeto, al mismo tiempo que era tan perfectamente apropiado como es posible al uso al que estaba inmediatamente destinado, estaba hecho de tal manera que, en cada instante, y por el hecho mismo de que se hacía realmente uso de él podía servir de «soporte» de meditación al ligar al individuo a algo más que la simple modalidad corporal, y al ayudar así a cada uno a elevarse a un estado superior según la medida de sus capacidades.


Por lo demás, esta degeneración cualitativa de todas las cosas está estrechamente ligada a la moneda, como lo muestra el hecho de que se ha llegado a confundir “valor” y precio. El valor es considerado únicamente como una «cifra», una «suma» o una cantidad numérica de moneda.  Se puede subrayar que la palabra «estimar», tiene en sí misma un doble sentido cualitativo y cuantitativo; hoy día, se ha perdido de vista el primer sentido, o, lo que equivale a lo mismo, se ha encontrado el medio de reducirle al segundo, y es así como no solo se «estima» un objeto según su precio, sino también a un hombre según su riqueza. Ya Don Francisco de Quevedo, dijo, “Don, sin din, cojones en latín” .   



Lo mismo ha ocurrido también con la palabra «valor», y en eso se funda el curioso abuso que hacen de ella algunos filósofos recientes, que han llegado hasta inventar, para caracterizar sus teorías, la expresión de «filosofía de los valores»; en el fondo de su pensamiento, está la idea de que toda cosa, a cualquier orden que se refiera, es susceptible de ser concebida cuantitativamente y expresada numéricamente; y el «moralismo», que es su preocupación dominante, se encuentra por eso asociado directamente al punto de vista cuantitativo, como la «aritmética moral» de Bentham, que data de finales del siglo XVIII. Estos ejemplos muestran también que hay una verdadera degeneración del lenguaje, degeneración que acompaña o que sigue inevitablemente a la de todas las cosas; en efecto, en un mundo donde todos se esfuerzan en reducirlo todo a la cantidad, es menester evidentemente servirse de un lenguaje que, él mismo, ya no evoca más que ideas puramente cuantitativas.


Para volver más especialmente a la cuestión de la moneda, debemos agregar todavía que se ha producido a este respecto un fenómeno que es muy digno de observación: es que, desde que la moneda ha perdido toda garantía de orden superior, ha visto ir disminuyendo sin cesar su valor cuantitativo mismo, o lo que la jerga de los «economistas» llama su «poder adquisitivo», de suerte que se puede concebir que, en un límite al que se acerca cada vez más, ella habrá perdido toda su razón de ser, incluso simplemente «práctica» o «material», y que deberá desaparecer como por sí misma de la existencia humana.

 Se convendrá que hay en eso un extraño vuelco de las cosas, que se comprende sin esfuerzo por lo que hemos expuesto precedentemente: puesto que la cantidad pura está propiamente por debajo de toda existencia, no se puede, cuando se fuerza la reducción al extremo como en el caso de la moneda a desembocar más que en una verdadera disolución. Eso puede servir ya para mostrar que, como lo decíamos más atrás, la seguridad de la «vida ordinaria» es en realidad algo muy precario, y, en lo que sigue, veremos también cómo lo es todavía bajo muchos otros aspectos; pero la conclusión que se desprenderá de ello será siempre la misma en definitiva: el término real de la tendencia que arrastra a los hombres y a las cosas hacía la cantidad pura no puede ser más que la disolución final del mundo actual.



  Texto tomado en parte de la obra de Rene Guenon, "El reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos"

Un movimiento enderezador de esta tendencia a la disolución la podemos encontrar en dos monedas acuñadas en el catolicismo. Me refiero a La "Medalla de San Benito" y a la "Medalla milagrosa".


  Estos sacerdotes sirven en un santuario que es copia y sombra del que está en el cielo, tal como se le advirtió a Moisés cuando estaba a punto de construir el tabernáculo: «Asegúrate de hacerlo todo según el modelo que se te ha mostrado en la montaña.» Hebreos 8, 5

La medalla de San Benito es un sacramental reconocido por la Iglesia con gran poder de exorcismo. En un principio la devoción a esta moneda o Cruz-Medalla de San  Benito, fue meramente local y exclusiva de los monasterios benedictinos, posteriormente se generalizó. El lado de la Cruz suele estar encabezado, o por el monograma del salvador: IHS, o por el lema de la orden benedictina: Pax.
Como todo sacramental, su  virtud o poder está determinado por Cristo y por la fervorosa disposición de quién usa la medalla.

 La Medalla Milagrosa: En el año 1830, en París, la Virgen se apareció en tres oportunidades a una novicia, Sor Catalina Labouré.
En una de ellas, se apareció una forma ovalada en torno a la Virgen y en el borde interior apareció escrita la siguiente invocación: "María sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti"
Estas palabras formaban un semicírculo que comenzaba a la altura de la mano derecha, pasaba por encima de la cabeza de la Santísima Virgen, terminando a la altura de la mano izquierda .
Oyó de nuevo la voz en su interior: "Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán mas abundantes para los que la lleven con confianza".
La aparición, entonces, dio media vuelta y quedo formado en el mismo lugar el reverso de la medalla.
En el aparecía una M, sobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, la cual atravesaba la letra hasta un tercio de su altura, y debajo los corazones de Jesús y de María, de los cuales el primero estaba circundado de una corona de espinas, y el segundo traspasado por una espada. En torno había doce estrellas. "Haz acuñar una medalla según este modelo, las personas que la lleven en el cuello recibirán grandes gracias: las gracias serán abundantes para las personas que la llevaren con confianza".

   Símbolos de la Medalla y mensaje espiritual:
En el Anverso:
-María aplastando la cabeza de la serpiente que esta sobre el mundo. Ella, la Inmaculada, tiene todo poder en virtud de su gracia para triunfar sobre Satanás.
-El color de su vestuario y las doce estrellas sobre su cabeza: la mujer del Apocalipsis, vestida del sol.
-Sus manos extendidas, transmitiendo rayos de gracia, señal de su misión de madre y mediadora de las gracias que derrama sobre el mundo y a quienes pidan.
-Jaculatoria: dogma de la Inmaculada Concepción (antes de la definición dogmática de 1854). Misión de intercesión, confiar y recurrir a la Madre.
-El globo bajo sus pies: Reina del cielos y tierra.
-El globo en sus manos: el mundo ofrecido a Jesús por sus manos.
En el reverso:
-La cruz: el misterio de redención- precio que pagó Cristo. obediencia, sacrificio, entrega
-La M: símbolo de María y de su maternidad espiritual.
-La barra: es una letra del alfabeto griego, "yota" o I, que es monograma del nombre, Jesús.
Agrupados ellos: La Madre de Jesucristo Crucificado, el Salvador.
-Las doce estrellas: signo de la Iglesia que Cristo funda sobre los apóstoles y que nace en el Calvario de su corazón traspasado.
-Los dos corazones: la corredención. Unidad indisoluble. Futura devoción a los dos y su reinado.
Nombre:
La Medalla se llamaba originalmente: "de la Inmaculada Concepción", pero al expandirse la devoción y haber tantos milagros concedidos a través de ella, se le llamó popularmente "La Medalla Milagrosa".

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